En la Comunidad San Antonio, en el cantón Platanares, Suchitoto, se tejen muchos sueños e ilusiones entre los numerosos niños que corren por sus calles y pasadizos. El fútbol atrapa a la mayoría pero uno de esos chicos, Uriel Canjura, un día cambió la pelota y se decidió por aquel extraño deporte de la raqueta larga y el volante (pelotita con plumas) del bádminton.
Armó con su padrastro Ariel Ardón una cancha con una malla de sacos como red y el piso de tierra. De allí, un largo camino recorrió para jugar como profesional en el Club Real Oviedo de España y ser, hasta el momento, el único medallista salvadoreño en estos Juegos Panamericanos de Santiago 2023.
Un camino de talento y esfuerzo. Es, por lejos, el mejor jugador salvadoreño de este deporte y aspira a estar presente en los Juegos Olímpicos de París 2024 (ya estuvo en los Olímpicos de la Juventud Buenos Aires 2018). La medalla y la actuación ayuda al objetivo olímpico cuya clasificación cierra en abril.
Todos los días está arriba a las 6:00 a.m. para seguir una rutina, la misma desde que vivía en Platanares: pegarle al volante contra la pared desde bien temprano. No paró hasta la medalla panamericana (“Es un sueño, es muy grande para mí carrera”) y va por más (“miraba difícil el camino a los Juegos Olímpicos, pero ahora que ya estamos casi adentro, hay que seguir sumando para el ranking”, se ilusiona.
Secretos no hay, tampoco excusas: de aquella cancha polvosa a este presente de bronce fue el resultado de esfuerzo, sacrificio y un talento trabajado para estar en la elite americana y mundial. “Podemos hacerlo” dice Uriel, el mejor ejemplo de que como reza aquel cántico: “Sí, se puede”.