Todas las culturas y pueblos poseen un evento con el que inician el cómputo de su particular historia. El pueblo romano no fue diferente. Cuenta su historia a partir de la fundación de Roma. Según los historiadores, la fundación de esa ciudad que -más para bien o que para mal- ha forjado la historia de la humanidad, ocurrió en algún momento del año 754 antes de nuestra Era.
No se tiene claro si fue fundada por una banda de fugitivos de diversa procedencia o si se trató de una paulatina fusión de grupo éticos diferentes: una mezcla de poblaciones neolíticas auténticas de la región itálica que se acabó mezclando e integrando con invasores indoeuropeos, lo cual terminó gestando la particular etnia latina.
De acuerdo con antiguas leyendas, Numitor, rey de Alba, fue depuesto por su hermano Arnulio. A fin de asegurar su reino, Arnulio asesinó a los hijos de Numitor y obligó a la hermana de este, Rhea Silvia, a hacerse vestal. Las “vestales”, eran mujeres que permanecían vírgenes so pena de muerte, ya que cuidaban la “buena suerte” de la ciudad, algo parecido a nuestras actuales monjas. De ahí que, al obligarla a convertirse en Vestal, el pícaro de Arnulio se aseguraba no que nadie “con sangre real” le disputaría el trono… o al menos eso creía.
Pero tal como sucede hasta en las mejores familias, resulta que la “virgen” Rhea Silvia… salió embarazada. Ella juró y perjuró que su embarazo era obra -ni más ni menos- que del dios Marte. Ella sabrá, quién soy yo para juzgarla. El tema es que de ese divino embarazo nacieron dos gemelos: Rómulo y Remo. Para protegerlos (igual que pasó con Moisés), la madre los abandonó a las orillas del Tíber; pero en vez de que lo recogiera la hija del Faraón, quien los salvó fue una loba que los amamantó y crío por un tiempo, hasta que fueron rescatados por una pareja de humildes pastores.
Como si se tratase de una buena serie de Netflix, los gemelos crecieron y juraron vengarse del malvado de Arnulio, lo cual eventualmente consiguieron, regresando al bueno de Numitor al trono. Pero los gemelos ya le habían agarrado gusto a eso de no ser súbditos de nadie, así que decidieron abandonar el reino de Alba para fundar su propio reino, previa consulta a los dioses para que estos le indicaran el sitio a donde fundar su ciudad.
Se supone que vieron a una docena de buitres volando que les indicaron el lugar. Se ignora a ciencia cierta sobre si en realidad vieron a las citadas aves de rapiña surcando el cielo o si solo estaban bajo los efectos del cannabis, pero lo cierto es que Rómulo eligió el área a donde siglos después se construiría el Palatino, mientras Remo eligió el área de Aventino.
Rómulo trazó con su arado un surco en torno al área a donde construiría su ciudad, declarando que la tierra levantada constituiría sus muros mientras que el surco sería el foso que los protegería, decretando pena de muerte a todo aquel se atreviera a violarlos.
Pero como Remo era algo dado a las bromas, para burlarse de su hermano y sus delirios de grandeza, mientras le sacaba la lengua, dio un salto pasando sobre “el muro y el foso” de su imaginaria ciudad. Pero la chanza de Remo no pasó sin castigo. Su hermano Rómulo que era mecha corta, no muy dado a las bromas, se enfureció y lo mató por bayunco.
El sentido moralizante de la historia es claro, tal como pasó con la historia arcaica de Caín y Abel, al haber manchado con sangre filial el inicio mismo de la ciudad, las antiguas tradiciones exigieron una purificación de ese pecado original cometido, profetizando que, así como Rómulo había derramado sangre al construir la ciudad, la ciudad misma sería destruida derramando sangre.
Eventualmente Roma prosperó hasta convertirse en el centro del mundo, primero por su poder político, económico y militar; y, posteriormente, al abrazar el cristianismo como religión del Estado, tomó nuevo auge al unir el poder de este mundo, al poder de la fe.
Roma continua viva y en toda su brillante historia ha derramado sangre muchas muchas veces: desde sus guerras civiles hasta las invasiones de los bárbaros -siendo una de las más crueles las que vivieron bajo la tribu vándala, que, por la destrucción gratuita e innecesaria de la ciudad, heredó el nombre de su tribu para asociarlo con toda aquella acción de violencia innecesaria: “acto vandálico”.
Roma ha regado con abundante sangre su suelo, así como el suelo de Europa y África que la rodea, tal vez ya sea hora para que el espíritu de Remo se sienta suficientemente vengado.
Abogado, Master en leyes/@MaxMojica