En la madrugada del lunes 4 de agosto de 1919, desde el puerto de Acajutla, levó anclas el vapor estadounidense SS Newport. Con destino a San José (Guatemala), New Orleans, Filadelfia y Nueva York (Estados Unidos), a bordo iban Alberto Masferrer y su segunda esposa, Rosario “Rosa” Orellana Castañeda de Masferrer. Tras el fin de la pandemia de influenza que causó más de 30,000 muertos en la urbe y luego del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial, Nueva York era entonces una de las más importantes urbes del capitalismo industrial y financiero en plena pujanza. Sumida entre los bochornos del verano en el hemisferio norte, la isla de Manhattan sería el lugar de residencia y trabajo del intelectual salvadoreño. Pero los inicios no fueron nada fáciles para los Masferrer-Orellana. Al matrimonio le tocó andar errante por varios sitios de residencia durante los primeros seis meses de estancia, hasta que al final pudieron establecerse en un flat en el 155 West 99 Street, en el Upper West Side, entre las avenidas Amsterdam y Columbus, a escasos metros de Broadway y del Central Park. En aquel edificio de seis niveles y cuatro apartamentos por nivel, los Masferrer-Orellana ocuparon el pequeño apartamento en que antes había vivido una joven de Escocia y tuvieron por vecinos de la puerta de enfrente a una familia salvadoreña, mientras que en un piso superior residía otro compatriota. En escasas cuadras a la redonda, muchos centroamericanos se abrían paso residencial y laboral entre aquellas calles, avenidas y rascacielos. Los mecanismos regionales de emigración e inmigración ya estaban activados.
A poca distancia de una de las residencias provisionales del matrimonio Masferrer, el empresario Carlos Meléndez Ramírez, de 58 años, se encontraba en el desenlace de la enfermedad terminal que lo minaba desde mediados del año anterior y que lo obligó a renunciar a la Presidencia de la República de El Salvador. Por eso se especuló que a Masferrer lo había contratado la propia familia Meléndez Ramírez para escribir un libro biográfico del exgobernante en sus meses finales, aunque no faltó quien dijera que aquel viaje estaba financiado gracias a una contratación directa del propietario del Diario del Salvador, interesado en contarle a sus lectores los pormenores del desenlace vital del exmandatario y, si fuera posible, algunos detalles del desarrollo estadounidense tras el final de la Primera Guerra Mundial. Masferrer nunca aclaró el verdadero motivo de su viaje. A algunas personas que se lo preguntaron de forma directa les dijo que iba en busca de trabajo como docente de lengua castellana en algún colegio neoyorquino. Lo cierto es que aquel viaje había sido motivado por la destrucción completa de su hogar en San Salvador, debido a las ondas devastadoras del terremoto ocurrido el 28 de abril de ese año.
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El jueves 8 de octubre de 1919, el exmandatario Meléndez Ramírez expiró en aquella urbe norteamericana, en el Radim Sanatorium, en el 203 W 70th Street, muy cerca de Broadway y del Apple Upple West Side. Cinco días después, su cadáver embalsamado recibió honores de rigor por parte del gobierno estadounidense, que ordenó que fuera trasladado en tren hasta la península de Florida, desde donde se destinó un barco de guerra para que lo trasladara hasta territorio salvadoreño.
Durante sus primeros meses de permanencia en la ciudad, Masferrer leía mucho en castellano y un poco en inglés, daba paseos por diversos puntos de la ciudad, se convirtió en asiduo visitante de la Biblioteca Pública de Nueva York (NYPL) y acudía a las universidades a escuchar conferencias acerca de diversos temas. Por desgracia, ese tiempo de crecimiento académico le duró poco. Esa estancia en la Nueva York de la posguerra le pasó factura al cuerpo de Masferrer y la llegada del invierno fue muy dura para él. Su estado de salud se vio alterado y atravesó por momentos de extrema gravedad, que lo pusieron al borde de la muerte y lo obligaron a permanecer más del tiempo previsto en aquella urbe portuaria estadounidense.
Es posible que, debido a su mal estado de salud y a las estrecheces económicas con las que vivía, algunos de sus admiradores salvadoreños buscaran mover a la conciencia nacional para que el público se sumara y, mediante suscripciones previas, comprara por adelantado los volúmenes de la proyectada Biblioteca Alberto Masferrer que se pondría en circulación a fines de 1919. La iniciativa constituyó un rotundo fracaso. Eso quizá encontrara explicación en el hecho de que en algunos círculos internos aún se veía a Masferrer como una figura muy vinculada con la figura presidencial del fallecido Carlos Meléndez Ramírez, cuya reelección había impulsado con su pensamiento y su pluma. Además, el intelectual siempre mantuvo animadversión con el médico Dr. Alfonso Quiñónez Molina, vicepresidente del país durante las dos administraciones presidenciales de los hermanos Meléndez Ramírez.
Dedicado a escribir en los momentos en que su cuerpo se lo permitía, Masferrer llevaba lo que él denominó su Diario neoyorquino, en el que realizaba anotaciones acerca de diversos temas, pero no por eso dejaba de lado la crítica social de las cosas que veía que pasaban al interior de aquella megápolis donde la actividad bursátil regía los destinos del mundo y donde los muros de ladrillo comenzaban a edificar una ciudad de posguerra, orientada al comercio internacional y a la especulación de capitales, a la compraventa de materias primas y a la gestación de los grandes emporios mediáticos.
Con el correr de los meses, algunas de aquellas anotaciones de su diario personal comenzaron a ver la luz editorial en las páginas de gran formato del Diario del Salvador (lo que refuerza la tesis de que tenía algún contrato con ese medio impreso de formato estándar inglés, fundado y dirigido en San Salvador, desde julio de 1895, por el escritor y diplomático nica-salvadoreño Román Mayorga Rivas y su familia), desde donde fueron retomadas por el intelectual costarricense Joaquín García Monge para incluirlas en algunos números de los años 1920 y 1921 de su prestigiosa revista Repertorio americano.
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Como parte de esos apuntes, Masferrer redactó varias estampas urbanas de la vida en esa ciudad tras el fin de la Primera Guerra Mundial y la pandemia de influenza. En esas páginas destiló ironía, fino humor y amargura. Es posible que pensara dar forma con ellas a un libro bajo el título común Diario neoyorquino, pero quizás no pasó de la etapa de proyecto, como ya en otras ocasiones le había ocurrido al intelectual salvadoreño con algunos de sus afanes editoriales.
Al llegar la primavera de 1920, Masferrer se sintió recobrado y con energías. Por eso, tomó papel y pluma y le remitió una carta a su amigo García Monge (Correspondencia, revista Repertorio americano, San José, Costa Rica, tomo I, no. 21, 15 de junio de 1920, pág. 336), en la que retoma algunas ideas suyas para lograr la anhelada unidad centroamericana por medio de la cultura y el intelecto más allá de las efemérides regionales por el primer centenario de la firma del acta independentista del sábado 15 de septiembre de 1821, en las que Masferrer veía más un gasto insensato que un gesto cívico y cohesionador:
Nueva York, 27 de abril de 1920.
Su Repertorio Americano, como de usted, muy interesante, intencionado e instructivo; los cuatro números que me han venido son de todo mi gusto; recorté de ellos los principales artículos y los remití a publicaciones diversas de San Salvador, a ver si las reproducen. ¿No se podría restringir un poco la publicación de cosas de España y darle más espacio a las de Hispano América? Y sobre todo, no se podría hacer que resonara más la voz de Centro América? Eso echo de menos en su Repertorio: la voz de Centro América. Realmente, ¿son tan pobres de pensamiento los pobres Estados Centroamericanos, o es que viviendo tan desunidos, no sabe ninguno de ellos lo que se piensa en los otros?
Creo, querido Joaquín –y hace nueve meses que estoy madurando la idea- que lo que principalmente le falta a nuestros pueblos es una voz común, un órgano vivo y activo y expansivo de nuestro pensamiento, que nos unifique en el presente y en el pasado; que nos enseñe a interpretar con el mismo criterio nuestra naturaleza y nuestra historia; que unifique nuestro lenguaje provincial y regional; que nos dé tres o cuatro ideas directrices que vengan a ser como el eje de una mentalidad común.
Nunca se ha intentado realizar esto, que yo sepa, y si se ha intentado, habrá que confesar que lo hicimos siempre torpe o desafortunadamente.
Imagínese usted lo que valdría para Centro América, una publicación que hiciera para los cinco pueblos, la labor que indudablemente habrá realizado [la colección de libros] Ariel para Costa Rica. Por ahí vendría la Unión y todo lo demás.
¿Quién mejor que usted para intentarlo, y que ocasión mejor es ésta, cuando usted, a más de su propio y ya muy respetado valer mental, tiene el de su posición oficial? Piense en ello, y si le agrada, yo le expondré el plan que yo tenía para esa tarea.
Veo con pena que nos vamos a comer, beber y hablar (¡y qué hablar y beber y comer!) unos ochocientos mil pesos, celebrando el centenario de la Independencia. Y no me causa pena por la cantidad, ni por el uso, sino porque tras de los hartazgos de víveres materiales y espirituales, nos vamos a quedar tan desunidos y separados como antes. ¿Por qué no fundar alguna cosa estable, trascendental, como la que yo le propongo?
Alberto Masferrer
En medio del verano estadounidense, Masferrer y Rosario zarparon y retornaron al territorio salvadoreño a las 06:00 horas del miércoles 11 de agosto de 1920, a bordo del vapor inglés Acajutla, que atracó en el puerto sonsonateco del mismo nombre. Por lo agitado del mar, fue imposible que el matrimonio y el resto de los pasajeros desembarcaran de inmediato. Solo pudieron bajar del buque hasta en horas de la tarde, cuando también se procedió a descargar los 1681 bultos de mercaderías transportados en las bodegas.
El viaje de regreso hacia San Salvador fue efectuado por medio del ferrocarril de occidente, que desde el año 1900 hacía escalas en Sonsonate, Santa Ana, Texistepeque y Sitio del Niño, hasta llegar a la estación final en un costado del Paseo Independencia, en el extremo oriental de la capital salvadoreña. Las estatuas ubicadas a ambos lados de esa vía les dieron la bienvenida a aquellos viajeros, que habían permanecido casi un año fuera del suelo patrio. Durante ese tiempo, los cambios obrados en San Salvador eran muchos y evidentes, igual que los desarrollados en la mente y el cuerpo de Alberto Masferrer.
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