En medio de callejones, rincones y pasadizos lúgubres de la urbe les encuentras. Son ellos: los errantes parias fantasmas de la ciudad perdida. Despreciados habitantes de un mundo de tinieblas, vagan sin rumbo, pidiendo una limosna, un mendrugo o ya sin pedir nada, ni la vida ni la muerte, ni la noche ni la estrella. Como almas extraviadas del inframundo, producto del abandono, el olvido y la descomposición moral de fracasados sistemas de convivencia humana de la historia natural. Similares a los leprosos de la antigua Roma, deambulan en tugurios y rincones como actores de un drama inhumano oculto en los suburbios. Comen de los basureros y no se enferman; beben la muerte a diario y no mueren; como las extrañas criaturas del viaje de Dante al infierno, condenadas a no morir ni escapar del suplicio. Espectros de la ciudad sin luz. Tan humanos, tan fantasmas. Desterrados de la historia. No obstante, se supo de un paria que de sus limosnas daba de comer a las palomas de la plaza. El mismo que alzaba vuelo junto a ellas al verlas remontar los aires.
El que voló entre los parias fantasmas de la ciudad en sombras
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