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Mi amigo, el embajador Francisco Altschul

Francisco era un hombre humilde. Los títulos de “su excelencia”, “embajador”, “señor cónsul” y otros, le podían sobrar, pero una persona humilde le tocaba el corazón. Esa humildad le enseñó a escuchar, a oír antes de opinar, a tener una mente abierta, a entender que nadie tiene la verdad absoluta, que en estos tiempos el dialogo y la búsqueda de consensos son muy necesarios. ¡Cuanta falta hacen esos valores en nuestras sociedades actuales!

Por Mauricio Silva
Profesor

Aparte de los setenta años que fuimos amigos y de los cuales todos, excepto pequeños periodos, compartimos luchas y trabajos, estoy agradecido y valoro en Francisco muchas cosas y cualidades.


Lo primero es esa cualidad que siempre estuvo en él, que guio su actuar. Francisco fue una persona recta, siempre hizo lo correcto, puede haberse equivocado, pero -aunque tuviera un precio alto- siempre se guio por lo que era justo, ético, “lo que había que hacer”. Pagó precio elevado por algunas de sus decisiones basadas en esos principios, pero eso lo hizo un hombre recto, una persona que nos deja un ejemplo de vida.


Francisco era un hombre humilde. Los títulos de “su excelencia”, “embajador”, “señor cónsul” y otros le podían sobrar, pero una persona humilde le tocaba el corazón. Esa humildad le enseñó a escuchar, a oír antes de opinar, a tener una mente abierta, a entender que nadie tiene la verdad absoluta, que en estos tiempos el diálogo y la búsqueda de consensos son muy necesarios. ¡Cuánta falta hacen esos valores en nuestras sociedades actuales!

Él fue un amigo sincero y fiel. Sus amigos cometimos errores, tuvimos posiciones muy distintas en varias cosas, sobre todo durante la guerra y en esta sociedad que algunos tratan de volver a polarizar, el siempre nos dio su amistad. Exponía sus posiciones, le molestaba cuando no entendíamos, pero seguía siendo el amigo incondicional. Lo único que para él no valía era dejar la ética, la transparencia, volverse corrupto; cuando sus aliados tomaron esos caminos, los abandonó.


Francisco fue un hombre culto, amante de las letras, arquitecto de corazón. Cuando empezaba una discusión sobre alguno de esos temas el entraba a ellas con pasión y conocimiento profundo. A la promoción del arte, la arquitectura y la cultura Francisco le dedicó grandes esfuerzos, fruto de lo cual nos quedan varios legados: los diseños de varios edificios que enriquecieron a San Salvador, La Casa de la Cultura en Washington, su lucha por preservar el legado arquitectónico de su ciudad San Salvador, entre otros.

También fue un buen servidor público. Su faceta diplomática comenzó como portavoz del FDR/FMLN en foros internacionales durante el conflicto armado. Después de los Acuerdos de Paz en dos ocasiones representó a El Salvador con el rango de embajador en Estados Unidos. Su excelente labor diplomática le granjeó el respeto y la confianza de diplomáticos y congresistas -de todos los signos políticos- involucrados en las relaciones con nuestro país. Antes y después de ello fundó, dirigió o apoyó varias iniciativas de la sociedad civil, todas buscando un mundo más justo y humano.


Era un hombre bondadoso, preocupado siempre por los demás. Por eso se entregó a las causas que abrazó, porque las creía justas, porque beneficiaban a los más pobres. Hasta en sus últimos días se interesó por los que tuvimos el honor de acompañarlo en esos momentos.

Disfrutó grandemente dos cosas, comer bien y disfrutar un buen vino. Gozó de -como el decía- “las mejores viandas y los más añejados vinos”, aunque no tenían que ser los más añejados, lo que si era obligatorio era el compartirlos con los amigos. Mezclaba su amor por el arte y la cultura con sus viajes.


Con su ida perdemos a un servidor público, caballero culto y, sobre todo, a un buen hombre y gran amigo que deja un ejemplo de vida digna e intachable. Los que luchan toda la vida son indispensables, por ello Francisco vivirá siempre en nosotros y en este país al que amó y sirvió.

Profesor y profesional de la administración pública.

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