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La Iglesia: entre el poder y el servicio

Se prolonga un juego de percepciones erróneas en donde ni el político logra los votos ofrecidos y tampoco los pastores cumplen la misión a la que fueron llamados. Eso explica por qué las aventuras electorales emprendidas por figuras evangélicas terminan fracasando. Si como credencial no se poseen capacidades académicas ni experiencia en gestión pública sino solo el hecho de ser evangélico, no hay futuro; por muy sinceras que sean las intenciones de querer imponer la «verdad» utilizando los recursos del poder.

Por Mario Vega

En la medida que se acercan las fechas de las elecciones se incrementan los esfuerzos proselitistas de los partidos políticos, lo cual, es su legítimo derecho. Parte de su campaña consiste en acercarse a las diversas expresiones sociales a fin de identificar sus necesidades y ofrecer soluciones. Uno de los sectores a los que se acercan es el de las iglesias evangélicas y lo hacen con la misma dinámica que con otros grupos sociales. Sin embargo, la reacción de las iglesias debería romper la lógica de procurar sus intereses para anteponer los de la población vulnerable. En esa línea, escribí en abril de 2018 un artículo de opinión que fue publicado por El Diario de Hoy. Dado que esa reflexión es un tema que siempre debería estar presente, reproduzco a continuación integralmente ese artículo:

Un salto impresionante se ha producido en la demografía religiosa de Latinoamérica con el crecimiento de las iglesias evangélicas. En el caso de El Salvador, de un 3% de la población en la década de los Setenta se pasó a un aproximado del 40% de la actualidad, constituyendo una ilustración de lo que, en general, ha ocurrido en la región. Muy pronto algunos políticos avezados percibieron el potencial electoral que tales comunidades cristianas representaban y comenzaron esfuerzos para pescar el voto religioso. Algunas personalidades del sector evangélico se sintieron halagadas cuando, después de casi un siglo de marginación e irrelevancia social, comenzaron a ser invitadas a actos cívicos y a reuniones con funcionarios. Los pastores no tardaron en tomar conciencia de las nuevas condiciones y comenzaron a utilizar hábilmente el rol político de influencia que, ingenuamente, los políticos veían en ellos para hacerse de beneficios personales o para sus iglesias. Comenzaron a servirse del favor público para recibir permisos para el uso de parques y estadios, equipos de sonido, Biblias, servicios de iluminación, pasarelas, propiedades en comodato, exoneración de impuestos y, algunos, vehículos y hasta dinero en efectivo. El mercado persa se comenzó a abrir en cada elección aun cuando no existe ninguna evidencia de que los pastores puedan influenciar las preferencias electorales de sus feligreses. La idiosincrasia histórica de los evangélicos les hace ver a sus pastores como modélicos en tanto no se impliquen en política partidaria. Se establece así una paradoja que se expresa en una relación inversamente proporcional a la afinidad que un pastor muestre por un partido político: a mayor cercanía al partido menor influencia sobre sus feligreses y a menor cercanía mayor capacidad de influencia.

Esta realidad no ha terminado de ser comprendida por los políticos como tampoco por los pastores. Así, se prolonga un juego de percepciones erróneas en donde ni el político logra los votos ofrecidos y tampoco los pastores cumplen la misión a la que fueron llamados. Eso explica por qué las aventuras electorales emprendidas por figuras evangélicas terminan fracasando. Si como credencial no se poseen capacidades académicas ni experiencia en gestión pública sino solo el hecho de ser evangélico, no hay futuro; por muy sinceras que sean las intenciones de querer imponer la «verdad» utilizando los recursos del poder. Con ello se reedita, al menos en intención, el pecado del que los evangélicos fueron víctimas durante el conservadurismo de principios del siglo XX sufriendo la intolerancia y el autoritarismo de estado. La verdad no puede ser legislada ni impuesta, se establece en la medida que la Iglesia cumple su función de servicio.

Jesús no recurrió al uso de ningún poder para enseñar la verdad, ningún poder diferente al que ejerció clavado de una cruz. Ningún poder diferente al que ejerció al lavar los pies de sus discípulos. Algo que no solo enseñó con su ejemplo sino también, de manera muy clara, con sus palabras: «Ustedes saben que los gobernantes de este mundo tratan a su pueblo con prepotencia y los funcionarios hacen alarde de su autoridad frente a los súbditos. Pero entre ustedes será diferente. El que quiera ser líder entre ustedes deberá ser sirviente, y el que quiera ser el primero entre ustedes deberá convertirse en esclavo. Pues ni aun el Hijo del Hombre vino para que le sirvan, sino para servir a otros y para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20:25-28).

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Opinión

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