Hay que aceptar la muerte, incluso de amigos. Pero no así como dejaron morir a Raúl Mijango. Estas muertes causan rabia. Por más de un año fue claro que mantener a Mijango encarcelado lo iba a matar. Tenía diabetes y problema de riñones. Lo dejaron en Mariona. Luego le fallaron los riñones y comenzaron a llevarlo dos veces a la semana al MQ para darle diálesis. Se celebraron tres audiencias para revisar si tenía sentido dejarlo encarcelado o si le daban libertad condicional para poder tener la asistencia médica adecuada. Ningún juez tuvo el valor de hacer lo correcto. Luego se sumó una severa neumonía al cuadro clínico de Raúl y tuvieron que internarlo en Cuidados intensivos del Seguro Social. Demasiado tarde.
Al guerrillero, que no podían matar en docenas de batallas, lo terminó matando un sistema de justicia que ha perdido el sentido de lo humano y de lo justo, aparte de su independencia.
Perder amigos y compañeros, que han luchado a la par de uno, es normal, cuando los protagonistas de la guerra ya nos estamos poniendo viejos. Pero perder, de esta manera injusta, a un amigo tan fiel e incondicional como Raúl es un golpe fuerte. Para muchos. Fue un rebelde desde antes de la guerra, un jefe guerrillero ejemplar durante la guerra, y regreso después a las luchas sociales. Se rebeló contra direcciones partidarias, cuando sintió que estaban abandonando el compromiso con los pobres. Fue disidente y a veces intransigente, pero siempre fiel a sus principios. Un terco.
Cuando me pidió apoyarlo en el esfuerzo controversial de la tregua, la cual él estaba mediando entre las pandillas con monseñor Fabio Colindres, no dudé en unirme a este esfuerzo. El fue la cara visible de la tregua, porque dio la cara y no abandonó el compromiso de trabajar por la paz. A esta cara la decidieron borrar del mapa. Hicieron tres intentos de condenarlo por el pecado de haber abierto el diálogo con las pandillas para buscar salidas al círculo vicioso de exclusión social, violencia, represión, más violencia. Fracasaron tres veces, porque aun había jueces decentes e independientes. Al fin conspiraron fiscales con cabecillas pandilleriles, que luego de su captura se habían convertido en testigos criteriados, para hundirlo con una acusación fabricada. Y al fin encontraron a un juez dócil. Resulta que la condena de 13 años de cárcel, que al fin lograron, resultó siendo una condena de muerte. Del resto, de la ejecución a fuego lento, se encargó el sistema carcelario de Osiris Luna.
Sabemos a quiénes responsabilizar de la destrucción de Raúl Mijango: un conjunto de traidores en las líneas de los fiscales, jueces, pandilleros y carceleros. Una asociación ilícita que nadie menciona. Una conspiración contra la justicia.