José Cruz (nombre cambiado) fue capturado en la institución pública donde trabajaba por atreverse a denunciar la corrupción con que, según él, era conducida la misma, aunque lo acusaron de agrupaciones ilícitas, que en El Salvador se ha convertido en sinónimo de pandillero.
La falsa denuncia le costó más de 15 días de su libertad, la mayoría de los cuales los pasó en la celda 8 de El Penalito, una especie de mini penal, ubicado a un costado de la calle Concepción, en el barrio del mismo nombre de San Salvador, donde a tempranas horas de la noche, de lunes a viernes, muchas personas esperan que su familiar salga en libertad.
José describió lo que vio y vivió en ese lugar al que escuchó llamar “el paraíso” de las cárceles, debido a la gran diferencia en el trato a los privados de libertad; en esas cárcel, según José, no hay golpes y entre los reclusos no se comercia con la comida ni otros objetos de aseo personal. Hay comida y hasta visitas, aseguró.
En total, José contó 16 celdas en las cuales no hay camas. Todos duermen en el piso. Tan solo en una tienen el privilegio de dormir en retazos de cartones: es la bartolina donde están miembros de la Policía Nacional Civil (PNC) y otros reos que se han ganado la confianza de los celadores.
“En El Penalito las cosas son diferentes. Se permite visitas y se permite que las familias les lleven comida a los reos. Allí no se golpea a nadie, a nadie. Allí no va a ver policías armados vigilando las celdas. Todo se hace por medio de cámaras”, afirma José, explicando también que la vigilancia no está a cargo de custodios de la Dirección General de Centros Penales (DGCP), sino solo agentes policiales.
En la celda uno están todas las mujeres, en la dos están los policías que han delinquido y reos a quienes por alguna razón se les tiene como reos de confianza; de la celda tres en adelante ya solo hay hombres, entre estas está la celda seis, que es una especie de calabozo o celda de castigo, afirma José.
“En la celda siete tienen a los que (supuestamente) han perdido la cordura, en la ocho están los pandilleros y en la nueve los marihuaneros. Y de ahí hasta la 16 no sé quienes están allí, porque el que mucho pregunta algo le puede pasar”, asegura el hombre que pide no revelar su verdadera identidad porque le han dado su libertad bajo medidas sustitutivas a la prisión, lo que hace temer que aún corre peligro de volver a la cárcel.
José estuvo la mayor parte del tiempo en la celda ocho, donde están los miembros de pandillas, puesto que fue denunciado como miembro de esos grupos. Refiere que en esa celda se percibe mucho temor, pues se sabe que a los acusados de ese delito les esperan no menos de 20 años de cárcel, bajo el régimen de excepción.
“En la celda ocho sí se sufre porque se está pensando en no menos de 20 años. Cuando llegan los hermanos (predicadores), usted no se imagina qué alegría explota en ellos porque saben que no tan fácil saldrán libres. saben que les esperan muchos años de cárcel a esos dizque pandilleros…Porque no todos son pandilleros. Lo sé porque yo era uno de ellos”, afirma José, refiriéndose a que fue acusado de pandillero sin serlo.
Mucha religión…
Según José, los huéspedes de la celda ocho son los que de verdad se alegran mucho cuando llegan a hacer servicios religiosos, que por lo general los hay durante “los días libres”, es decir, cuando se sabe que no habrá audiencias judiciales o que no habrá traslados a centros penitenciarios.
“Si es día libre, sábados y domingos, o días que no habrá traslados, hay cultos de 12 a 10 de la noche. Cada iglesia lleva comidita para los presos. Excepto los presos de la celda 8 que están por el régimen, creo que los demás solo llegan a todos los cultos por el refrigerio que reparten. Son diferentes iglesias y cada una lleva algo de comer. El Jordi era feliz en esos días”, comenta José.
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“En la celda ocho es donde hay verdadero temor; donde la única esperanza es Dios. Es la única celda de donde van a los cultos con fe, porque están desesperados”, comenta.
José explica que Jordi es un muchacho que parece que no sabe en qué momento está viviendo. Es un cipote que debería estar en el psiquiátrico. Solo durmiendo pasaba y cuando despertaba solo preguntaba si ya había llegado la comida; casi cada cinco minutos preguntaba si ya habían llevado la comida. En opinión de José, Jordi no era pandillero sino un consumidor de marihuana.
La historia de Jordi es que mientras iba a bordo de una motocicleta, un carro se le puso a la par y él no sabía que eran policías de civil e intentó escapar temiendo que algo malo podrían hacerle. Cuando intentó ponerse a salvo, le dispararon. Los mismos policías lo llevaron al hospital Rosales donde estuvo dos días bajo custodia policial, luego lo trasladaron a El Penalito donde a veces no le curaban la herida. Un juez creyó la versión contradictoria de los policías y lo envió a prisión preventiva.
El negocio de la comida, la "hielera" y la pestilencia
Entre los reos de las 16 celdas hay una gran solidaridad. A diferencia de otros penales donde una tortilla, un pan, un pedazo de jabón o una toalla sanitaria son monedas de cambio, en el Penalito no se comercia nada. Si alguien necesita algo solo grita y si otro recluso lo tiene, simplemente se lo hacen llegar de celda en celda. “El Penalito es un ejemplo de lo que podría ser el sistema penitenciario”, reflexiona José.
Lo único que José critica del Penalito es el racionamiento del agua. Sólo la echan durante 10 minutos, una o dos veces al día, pero a veces pasan dos, tres o cuatro días sin agua. Los reos deben aprovechar esos diez minutos. “Hay que rebuscarse para bañarse con unas pichinguitas de agua”.
Si bien la comida abunda en el Penalito, algunos reos prefieren no comer mucho para no ir con frecuencia a defecar, pues continuamente los baños están casi a rebalsar por el mismo racionamiento del agua. La pestilencia es terrible, comenta José.
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Los encargados de echar el agua son los reos de confianza. Es a ellos a quienes se les debe implorar que les echen el agua para vaciar los retretes. José cree que a veces no echan el agua porque simplemente no hay en todo el sector.
Algo con lo que también se sufre es con los traslados a las audiencias o a los centros penales. Los meten en “la hielera”, nombre con que se le conoce al vehículo blindado en el que hacen los traslados, el cual es completamente oscuro y extremadamente frío. A eso hay que agregar que los reos van dándose encontronazos unos con otros cuando el conductor frena de súbito, pues los cinturones de los asientos están destruidos y al ir esposados de manos y pies, no tienen cómo sujetarse.
“La hielera es un carro blindado, totalmente oscuro y con frío intenso. Los cinturones son como los de los aviones pero ninguno sirve, ya están arruinados, y cuando el conductor frena, uno cae y se golpea uno contra otro”, explica.
Un familiar de José interviene para comentar que tener a muchas personas presas, muchas de ellas inocentes, le parece un negocio, especialmente en el asunto de la comida y los paquetes de higiene personal.
En el Penalito hay un papel en el que se advierte que hay un solo lugar autorizado en el que pueden pagar para que pasen alimentación a sus familiares y donde también pueden comprar el paquete de higiene.
Mucha gente que vive lejos o que no tiene el tiempo para estar viajando todos los días prefiere dejar pagada la comida por determinados períodos aunque no tengan la certeza de que le darán a su familiar la alimentación. “Para mí eso es un gran negocio. Son casi 10 dólares diarios que se pagan por la comida”, refiere el familiar de José.
Mientras tanto, el exrecluso comenta qué es lo que les dan por tiempo de comida: “Frijolitos, un huevito y crema que no es crema”, dice José.
El Penalito son bartolinas custodiadas por miembros de la PNC, construidas en el mismo lugar donde hace muchos años funcionó el desaparecido cine Tropicana. Al caer la tarde y hasta aproximadamente las 9:00 de la noche, frente a esas instalaciones se puede observar a decenas de personas que esperan ver salir a sus parientes, liberados, la mayoría capturados bajo el régimen de excepción.