Buena parte de lo que hoy es la ciudad universitaria se construyó en la década de 1960, como parte de la reforma universitaria. Antes de eso, la Universidad de El Salvador había funcionado dispersa en diferentes locales en el centro de la capital. En ese esfuerzo por construir el nuevo campus, la Universidad logró apoyos diversos: asignaciones presupuestarias por parte del Estado, donaciones de empresarios; parte importante, pero poco reconocido, fue el aporte de estudiantes, docentes y particulares, trabajando voluntariamente los fines de semana.
Obviamente, las nuevas edificaciones mejoraron las condiciones para el trabajo académico; tal sería el caso de los edificios de aulas, laboratorios y bibliotecas. Pero también se construyeron las residencias estudiantiles, el comedor universitario, e instalaciones deportivas, que si bien no tenían relación directa con lo académico, facilitaron nuevas formas de convivencia y experiencias de sociabilidad entre los estudiantes y docentes que no han sido estudiadas y que seguramente incidieron en el surgimiento o redefinición de la identidad universitaria. Incluso había una dimensión estética importante: la eclosión del Teatro Universitario bajo la dirección de Edmundo Barbero, esfuerzo que se nutría del trabajo del bachillerato en artes, impulsado por la reforma de Walter Béneke. No resulta extraño que, “Luz negra”, de Béneke haya sido un éxito en la UES.
En las últimas décadas, la historiografía ha venido discutiendo sobre los cambios culturales que se dan en esos años, lo que se ha dado en llamar los “sesenta globales”, de una amplitud muy grande: música, cine, modas, liberación femenina, cierto revisionismo marxista, el cuestionamiento del imperialismo y el colonialismo, etc. Algunos de esos ecos nos llegaron. Es plausible pensar que en esa década surgió una nueva “comunidad universitaria”. El concepto es amplio y problemático, como todo lo que tiene que ver con identidades, por lo que amerita más estudio. Pero esto es un tema más propicio para sociólogos y antropólogos.
Lo que interesa plantear aquí es que la confluencia de los cambios culturales, la apertura política y la apuesta por la modernización de los gobiernos de la década, las nuevas formas de convivencia estudiantil en la ciudad universitaria, más los cuestionamientos sobre la realidad social provocados en los estudiantes en su paso por las “áreas comunes” incidieron para que los jóvenes se cuestionaran sobre el papel que debían jugar en la sociedad. Condición común en esta etapa de la vida, pero que entonces sería azuzada por un entorno cambiante y retador.
La evolución de las relaciones entre los estudiantes organizados y las autoridades universitarias, en un primer momento, y más tarde el cuestionamiento estudiantil al poder político y económico en el país, sugiere una ruta que vincularía cambio cultural con organización y militancia política. Fabio Castillo llega a la rectoría de la UES con amplio apoyo estudiantil, el cual se refrenda con el involucramiento de los estudiantes en la reforma universitaria y en la construcción de la ciudad universitaria. Sin embargo, unos años después, los estudiantes protagonizan la huelga de “áreas comunes” que los llevó a una confrontación directa con Castillo.
La Facultad de Ciencias y Humanidades, los departamentos y las “áreas comunes” eran las bases fundamentales de la reforma. Y había problemas en los tres, pero eran más evidentes en áreas comunes, que se había convertido en una represa que obstaculizaba el paso al área diferenciada de las carreras. Una contingencia que no fue visualizada por los diseñadores de la reforma, y que posiblemente era provocada no solo por la exigencia de los cursos universitarios y los problemas de articulación entre ellos, sino por las debilidades que los estudiantes traían del bachillerato.
Al margen de esos problemas, los estudios en “áreas comunes”, la vivencia de tiempo completo de muchos estudiantes becados y residentes en la UES, más las inquietudes políticas generadas en el marco del trabajo del PCS o de la Acción Católica Universitaria Salvadoreña (ACUS) conducían a algunos a cuestionarse sobre el papel de la Universidad.
¿Debía continuar produciendo profesionales que, al final de cuentas, trabajarían para el sistema? Sistema que según ellos habían descubierto era explotador, autoritario y excluyente. O, por el contrario, ¿la Universidad debía luchar contra el sistema? Esos cuestionamientos determinaron el cambio de las relaciones entre los estudiantes y Castillo. Por muy brillante y carismático que fuera el exrector, algunos dirigentes estudiantiles, entendían que la Universidad que perfilaba la reforma de 1963, terminaría fortaleciendo el sistema. Para ellos, la Universidad debía optar, no por la reforma, sino por la revolución.
El distanciamiento entre Castillo y los estudiantes organizados requiere más estudio. Geovani Galeas sugiere que cuando Castillo fue candidato presidencial del PAR en 1967, ya consideraba la opción de lucha armada, y afirma “fundó un círculo secreto de estudios marxistas con un grupo de jóvenes universitarios”. La tesis es arriesgada; en esos años en la UES pululaban los grupos de estudios del marxismo, y de ningún modo eran garantía de algo mayor. La evidencia sugiere que la lucha revolucionaria no era ajena a Fabio, pero optaría a ella más tarde y desde su peculiar modo de ser. Como bien dice Galeas, Fabio “estaba acostumbrado a los trajes de casimir y era degustador del whisky fino y la buena mesa”. María Isabel Rodríguez se refiere a él como un “aristócrata revolucionario”, que lo uno no excluye lo otro.
La radicalización política de los estudiantes parece darse entre 1968 y 1972, condicionada por temas como la guerra contra Honduras, los debates al interior del PCS, la huelga de áreas comunes y el conflicto en Medicina por la política de “puertas abiertas” para nuevo ingreso. Como bien ha mostrado Joaquín Chávez, estos cambios determinan el surgimiento de la “nueva izquierda”, en la cual jugaron un papel de primer orden estudiantes universitarios; todos ellos experimentaron los cambios aquí discutidos.
Las organizaciones estudiantiles transitaron de una agenda muy gremial, es decir determinada por los intereses y demandas propias del estudiantado, a otra en la que se puso en primer plano la agenda revolucionaria. Esto porque los frentes estudiantiles pasaron a ser parte de los frentes de masa de las organizaciones político militares. Es decir, el proyecto académico, fue desplazado por el proyecto político revolucionario. Por lo tanto, el papel de la Universidad también cambiaba.
La elección de Rafael Menjívar a la rectoría reflejaría la pugna entre un sector que apostaba por lo académico sin renunciar a lo político, y otro que sin renunciar públicamente a lo académico (pues no era políticamente conveniente), ponía su mayor esfuerzo en vincular a la Universidad con el proyecto revolucionario. Debido a que ninguno de los dos bandos lograba los votos suficientes, en cierto momento, el sector estudiantil propuso que ya no se votara en secreto, sino a mano alzada. En un ambiente tenso y conflictivo, las implicaciones del voto a mano alzada eran obvias. Menjívar fue electo, pero poco después el sector profesional presentó una demanda ante la Sala de lo constitucional que fue aceptada. Este sería el “pretexto legal” para la intervención militar del 19 de julio de 1972 contra la Universidad.
Historiador, Universidad de El Salvador