La llegada de la Navidad siempre ha sido sinónimo de alegría, un momento inundado de valores como la felicidad, la paz y la armonía. Sin embargo, a medida que entonamos villancicos cargados de todos los buenos deseos, una realidad inclemente se ve venir sobre nosotros, lo que podríamos definir como una trama de desigualdades y sufrimientos que oscurecen esta época festiva.
¿Feliz Navidad?, de pronto se torna irónico este saludo mientras miles de familias en El Salvador enfrentan una Navidad desgarrada por un régimen de excepción, que ha encarcelado a miles de inocentes y que incluso aquellos inocentes con cartas de libertad emitidas por la justicia siguen confinados, prisioneros de un sistema que no escucha sus clamores de inocencia.
El aura navideña se ve empañada para más de 200 familias que sufren la ausencia de seres queridos, detenidos injustamente y que, en su encierro, encontraron el triste y solo final de sus días.
Pero no solo para ellos esta no será una feliz Navidad, sino también para los comerciantes del centro histórico, despojados de sus medios de subsistencia y desplazados por agentes que deberían salvaguardar su seguridad, ahora se enfrentan a la desolación en estas fechas festivas, y a no tener claridad de qué sucederá con ellos en el futuro cercano, o cómo llevarán el sustento diario a sus familias.
La sombra de la crisis económica proyecta su oscura presencia sobre los hombros de los desfavorecidos. Cuatro de cada diez salvadoreños luchan bajo el peso del deterioro económico, donde la sola idea de una cena navideña se convierte en un lujo distante e inalcanzable.
La Navidad, una época que debería ser de unidad y amor, se tiñe de realidades crudas y contrastantes. Mientras unas familias buscan la manera de celebrar en medio de la opulencia, otras luchan por encontrar un ápice de alegría en un entorno marcado por la injusticia y la desigualdad. En esta época de reflexión y esperanza, es crucial recordar que la verdadera esencia de la Navidad radica en la solidaridad y el apoyo mutuo, en el esfuerzo por construir un mundo más equitativo y compasivo.
El brillo de las luces festivas y el canto alegre de los villancicos no deben cegarnos ante las sombras que acechan a aquellos menos afortunados. La verdadera festividad navideña está en nuestra capacidad para tender una mano amiga, para ser la voz de quienes no pueden ser escuchados y trabajar juntos para encaminarnos hacia un futuro donde todos, sin importar su estatus, encuentren la verdadera alegría y la justicia que merecen.
Entonces, mientras los poderosos brindan entre banquetes suntuosos, recordemos que el verdadero cambio no emana de la opulencia, sino de la acción colectiva y la persistencia en la búsqueda de equidad. La Navidad para todos no es solo un deseo, sino una lucha constante por construir un mundo donde la justicia y la felicidad no sean un privilegio, sino un derecho inalienable para cada individuo.
Mientras algunos agraciarán sus festividades entre opulentas mesas y exquisitos licores, el poder y sus privilegios disfrutaran bailando al son de “la bala” su entorno más desigual. Sin embargo, la sabiduría popular nos enseña que “a cada chumpe le llega su Navidad”. Habría que preguntarnos entonces ¿Hasta cuándo mantendrá el pueblo esta ruta desigual? ¿Cuándo se disipará el poder y la justicia finalmente resplandecerá para todos? Hasta cuándo podremos decir de verdad Feliz Navidad para todos ustedes los que hoy sufren, los más desprotegidos de la sociedad y para los que claramente esta no será una “Feliz Navidad”.