La importancia de aprender a amar lo imperfecto me surge del planteamiento que después de las diferentes etapas de la vida, por las que todos pasamos, con momentos de éxito y fracaso, alegrías y tristezas, aceptación y rechazo, y circunstancias especiales que afectan el devenir de las personas, para tratar de acercarse a la felicidad, de pronto se sugiere alejarse de lo imperfecto y se desea que las personas del entorno sean perfectas.
Aunque en teoría parece razonable, en la práctica diaria, por como somos los humanos, creo que esa perfección no existe.
Y quizás la primera cuestión en el planteamiento de la perfección, frente a la imperfección, es si en nuestro entorno, en la práctica diaria y nuestra vida, existe algo o alguien perfecto, entendiendo como tal, la plenitud mental y la funcionalidad sin ningún fallo.
Los creyentes, frente a la pregunta de la perfección —supongo que su respuesta espontánea—, dirán es que solo Dios es perfecto, porque es omnipotente, tiene poder sin límites; es omnisciente, la cualidad de saberlo todo, y omnipresente, la capacidad de estar en todas partes simultáneamente. Y en la fe cristiana, es la única respuesta válida.
Pero ya en nuestro mundo, el real y cotidiano, ¿habrá un reloj perfecto, un vehículo perfecto, un aparato electrónico perfecto, una máquina perfecta, una herramienta perfecta, un procedimiento médico perfecto, una receta de cocina perfecta? ¿Y los resultados que puede aportarnos la inteligencia artificial pueden ser perfectos?
Y con las personas, ¿habrá quien sus cinco sentidos, sus doce sistemas y todos los procesos bioquímicos de su cerebro, sus emociones, sentimientos, su inteligencia y su salud son perfectos?
Y con los pies sobre la tierra y analizando la propia vida y la de las personas de su famila y su entorno, ¿usted se considera o considera a alguien como perfecto? ¿Habrá alguna familia perfecta? ¿O una empresa perfecta? ¿O una ideología perfecta? ¿Y así, otras organizaciones o dirigentes perfectos? ¡No los hay!
Sin ser narcisista, ni autosuficiente, soy el primero que creo y siento que no soy perfecto. Asumo mis imperfecciones como normales y naturales. Y siendo realista, creo que nadie lo es, por más que requiera la perfección o ninguna imperfección en su entorno físico y en otras personas.
Entonces nuevamente, con los pies sobre la tierra, para sentirse más o menos feliz, pues nadie es feliz todos los días, el camino más o menos práctico y posible, es aprender a amar las imperfecciones naturales del entorno físico y el humano, asumiendo el reto, de cómo humano, y en lo posible, ir reduciendo las imperfecciones que no nos gustan y es posible mejorar.
Si no se entiende esta realidad, nos alejamos de la posible felicidad y quizás nos sumerjamos en una falsa felicidad, pues desde el punto de vista de la gestión de la calidad de las cosas y las circunstancias, existe en la naturaleza, “la variabilidad”, que como un fenómeno, precisamente natural, no se puede eliminar, aunque si observar, estudiar y proyectar, pero nunca las predicciones son perfectas. Las predicciones del tiempo, de la economía o del estado de salud nunca son perfectas y por eso no hay dos días iguales, dos productos iguales ni dos personas iguales.
La solución humana que nos aproxima a la felicidad es aprender a entender y a amar lo imperfecto, para aplicando la experiencia de las lecciones aprendidas y mejorándolas, acercarnos a la felicidad.
Es una falacia que en la vida real existe la perfección o se puede ser perfecto. Mejor aprendamos a amar y a vivir entre una infinidad de imperfecciones, mejorando las que se puedan mejorar.
Ingeniero/pedroroque.net
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