La guerra entre Israel y el Hamás abierta el 7 de octubre pasado, a raíz de los atentados bárbaros cometidos por el Hamás, favoreció una onda de choque internacional. Un mes después del drama de los actos terroristas, mientras son todavía más de 240 personas permanecen como rehenes de dicha organización e instrumentos de chantaje, las relaciones internacionales están puestas bajo tensiones. Que fuese desde Bolivia hasta Medio Oriente, de Yakarta en Indonesia hasta Europa, asistimos a un endurecimiento de la situación. Olas antisemitas que a su vez generan marchas en contra de este fenómeno como el domingo 12 de noviembre en París, Francia, debates político siempre más encendidos, amenazas de atentados, manifestaciones masivas en pro o en contra de cada una de los dos partes…
El conflicto entre Israel y el Hamás, que es una organización reconocida como terrorista por la Unión Europea y los Estados Unidos, se ha de inmediato desviado hacia el conflicto israelo-palestino. Desde hace varios años, a raíz de los acuerdos de Abraham establecidos entre países como los Emiratos Árabes Unidos, Báhrein e Israel, la normalización con Marruecos y Sudán, ante de la guerra civil, discusiones secretas con Arabia Saudita antes de los atentados, tantos actos que parecieron relegar el tema palestino en los escombros de la historia.
Pero en pocas horas todo ha sido destrozado, acelerando un fenómeno de polarización, con una pantalla de fondo de guerra: dos frentes activos en Ucrania y en el Medio Oriente, todavía contenido en la Franja de Gaza, sitios puestos bajo un cubierto de plomo como en el Sahel-Sahara y en el Mar de China y península coreana. Pero como si un proceso de guerrilla global se hubiese instalado, la lucha es también cultural, y fundamentalmente, en los espíritus. En Francia, los debates fuertes en el espacio político, entre la extrema izquierda, los partidos de gobierno y la extrema derecha revelaron cuánto ya no es tan obvia la noción de unidad nacional contra un adversario que puede ser un enemigo común.
En el mundo, la lógica se ha vuelto idéntica: cada día que pasa es más claro que estamos entrando en una lucha poniendo en tela de juicio el “orden internacional” que surgió del fin de la Segunda Guerra Mundial. Las instituciones establecidas entonces, empezando con la Organización de las Naciones Unidas, cuyo Consejo de Seguridad parece paralizado, los instrumentos financieros que nacieron del acuerdo de Bretton Woods en 1944, como el Fondo Monetario Internacional, están aún más puestos en tela de juicio. Hoy en día se esta cobrando a Occidente años de cambio del mundo, desde la caída del Muro de Berlín, pasando por los atentados del 11 de septiembre de 2001, o la crisis financiera de 2008. La ofensiva contra el orden mundial de seguridad está organizándose bajo el concepto del “Sur global”.
Una noción amplia, todavía suficientemente desordenada por qué agrupar países potencias como Brasil, África del Sur, por parte de India, tanto como un arco de países que lucha contra Occidente como Irán, Corea del norte. Rusia saca obviamente provecho de esta situación y de la concentración, inevitable, de la actualidad sobre Medio Oriente, para que las dudas aparezcan sobre la realidad de la situación en Ucrania.
El “Sur global” contiene los ingredientes de la ofensiva: un ideal, luchar contra “la opresión”, “el dos pesos, dos medidas” que puede, hoy en día, apoyarse sobre conflictos llevados por líderes de Occidente y que se revelaron errores históricos, como lo fue Iraq en 2002-2004, Libia en 2010. Llevaron un simbolismo que permite hoy en día a sus enemigos, identificados común el yihadismo integrista, llevar una retórica, una forma de “victimización” que se vuelve peligrosa porque está llamando a la mayoría de la población mundial. Y, por cierto, la demografía acompaña la línea que fractura al mundo apareció de inmediato después de los terribles atentados del 7 de octubre pasado. La mayoría de la población mundial está involucrada una crisis alimentaria, sanitaria. La educación, el acceso a las escuelas se ha vuelto lujo. Y la frustración aún más grande mientras estamos en la Era Digital.
Esta realidad volvió al primer plano a raíz del conflicto Israel-Hamás. Tuvo varias consecuencias inmediatas: la primera sobre el regreso de los Estados Unidos al Medio Oriente. Tuvieron que volver a involucrarse de inmediato en una región al bordo del incendio. La disuasión, mientras el riesgo de una escalada de guerra está de actualidad, ha sido por el momento, oído. Irán no lanzo el Hezbollah en el Líbano contra Israel, a pesar de tensiones diarias. Pero el costo político para el presidente Biden es alto y por el momento los sondeos ponen en tela de juicio su reelección el año próximo. Por otra parte, el trauma en Israel ha creado un movimiento profundo de unidad nacional, nutrido día tras día, por el drama de los rehenes. Pero el tema palestino volvió a la primera plana y el costo político volverá muy elevado en el futuro.
Los jefes de Estado de 57 países árabes y de mayoría musulmana que participaron este sábado en la cumbre de Riad para abordar la guerra en Gaza y sus repercusiones declararon que “ni Israel ni todos los países de la región gozarán de paz y seguridad” si no se establece un Estado palestino independiente. Además, responsabilizaron al Estado judío de “la continuidad del conflicto y de su agravamiento”, y consideraron la ocupación de Israel de los territorios palestinos “una amenaza para la seguridad y a la estabilidad regional e internacional”.
Toda esta situación volvió invisibles los demás conflictos activos: ¿qué pasa en Ucrania? ¿Qué pasa entre Armenia y Azerbaiyán? ¿Cómo está la situación en la península coreana y el mar de China? ¿Cómo se extiende el yihadismo en África, avanzando mascado bajo las denuncias de un postcolonialismo de otra época? Tantas zonas de conflicto que se han vuelto invisibles mientras hoy en día es el orden internacional, tal como lo conocemos desde decenios, está puesto en tela de juicio en la violencia y la sangre.
Politólogo francés y especialistas en temas internacionales