Cada vez que se acerca la Navidad recuerdo el sentido mensaje que una amiga mía me envió hace unos años. “Doy gracias a Dios porque se acerca la Navidad y puedo decir que de esta pesadilla empiezo a despertar.…” Entonces pasaba a describir su pesadilla, que aquí les comparto:
En esta época perdí mi voz. Ahora puedo expresarlo y así fue como pasó. Mi corazón se fue a las cuerdas vocales y entonces sucedió: él agonizaba, lleno de tubos en un hospital, y yo le dije: "Ya todo va a pasar y vas a estar bien. Quédate tranquilo, todo va a estar bien y vas a descansar". Él movió la cabeza asintiendo. Estoy segura que ambos sabíamos que aquello era "un adiós para siempre". Y así fue.
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Ya no lo volví a ver con vida. Al estar en cuidados intensivos, prefería dejar a otros ir a verlo. Lo intubaron, lo sedaron y efectivamente estaba más tranquilo, pero de aquel sueño ya nunca despertaría. Jamás.
Aunque por fuera me miraba tranquila y hasta sonriente, por dentro me consumía la tristeza. En ese duelo intenso no tenía unos brazos seguros en los cuales llorar. Muchas acusaciones, muchas palabras cargadas de inquinas y sola yo, sin nadie que me apoyara en aquel dolor ni me protegiera ante aquella guerra de reproches. Se fue mi vida, la persona a quien más quería desde que era pequeña. Perdí mi voz.
Un olor a rosas invadía el ambiente. Llovía y hubo un par de chispazos eléctricos en la funeraria quedando todo a oscuras en dos ocasiones. Unas flores que vuelan de su ataúd, como levantadas en un suspenso de aire, en paralelo, no como una ráfaga de aire común. También algunas hojas de papel movidas de la misma forma, en mi presencia. Después un correo electrónico en una computadora que jamás había utilizado. Mucho olor a rosas... y finalmente se marchó.
Espero que haya logrado partir contento y que aquella tristeza que le invadía al constatar que prácticamente todas las personas que le debían algo económico se alejaron, olvidándose de “aquel viejo que necesitaba sus ingresos". Era demasiado noble, yo que lo conocía hasta en sus silencios, lo sabía.
Se fue y solo me queda la tranquilidad de haber tratado de darle alegrías y buenas noticias en sus últimos momentos. Se fue y una parte de mi se fue con él. Hasta pronto, hasta siempre, algún día estaremos juntos de nuevo. Pero mientras tanto, en cada Navidad me agobian los recuerdos de aquel día y la pesadilla vuelve a rondar en mi mente.
Después de muchos años, mi amiga me ha vuelto a escribir y su tono melancólico ha cambiado bastante. Ha sido breve, pero contundente:
La Navidad ha dejado de ser una pesadilla. De aquel recuerdo, solo quedan las cosas agradables y son las que celebro en estos días sin olvidarme de ese ser tan especial. Llámale milagro navideño o un regalo de Dios, o como quieras. Para mí, la Navidad volvió a ser sinónimo de felicidad. He recuperado mi voz.
*Dra Margarita Mendoza Burgos