En las primeras páginas del libro “La deriva reaccionaria de la izquierda”, el escritor, Félix Ovejero, nos explica uno de los vicios de la izquierda moderna. Esas nuevas características que han aparecido de la mano de sus nuevos integrantes, los analfabetos sociales, que en aras de su “humanismo” han envenenado aún más un discurso difícil de defender. El voluntarismo es la primera falta de muchas que nos enumera el autor. Es la idea de que la única razón por la que no se logra construir una utopía socialcomunista es el poco ímpetu que tienen ciertos sectores de la sociedad para ser dirigidos por ellos, los ineptos. Dejando de lado miles de piezas en el rompecabezas humano, para esta pandilla, la voluntad de querer algo es el único candado a liberar. Es la única incógnita a descubrir para conseguir su cometido. Y son, al mismo tiempo, aquellos cuya voluntad es la de no permitirles alcanzar su meta los culpables del fracaso de sus sueños.
Es por esa errada creencia, ese error lógico, esa falacia, que tienen el descaro de colocarse los galardones de justicieros. Los superhéroes de la moral. Desenvainan sus mandobles de lágrimas para defender sus ideales ante la primera afrenta. Son ellos, los jueces de la ética, los responsables de decidir quién es justo entre los justos. Son el guardián de la entrada para el resto de los mortales. En su mágico espejismo viven felices hasta que es hora de salir al mundo real. Porque cuando se utilizan los mismos medios de justicia que ellos se han inventado empiezan a salir desagradables incongruencias que chocan con las mediocres armaduras de las que presumen.
Como Martín Lutero, clavan las páginas de su discurso en las puertas de la nueva iglesia. Publicaciones, mejor descritas como homilías, acerca del porqué de su sufrimiento y las razones por las que esta sociedad no es más que un pantano de ponzoña; ellos son las mejores herramientas para la defensa de lo indefendible. Señalan a viva voz cuando uno de sus adversarios comete una falta, pero callan como monjas cuando el acusado es uno de los suyos.
Y yo no estoy aquí para defender a nadie, mas si no para reflexionar ante la falta de coherencia que demuestra este grupo de perdedores. Ejemplos hay varios, a esta gente parece excitarle la idea de que le escupan en la boca, pero voy a tocar uno muy reciente. Caso que también demuestra que su cháchara igualitaria es papel mojado. La utilizan única y exclusivamente para tratar de desangrar el voto de una derecha cada vez más decadente. Cuentos que solo se creen los sectores más inocentes de sus seguidores.
El exministro de Transporte, José Luis Ábalos, estuvo no hace mucho en el ojo del huracán cuando el periódico digital The Objective sacó a la luz su vida privada. Fiestas, comilonas, casi 9 000 euros en “gastos” en un solo mes, mentiras, reuniones secretas con la mano derecha de la dictadura venezolana y maletines que se desvanecen son solo puntos clave de una macrohistoria mucho más compleja. Se descubre esto, ¿qué sucede? Nada, se destituye a la manzana podrida y ya está. Nada de protestas, ni escraches, ni “medicina democrática”; nada, silencio total. Dinero público gastado en caprichos. Ni un ápice de atención por parte de esta amalgama de borregos. El problema de muchos países reside ahí, en la muerte del sentido común, el resurgimiento del fanatismo político y la llegada al poder de un grupo de sanguijuelas que se niegan a salir. La nefasta conclusión de esta mezcla no será otra que la confrontación, el choque y la escabechina entre dos bandos. [FIRMAS PRESS]
*Escritor panameño.