El llamado a emprender una nueva evangelización se está convirtiendo en la tarea, no una tarea más. La urgencia surge del desencanto con que mucha gente mira a la iglesia hoy: la perciben como una institución en decadencia, cansada, enredada da en tareas poco estimulantes para nuestro tiempo. Algunos hasta pronostican el ocaso de la iglesia. Es la percepción de quienes la ven como una institución social, sin la luz de la fe.
En la historia de la Iglesia ha habido periodos de profunda decadencia. Es entonces cuando han surgido poderosos movimientos de renovación inspirados por el Espíritu Santo. La Iglesia es de Cristo, no una simple institución humana. La creciente crisis que aflige a la Iglesia hoy se superará como una vuelta vigorosa a Cristo y su evangelio. Un evangelio que hay que redescubrir en su frescura, alegría y provocación a las contradicciones del mundo.
Nueva evangelización no será, pues, una campaña de marketing ni la búsqueda de técnicas inspirada en la psicología o la sociología. No hay que inventar una iglesia nueva adaptada al mundo moderno. En primer lugar, es preciso entender que el mundo ha cambiado dramáticamente y la velocidad de cambio se acelera en vez de disminuir. Y que, por tanto, la iglesia no puede quedarse estancada en viejos modos perezosamente conservados, pero con incidencia débil en la gente de hoy. Luego, recuperar la energía que viene de Cristo, transmitir la buena noticia del evangelio de Jesús, que propone un estilo de vida exigente, entusiasmante, absorbente.
Evangelio que hace florecer la fe, la esperanza y la caridad y que se traduce en escuela de oración: una liturgia viva. Y que broten los signos legítimos de la presencia del Espíritu en el corazón de los fieles: alegría, aspiración por la santidad. En particular, se precisa de una pastoral juvenil que vaya más allá de una pastoral del entretenimiento hacia una pastoral misionera.
Sacerdote salesiano y periodista.