En mi camino diario del parqueo al hospital con frecuencia veo la misma escena. Una señora vendedora de frutas preparando sus ventas mientras tres niños pequeños ‒asumo que son sus hijos‒ se mantienen juntos sentados en el andén. Al lado tienen sus respectivos platos del desayuno, que siempre consta de lo mismo: dos pupusas de chicharrón y de beber un líquido de color que parece un refresco. Mientras comen, parsimoniosamente, los tres miran la pantalla de una tableta y se distraen en juegos electrónicos. Yo también quedo distraído, pero meditando acerca del futuro de estos niños. Un par de veces traté de hacer algo al respecto, pero la madre sólo me miró con ojos de perplejidad como si un extraterrestre le diera instrucciones técnicas a un terrícola.
La primera infancia es un período crucial para el desarrollo del cerebro, y los estímulos que reciba el niño en esta etapa influirán significativamente en su vida posterior y en lo que llegará a ser de adulto. Es el período en que se forman interconexiones neuronales esenciales que quedarán para el resto de la vida. En la adolescencia el cerebro propicia una especie de segunda oportunidad con las podas neuronales, pero es como un plan b. Lo que se conectó bien en la primera infancia queda de forma permanente.
Las capacidades cognitivas básicas y las habilidades más elaboradas están estrechamente relacionadas con el desarrollo de ciertas estructuras cerebrales, especialmente en el área frontal y temporal. Y este desarrollo está a su vez influenciado por los estímulos recibidos y la nutrición. Desde hace tiempo se sabe que el factor de riesgo más importante en el desarrollo cerebral es la pobreza. La pobreza afecta muy significativamente las capacidades cognitivas, y es tan grande su impacto que aún pequeñas diferencias en los grados de pobreza se ven reflejados en el nivel de afectación de las habilidades cognitivas, como la memoria, la planificación y el autocontrol. Las personas que viven en pobreza tienden a tener lóbulos frontales y temporales menos desarrollados, en contraste con las personas de clases sociales más beneficiadas, cuyas cortezas cerebrales en estas áreas son más amplias y gruesas. Las razones fundamentales para esta correlación no están completamente estudiadas, pero es razonable pensar que estén asociadas a la nutrición, al nivel de estrés familiar por causas económicas y al acceso a estímulos cognitivos.
En un país con índices de pobreza alarmantes, con muchas personas viviendo en pobreza extrema y con una carestía hasta de los productos más esenciales cualquiera podría decir que estamos condenados a tener una población con muy baja capacidad cognitiva. Pero hay una posibilidad y Dios no cierra una puerta sin abrir una ventana. En una reciente publicación de Scientific American (septiembre de 2023) aparece una reseña de una investigación colaborativa de la Universidad de Fudan (China) con la Universidad de Cambridge en la que se determinó que estimular la lectura en niños pequeños desarrolla las áreas cerebrales esenciales para la cognición, y puede compensar los déficits que produce la pobreza. En esta investigación que utilizó de base un estudio cohorte de los Estados Unidos (Adolescent Brain and Cognitive Development, ABCD), se determinó que la lectura por placer en edades tempranas desarrolla las áreas cognitivas antes mencionadas, mejora el rendimiento académico en la adolescencia, produce menos problemas de salud mental y disminuye el tiempo usado en juegos electrónicos. Estos estudios, sin duda, deben hacer meditar en cuáles deben ser nuestras prioridades.
Médico Psiquiatra.