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Un pueblo Potemkin

Ahora, en un lejano país centroamericano lleno de luces led, shows de artistas internacionales y migración inversa, la publicidad oficial inunda las mentes de los ciudadanos y anubla sus conciencias y entendimientos con la frase oficial: ¡estamos bien!... pero lo cierto es que detrás de las luces de colores todavía se vive en pobreza ancestral, exclusión de los más pobres, crispación social y olvido de la educación del pueblo…

Por Maximiliano Mojica
Abogado, máster en leyes

Gregorio Potemkin fue ministro y, según las malas lenguas, amante de la emperatriz rusa Catalina II, llamada “La Grande”. La historia no aclara si fue llamada así por sus tallas o por sus obras, pero lo cierto es gobernó las feraces comarcas rusas durante 34 años, desde junio de 1762 hasta su muerte a los sesenta y siete años.

Mitad por competente, mitad por sus vínculos amorosos, gobernó Crimea después de su anexión a Rusia, pero la realidad es que no era un cargo tan atractivo como parece eso de ser gobernador de una nación recién conquistada y por lo mismo, hostil y, encima de todo, devastada por la guerra que implicó su anexión. Por tanto, Rusia -y, por extensión Catalina-, esperaba mucho de los resultados del novel gobernante. Lo primero: que pacificara la región y la repoblara con colonos rusos y segundo, pero no menos importante… que empezara a generar contribuciones fiscales vía pago de impuestos a la Gran Rusia, para paliar un poco los costos que había implicado al tesoro público la guerra por su anexión.

Así que el pobre Potemkin no es que la estaba pasando como en Jauja, más cuando Catalina anunció repentinamente que tenía ganas de ir a visitar su nueva parcela en Crimea y comprobar con sus propios ojos los “avances” que había tenido el gobierno local liderado por el sufrido Potemkin. Estrujando el cerebro para ver cómo hacer para impresionar a la Emperatriz de todas las rusias -bien dicen que la necesidad es la madre de la inventiva- en una de esas noches de desvelo ideó una estrategia: ¿Qué tal si en vez de que la sacrosanta emperatriz y sus poderosos amigos, se llenaran de lodo sus doradas zapatillas viajando por los derruidos senderos de Crimea, se los llevaba por un crucero por el rio Dniéper para que vieran pueblos refulgentes, limpios, con gente alegre y bien alimentada, que les diera la bienvenida y los saludara alegremente desde la orilla?

¡Inmejorable idea! Potemkin se puso inmediatamente manos a la obra. Empezó a construir pueblos desmontables en las orillas del rio. Se calculaba por dónde pasaría la monarca rusa y a dónde pernoctaría en su lujoso transporte, de esa forma, los pueblos que veía en el camino eran simplemente desmontados por la noche y vueltos a montar río abajo. Los pueblos no solo eran desmontados, sino ricamente decorados -en algunos casos, hasta hubo fuegos artificiales para darle la bienvenida a la satisfecha gobernante- todo, para dar una idea “de lo bien que estaba Crimea” desde su anexión a Rusia.

¡Lágrimas de satisfacción inundaron el severo rostro de la monarca! ¡Qué buen trabajo el que había hecho su inigualable Potemkin! ¡Definitivamente no habría podido escoger a un mejor gobernante para su nuevo territorio conquistado! Regresó a su mullido palacio, henchido su corazón de satisfacción y orgullo.

Ante el evento, los historiadores están divididos. Por una parte, algunos aseguran que la farsa de Potemkin era conocida por la emperatriz y que, de hecho, ella estuvo de acuerdo con su montaje, para impresionar a los diplomáticos de las potencias europeas que la acompañaban en su viaje. Otros, aseguran que la emperatriz estaba tan desesperada por creer que las cosas iban bien con sus proyectos de gobierno, que estaba más que dispuesta a considerar como ciertos, los avances sociales y económicos que su ministro -aunque sea de lejitos- le presentaba en su viaje. Sea cual sea la versión real, lo cierto es que Crimea continuaba pobre y devastada por la guerra y sus ciudadanos pasaban hambre y privación... no había pueblecitos desmontables, lucecitas de colores y fuegos artificiales que pudiese ocultar ante los ojos de los connacionales, el hambre y la necesidad que pasaban.

Ahora, en un lejano país centroamericano lleno de luces led, shows de artistas internacionales y migración inversa, la publicidad oficial inunda las mentes de los ciudadanos y anubla sus conciencias y entendimientos con la frase oficial: ¡estamos bien!... pero lo cierto es que detrás de las luces de colores todavía se vive en pobreza ancestral, exclusión de los más pobres, crispación social y olvido de la educación del pueblo… pero hay alguna magia en esas luces led que hace que los ciudadanos al irse a acostar se digan a sí mismos… ¡qué bien estamos!

Abogado, Master en leyes/@MaxMojica

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