"Doy gracias a los dioses por haber nacido libre y no esclavo, griego y no bárbaro, sano y no enfermo, pensante y no torpe, racional y no víctima de ruinosas pasiones…”, decía un heleno de la Edad de Oro, en los tiempos en que un universo lleno de incógnitas sólo tenía sentido asignando a uno o varios dioses lo que la naturaleza presentaba ante sus ojos.
Un dios supremo, Zeus, reinaba desde el Olimpo al conjunto de deidades, entre ellas su celosa consorte, Hera; Apolo, su hijo, que en su carro de fuego recorría el firmamento desde la aurora al ocaso; Neptuno, el monarca de los mares, y Hades, el dios de los infiernos…
Zeus era un incorregible mujeriego, tal lo pinta la leyenda: sedujo a Leda convertido en cisne, a Europa, la raptó convertido en un toro blanco, naciendo de la unión el minotauro (mitad hombre, mitad toro), lo que dio origen a la frase “ponerle cuernos al marido…”, pero además, como el lascivo personaje no atinaba mucho, raptó a Ganímedes, un hermoso joven, para que fuera el copero del Olimpo, ¡función que en la actualidad se asigna a los “sommeliers”!
Carneades, un escéptico pensador, al hablar de Zeus, como ya hemos narrado, decía que “nunca he visto a ese señor”, pese a lo cual la cosmogonía y las leyendas de los griegos son fascinantes relatos que se sitúan por encima de las leyendas de los pueblos nórdicos, de los egipcios con sus dioses, de los hindúes con sus simpáticas aunque un tanto estrafalarias deidades…
El monoteísmo, creer en solo dios, es obra de Akenatón, el consorte de la reina Nefertiti, quien proclamó a Atón, el dios solar, como la única divinidad.
Se dice que el cristianismo se impuso en el mundo por simplificar la visión del cosmos, aunque la existencia de santos como espíritus que interceden entre los hombres y Dios es un resabio de antiguas creencias y al igual que los romanos, que tenían sus “lares” —dioses que protegían a grupos y familias— en la actualidad tales funciones se delegan en santos: una ciudad puede tener su propio “santo” o “protector”, como San Antonio para Padua en el Véneto, la región ligada a Venecia, al igual que el Cristo Negro de Esquipulas y la Virgen de Guadalupe para los mexicanos. San Romero es la figura que con mucha razón venera la gran mayoría de salvadoreños.
Los “milagros” son el factor esencial para que una persona sea beatificada o canonizada, lo que contrasta con la idea de los helenos, para quienes el “milagro” más grande es el orden y majestad del cosmos, el universo, lo que dio origen al termino “cosmetología”…
El cristianismo hizo de cada persona responsable de sus actos
El cristianismo es la doctrina de la libertad, pues al liberar al hombre del “pecado original”, lo que significa arrastrar lacras de antepasados, hace a cada uno de nosotros responsable de sus actos, una realidad que fundamenta mucho de nuestro tiempo…
Por eso, Saulo de Tarso, San Pablo, decía que “para ser libres nos liberó Cristo, por lo que tenemos que mantenernos firmes en esa libertad y no someternos otra vez al yugo de la esclavitud”, es decir, no caer en las garras de dictadores y encantadores que tratan de hacernos creer que hasta hablan con la Divinidad como sumos sacerdotes y que todo lo que hacen, por más malo y pecaminoso que sea, “está bendito”… son falsos profetas, lobos con piel de oveja que dispersan y destruyen las sociedades.