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La paz profética

Los procesos de liberación nunca son fáciles porque los opresores no están dispuestos a abandonar sus abusos por razones éticas o llamados divinos. Por el contrario, utilizan todo su poder e influencia para dar una respuesta de fuerza. La represión puede ser política, militar, económica o psicológica, pero todas ellas son expresiones violentas que tratan de reprimir la voz de Dios que reclama justicia por medio de su palabra. La represión puede llegar al extremo de pretender la aniquilación total de lo que considera «enemigo» y va acompañada de un componente ideológico que la justifica.

Por Mario Vega

Dios manifiesta su palabra en todos los tiempos. Lo hace de maneras variadas, pero la mayor parte de veces lo hace por mediación de las personas que hablan en su nombre. A estas personas se les da el nombre de profetas. Ellos expresan la postura y la voluntad de Dios en su momento histórico, razón por la que es inevitable que sus corazones no se vean afectados al pronunciarse sobre condiciones particulares de pecado. Es por ello por lo que sus palabras son apasionadas y poderosas, aunque no violentas. Procuran la conversión y, en consecuencia, establecen estándares altos. La reacción de las personas suele ser la de rechazo y, en el caso de los poderosos, la represión.

La vida del profeta Jeremías fue marcada por diversos actos represivos, por ejemplo, fue acusado de traidor, mentiroso, lo colocaron en un cepo, lo encarcelaron y sufrió intentos deliberados de asesinato. El profeta Amós recibió muchas presiones que intentaron callar su voz, a las cuales, el profeta hizo contrapunto denunciándolas: «Mas vosotros… a los profetas mandasteis diciendo: No profeticéis» (Amós 2:12). La violencia contra el profeta fue ejercida por quienes poseían poder económico, político o religioso. Un sacerdote, encarnando las ambiciones de los poderosos, habló en nombre de ellos para amenazar a Amós diciéndole: «Vidente, vete, huye a tierra de Judá, y come allá tu pan, y profetiza allá y no profetices más en Bet-el» (Amós 2:12-13). También: «No profetices contra Israel, ni hables contra la casa de Isaac» (v. 16). Lo que Amós predicaba contra la opresión molestaba a la clase dirigente, responsable de la injusticia. Pero era un religioso el encargado de expresar la molestia usando como pretexto el de hablar en nombre de Dios.

En las historias de Jeremías y de Amós hay una secuencia bastante clara: la violencia de la opresión económica y social, lejos de ser suprimida por la práctica de la justicia como la conversión demanda, es ahondada por la violencia antisalvífica de los jueces y sus colaboradores. El profeta sale en defensa de los oprimidos y despreciados, pero es reprimido por aquellos que deberían usar ese mismo poder para restablecer la justicia inicialmente vulnerada. Se trata de un rechazo definitivo de la conversión. Un rechazo al consejo de Dios y a lo verdadero y correcto.

Los procesos de liberación nunca son fáciles porque los opresores no están dispuestos a abandonar sus abusos por razones éticas o llamados divinos. Por el contrario, utilizan todo su poder e influencia para dar una respuesta de fuerza. La represión puede ser política, militar, económica o psicológica, pero todas ellas son expresiones violentas que tratan de reprimir la voz de Dios que reclama justicia por medio de su palabra. La represión puede llegar al extremo de pretender la aniquilación total de lo que considera «enemigo» y va acompañada de un componente ideológico que la justifica. Ejemplo de ello es la «pax romana», a la que le correspondió reprimir a los primeros cristianos. Se trataba de una construcción propagandística por la que se justificaba el sometimiento de otros pueblos bajo los intereses romanos. Todos los recursos del poder se utilizaban para celebrar una paz del silencio.

Las únicas voces que tienen permiso para expresarse sin ataques son las que proclaman la «pax prophetica». Se la llama así porque es parte del esfuerzo propagandístico de un régimen. Son los discursos de los religiosos que apoyan y defienden los abusos de los poderosos. Normalmente contradicen el mensaje de Dios, y a los mensajeros, expresando ideas y valores opuestos. Mientras Jeremías anunciaba con vehemencia la inminencia de la catástrofe nacional, los religiosos favorecidos por el régimen decían lo contrario. Por ese motivo, Jeremías incorporó a su predicación una advertencia sobre los religiosos falsos: «No escuchen a estos profetas cuando ellos les profeticen llenándolos de esperanzas vanas. Todo lo que dicen son puros inventos. ¡No hablan de parte del Señor! Siguen diciendo a los que desprecian mi palabra: “¡No se preocupen! ¡El Señor dice que ustedes tendrán paz!”. Y a los que obstinadamente siguen sus propios deseos, los profetas les dicen: “¡No les sucederá nada malo!”» (Jeremías 23:16-17). Se requiere discernimiento para saber si estamos caminando por la senda de Dios o si, por el contrario, nos encontramos descarriados.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Opinión

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