Las palabras silencio y bullicio son antónimas, o sea de significado opuesto o contrario, como noche y día, oscuridad y claridad, pequeño y grande, gordo y flaco, alto y bajo, etcétera.
El silencio es hermoso, como el silencio del bosque, de la montaña, de la fuente cristalina. Y el bullicio es molesto, como el que provocan a gritos manifestantes que protestan en plena calle, como el ruido de los vehículos a escape abierto, en fin, como el ruido del antiguo ferrocarril, que contrasta con el moderno tren de alta velocidad que no hace ningún ruido al desplazarse sobre los rieles a base de rayo láser.
Muchos fenómenos que nos ofrece la Naturaleza son de significado contrario, como el ensordecedor trueno de una fuerte tormenta, que contrasta con el fresco amanecer de un día veraniego; o como los negros nubarrones de un chubasco, que son contrarios a la suave blancura de una nevada. En fin, Natura nos sorprende con muchos fenómenos naturales opuestos. Así es el mundo en que vivimos.
Aún en la sala de Redacción de los periódicos de antaño, el tecleo de las ruidosas máquinas de escribir de ese entonces, contrasta con las silenciosas computadoras modernas, que no produce ruido alguno al teclearlas.
Silencio es quietud, es serenidad, es calma, paz, suavidad, tranquilidad, sosiego. Mientras que bullicio es tormento, es escándalo, es deterioro, es desenfreno y todo lo demás que nos ocasiona desasosiego.
Ahora veamos lo que sabios pensadores dijeron acerca del silencio:
Ricardo Palma: “Y no cabe lo que callo. En todo lo que no digo”.
Píndaro: “Muchas veces lo que se calla hace más impresión que lo que se dice”.
Pitágoras: “No sabe hablar quien no sabe callar”.
Zoroastro: “Si dudas, calla”.
Y acerca del bullicio:
“Me asombra que la gente elogie la santa serenidad de las monjas y frailes que viven en celdas austeras, lejos del mundanal ruido, del bullicio. ¿Acaso hay otro lugar donde sea más fácil llevar una vida serena y santamente? La prueba de toque de la santidad y de la serenidad, lejos del bullicio, está en conservarlas en medio de este mundo bullicioso de problemas y decepciones” (Del artículo “Del diario de una mujer,” por Lesley Conger. Tomado de la Revista Selecciones del Reader’s Digest, del mes de diciembre de 1964).
Estimados lectores: a guardar silencio, pues, siempre que sea necesario. Y alejémonos del bullicio, de ese mundanal ruido que a veces nos ocasiona este mundo en que vivimos.
El lenguaje lo hace el pueblo
Sí, el lenguaje lo hace el pueblo. Y debe respetarse su uso, fuera de las reglas gramaticales, que le dan claridad, sencillez y precisión.
Es, pues, el pueblo el que manda en cuestiones del idioma.
Por ejemplo, sobre la calle de la casa de quien esto escribe, pasa una vendedora de pupusas que dice “¡Vaya las pupusas a core, a core, a core!”.
Y esa palabrita ‘core’ ya va quedando en la conciencia popular, que probablemente el pueblo, en vez de decir ‘cora’ (que también es un salvadoreñismo, por ‘cuarto de dólar’, o sean 25 centavos), diga ya ‘core’: “Deme cuatro cores de pupusas”.
En el mundo, con más de seis millones de habitantes, se hablan más de 6000 lenguas; pero de ellas sólo alrededor de un 13% tiene escritura.
Aun así, la escritura es utilizada por la mayoría de los hablantes del planeta, bien por ser su lengua materna una lengua con escritura (el 60 % de la población mundial habla una de las grandes lenguas de cultura), bien si son hablantes nativos de lenguas ágrafas (sin escritura), por estar en contacto, como segunda lengua, con una de las que sí cuentan con escritura (“Nueva Gramática de la lengua española”).
El castellano o español es hablado por más de 500 millones de hablantes en el mundo. En la actualidad es el idioma oficial en España, en 18 países americanos y uno africano (Guinea Ecuatorial) , también en las islas Filipinas, además de la lengua oficial: el tagalo ; y en Puerto Rico tiene un estatuto especial.
Cada país, en cuestiones de lenguaje tiene sus propias palabras: en Guatemala, ‘patojo’ es ‘muchacho, ‘niño’, ‘joven’; en Honduras, ‘rosquilla’ es a lo que aquí llamamos ‘dona’; y ‘pulpería’ es una tienda pequeña; en Nicaragua, ‘chavalo’ es un muchacho, un joven; en Costa Rica, ‘-tico’ es un sufijo que significa originario de ese país; en Panamá, ‘canalero’ es el originario de los alrededores del Canal de Panamá; y en el Ecuador, ‘pandorga’ es lo que aquí llamamos barrilete o piscucha.
Salvadoreñismos son, por ejemplo, éstos: ‘cipote’ (niño, muchacho),
‘pupusa’ (tortilla rellena con frijoles u otros aditamentos), ‘cachimbón’ (valiente, arriesgado), ‘chunches’ (artículos de la casa, como muebles y otros enseres domésticos). Y muchísimos otros salvadoreñismos más que los podemos encontrar en el “Diccionario de salvadoreñismos”, del lexicólogo Matías Romero Coto (QDDG).
En el libro “Hispanoamérica en la ruta de la identidad. Encuentro de dos mundos, su autor, el doctor Manuel Luis Escamilla (QDDG) escribe que “Con ocasión de la llegada del V Centenario del Descubrimiento de América, este libro trata de contribuir al encuentro de los pueblos hispanoamericanos y quiere contribuir también con la visión general de las culturas aborígenes, que, como la cultura maya, la cultura azteca y la cultura inca presenta en los primeros capítulos de esta obra”.
Estimados lectores: respetemos, pues, el lenguaje del pueblo, y con ello estaremos contribuyendo a la cultura del lenguaje. ¡Sí, señores!
Maestro, psicólogo, gramático