En 1925, el pintor salvadoreño Miguel Ortiz Villacorta (1887-1963) pudo plasmar en tela uno de los paisajes más bellos de nuestra campiña: El Valle de Jiboa, donde su inspiración y maestría lograron captar ese mosaico de todos los colores con que la naturaleza se puede vestir, en una alfombra que se extiende en las faldas del impresionante Volcán de San Vicente, el Chichontepec. Vista impresionante, de un riquísimo territorio considerado de los más fértiles, totalmente apto para labores de cultivo. Visión mágica, desaparecida para siempre, al contemplar en medio de tanta belleza, el planchón ingrato de concreto que mancilló el centro del valle, con la construcción de una megacárcel.
Además del ultraje a la estética y a la naturaleza, indigna que el bukelismo con la soberbia que le caracteriza, no tuvo en cuenta el impacto ambiental que esto traería consigo, a pesar de las advertencias del MARN, como tampoco las quejas de los lugareños, antiguos habitantes de la zona, que vieron sus ríos contaminados y sus propiedades expropiadas, y que el miserable valúo oficial, no les permitirá comprar algo similar. El cuido del medio ambiente y el bienestar de los salvadoreños parecen ser letra muerta para los caprichos del mandatario, y las severas consecuencias que una edificación de esa naturaleza traerá para la zona.
Otro triste ejemplo del desprecio por la naturaleza, son las quejas de los vecinos, privados de sus tierras por la construcción del Aeropuerto del Pacífico, que según un estudio del Ministerio del Medio Ambiente, causaría serios daños en el lugar, lo que fue totalmente ignorado por CEPA. El aeropuerto se construirá en el cantón Loma Larga, del municipio de Conchagua, La Unión, en zonas de recarga hídrica y colindantes al manglar El Tamarindo. Parte de la pista de aterrizaje estará dentro del área de influencia de este bosque, por lo que los técnicos del MARN recomendaron trasladar la construcción a dos o tres kilómetros al noroeste, lo cual CEPA desestimó alegando que la nueva ubicación aumentaría los costos.
Al iniciar las obras se observó que el suelo está empapado de agua, pues se trata de un humedal y el límite máximo de las mareas dentro del manglar está solo a 30 metros de distancia. Señala el MARN que el aeropuerto estará sobre una masa de agua subterránea, que ocupará aproximadamente el 52% del mismo. Y afectará a más de 44 especies de animales en peligro de extinción y a las aves migratorias que también pueden poner en peligro a los aviones. Se talarán 478 almendros de río, 183 ceibas, 170 conacastes, 552 laureles y 971 palmas mexicanas. Réquiem por esta tala inmisericorde. El destino de los desplazados que han perdido sus tierras tampoco tiene la menor importancia para NI.
La noticia de que la millonaria Presa de El Chaparral ya genera energía, también ha causado un serio daño para la población aledaña que fuera engañada con la promesa de que a cambio recibirían 19 obras de beneficio social que recibirían, que una empresa mexicana jamás cumplió. La CEL les prometió la construcción de escuelas, pavimentación de calles, casas comunales, paradas de buses y canchas de fútbol para beneficio de los caseríos La Orilla, El Cerrito, El Tamarindo, La Fragua, San Antonio, Las Iglesias y otros más. Lo único que les ha quedado han sido los grandes rótulos con que la CEL anunciaba estos beneficios, luego de dar un adelanto de $14.9 millones a la empresa mexicana CGAL que abandonó los trabajos.
Estos tristes ejemplos parecen ser un adelanto del nuevo El Salvador que el gobierno de Bukele promete construir. A cambio nos dejará un país con una enorme deuda, sequías constantes, desaparecimiento de mantos acuíferos y un desierto en lo que fue una tierra fértil y llena de esperanza, pero con otro aeropuerto y un nuevo tren hacia una imaginaria Bitcoin City.
Maestra.