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Entre el Señor y Baal

Mientras la batalla se daba entre el profeta del Señor y los profetas de Baal ¿qué rol jugaba el pueblo, aquellos por quienes se libraba la batalla? Ellos no sabían a cuál culto debían rendir fidelidad, si al Dios que los había librado de la esclavitud o al dios del rey quien los cargaba con el pago de tributos y los explotaba. En tal disyuntiva parece no haber lógica. ¿Cómo era posible que el pueblo se inclinara por el dios de sus opresores? La alienación es un problema complejo en el que convergen factores como las limitaciones educativas, la falta de participación significativa, la falta de oportunidades económicas y sociales, las desigualdades y las divisiones sociales.

Por Mario Vega

La tensión entre el campo y la ciudad ha existido desde los inicios de la civilización. En tiempos bíblicos las diferencias entre las dos formas de vida eran evidentes y suponían relaciones que fácilmente se volvían injustas. En cuanto a las formas de producción, en el campo se daba la producción de alimentos y materias primas en tanto que, en la ciudad, se daba la producción de bienes y servicios; en consecuencia, los ingresos de los campesinos eran más bajos que los de los trabajadores de las ciudades. A la larga, las ciudades concentraban las riquezas en tanto que el campo se empobrecía.

La cultura de la ciudad solía ser más moderna, más abierta a nuevos valores y tendencias, en tanto que, en el campo, la cultura era más tradicional, más basada en las costumbres del pasado. En el campo había menos acceso a la educación y, en consecuencia, menos oportunidades de participar en la vida política y social. La ciudad se consolidaba así en un centro de poder y control territorial. Con el tiempo, se dio paso a la ciudad-estado donde vivía el rey quien ejercía el poder militar. La relación se hizo desigual y plagada de injusticias.

Una lectura atenta al libro de Josué, que relata la conquista de la tierra por Israel, muestra que la verdadera lucha se dio contra los reyes en las ciudades más que contra las poblaciones. El polo del conflicto no fue de israelitas versus cananeos, pero sí de campo versus ciudad. En esa ecuación el Señor se colocó del lado de los que vivían en mayor desventaja y les presentó su proyecto alternativo: un pueblo sin rey y sin palacio. La tierra debía ser distribuida entre el pueblo sin permitir la acumulación. Sería una herencia familiar perpetua y su producto distribuido equitativamente. El plan divino ponía fin a los tributos y, en consecuencia, a la explotación.

El conflicto entre ambas propuestas también tenía su expresión religiosa. El Señor y Baal eran los polos ideológicos del conflicto. La fe en el Señor suponía la adhesión al proyecto del campo libre, autónomo, dueño de su producto. Por eso, al Señor, y sólo al Señor, debían servir los que luchaban por la tierra. La fe en Baal tenía por detrás el proyecto del palacio, del tributo. El Señor era el garante del derecho del pueblo productor en tanto que Baal era el garante del derecho del rey. Por ese motivo, el culto que recibía el patrocinio del rey era el culto a Baal. En ciertos momentos, como durante el reinado de Acab, no solo se patrocinó a Baal, sino que se combatió sistemáticamente el culto al Señor.

En ese contexto, el Señor levantó al profeta Elías para retomar la batalla por la propuesta divina. El rey Acab estaba plenamente consciente del conflicto y, por eso, se refería a Elías como su enemigo. Pero mientras la batalla se daba entre el profeta del Señor y los profetas de Baal ¿qué rol jugaba el pueblo, aquellos por quienes se libraba la batalla? Ellos no sabían a cuál culto debían rendir fidelidad, si al Dios que los había librado de la esclavitud o al dios del rey quien los cargaba con el pago de tributos y los explotaba. En tal disyuntiva parece no haber lógica. ¿Cómo era posible que el pueblo se inclinara por el dios de sus opresores? La alienación es un problema complejo en el que convergen factores como las limitaciones educativas, la falta de participación significativa, la falta de oportunidades económicas y sociales, las desigualdades y las divisiones sociales.

El profeta Elías retó al pueblo diciéndole: «—¿Hasta cuándo van a seguir indecisos? Si el Dios verdadero es el Señor, deben seguirlo; pero si es Baal, síganlo a él». Sorprendentemente el pueblo no dijo una sola palabra. No sabían en verdad a quién debían su fidelidad. Fue entonces que Elías lanzó su atrevida propuesta de que el Dios que demostrara estar vivo fuera el verdadero. Tuvo que retumbar el trueno de Dios para poder despertar al pueblo de su adormilamiento. Un despertar que lo hizo consciente de la realidad de las cosas. ¡Cuánto necesitamos un nuevo trueno del Dios vivo hoy!

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Lucha Contra La Corrupción Opinión

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