Historias que importan, gracias a lectores como tú

El periodismo que hacemos requiere tiempo, esfuerzo y pasión. Cada reportaje es para mantener informado y contar historias que marcan la diferencia

Sucríbete y obtén acceso a contenido exclusivo

  
Suscribirme
EPAPER Donald Trump|Miss Universo|Diáspora salvadoreña|Pensiones|Torneo Apertura 2024

El Estado soy yo: Daniel

“El libro es fuerza, es valor, es fuerza, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial del amor” (Rubén Darío)

Por Óscar Picardo Joao

El otrora revolucionario sandinista está traicionando todo… mientras se pavonea por las calles de Managua con su escolta y su Mercedes Benz clase GLS, embriagado de poder y viviendo un síndrome megalómano de semidiós: expulsa nicaragüenses, extradita a políticos -incluyendo a la ex comandante Dora María Téllez-, les quita la nacionalidad a los ciudadanos, prohíbe las procesiones, encarcela clérigos, cierra universidades y dirime quién es traidor y quién es fiel a sus nuevas majestades.

Atrás quedaron los principios de la Juventud Revolucionaria Nicaragüense (JRN), Juventud Patriótica Nicaragüense (JPN), el Movimiento Nueva Nicaragua, la sensibilidad de Solentiname, y “un grupo de jóvenes comprometidos con la democracia y la justicia social sin seguir el estandarte de ningún partido”, el periódico Trinchera, y otras utopías que tuve la oportunidad de respirar en mi paso pastoral por Murra, Nueva Segovia allá por 1980. El cerebro de Daniel Ortega se enfermó con el poder y el dinero, se contagió de latifundismo somocista.

Todo el aparato del Estado nicaragüense está cooptado por una ideología centrada en la pareja presidencial: Daniel y Rosario; un fenómeno obsesivo de culto basado en el miedo, en el terror, en el fanatismo y en el triste adagio apócrifo de Luis XIV:  “el Estado soy yo”.

El día 15 de agosto, en su paranoia política, el gobierno de Ortega Murillo a través de una juez prepago, ordenan el cierre de la Universidad Centroamericana (UCA) de Nicaragua, le congelan las cuentas, le confiscan el campus y sus bienes y la declara una organización terrorista.

La UCA de Nicaragua fue fundada en 1960 por la Compañía de Jesús, siendo la primera universidad privada en el país; se trata de una institución prestigiosa dedicada a la ciencia y a formar profesionales altamente calificados.

Los antecedentes de este hecho infame están asociados a lo ocurrido en 2018; cuando el país vivió una controversial reforma a la seguridad social impulsada por Daniel Ortega y su esposa; la UCA sirvió de refugio para los manifestantes que fueron reprimidos. Posteriormente continuó la persecución contra algunos de sus más importantes académicos, entre ellos el vicerrector y prestigioso científico biólogo molecular Jorge Huete, a quien se le impidió el ingreso al país.

De manera ridícula y vergonzosa el Consejo Nacional de Universidades de Nicaragua (CNU) ha informado este jueves que la recién cancelada Universidad Centroamericana (UCA), dirigida por jesuitas, pasará a llamarse “Universidad Nacional Casimiro Sotelo Montenegro”, en honor al guerrillero sandinista del mismo nombre; el cual seguramente se debe estar revolcando en su tumba; no olvidemos que Casimiro Sotelo Montenegro fue un líder estudiantil de la UCA en los años 60 que se opuso a la dictadura de Somoza, por cierto a una muy parecida a la que vive Nicaragua hoy.

Pero no es un simple cambio de nombre, están cerrando a una universidad, expropiando un patrimonio privado de carácter social y etiquetando a una institución seria y científica como terrorista; y esto es muy grave, a tal punto, que es uno de los principales síntomas del fin de la democracia en Nicaragua; podrá haber elecciones, pero ya no hay democracia ni libertad; el país está secuestrado.

Debemos recordar al actual gobierno nicaragüense que “Ninguna sociedad es superior a sus universidades…; la estatura ética, cultural y científica de un país depende de lo que sucede en los recintos académicos superiores”. No es la clase política -generalmente corrupta-, tampoco la fuerza productiva empresarial, es la educación, sus maestros y científicos los que definen frente a qué país estamos; la calidad educativa es la que marca la pauta de la honorabilidad y posibilidades de ser una nación respetada y tomada en cuenta.

También acuñamos en esta reflexión las sabias palabras de Ignacio Ellacuría, recordando el rol de las universidades en las sociedades actuales: “La universidad no será lo que debe de ser ni resolverá sus problemas hasta que encuentra la solución adecuada al problema de su politicidad” (Universidad y política, 1979). Efectivamente, como entidades que se atribuyen el rol de ser conciencia critica de la sociedad, no hay espacios para la neutralidad, lo contemplativo, lo irreal y el miedo; estamos frente a un potente mensaje a los rectores cartujos.

La politicidad de la universidad no es meterse en política ni tener preferencias ideológicas; la ausencia de politicidad es negar la realidad, obviar la posición crítica, evadir la responsabilidad histórica institucional y ser acientífica; porque la universidad, es de suyo una realidad que se mueve en el campo de las fuerzas sociales. Es un centro de ideas, praxis y cultura. Politicidad es una postura responsable y ética frente a la sociedad.

La universidad está llamada a dudar, preguntar, criticar para acercarse a la verdad y transformar la realidad en dónde está enclavada. Esta es su principal misión y no sólo ser “ascensor social” y una plataforma dispensadora de títulos, como diría Martín-Baró.

El cierre de la UCA de Nicaragua es un símbolo con un significante poderoso para el resto de universidades de la región; sobre todo para los países asediados por gobiernos corruptos y autoritarios. Lo cual representa un dilema ético entre hacer ciencia con gríngolas o ser consecuentes con los valores universitarios de la verdad, justicia y cientificidad.

Efectivamente, una de las principales tareas de la ciencia -diría Ramón y Cajal- es buscar la verdad, no la verdad de nuestras afirmaciones sino la verdad de la realidad misma; una responsabilidad profunda y que demanda convicciones. No podemos enseñar en las aulas de Derecho el imperio de la ley, la seguridad jurídica, el respeto a la Constitución, la justicia, entre otros grandes contenidos y actuar de un modo cobarde e hipócrita, guardando silencio y no viviendo lo que intentamos que aprendan los estudiantes.

Muchos de esos libros, de los que habla Rubén Darío en la cita inicial, que son valor, fuerza y alimento, antorcha y manantial, se escriben en los espacios universitarios. Nicaragua sin lugar a dudas retrocederá, se irá aislando, sin ciencia y sin academia; el miedo y el terror serán los nuevos maestros. Pero como dice la saga “Esto también pasará…” 

Disclaimer: Somos responsables de lo que escribimos, no de lo que el lector puede interpretar. A través de este material no apoyamos pandillas, criminales, políticos, grupos terroristas, yihadistas, partidos políticos, sectas ni equipos de fútbol… Las ideas vertidas en este material son de carácter académico o periodístico y no forman parte de un movimiento opositor.

Investigador Educativo/opicardo@asu.edu

KEYWORDS

Dictadura Nicaragua Opinión

Patrocinado por Taboola

Inicio de sesión

Inicia sesión con tus redes sociales o ingresa tu correo electrónico.

Iniciar sesión

Hola,

Bienvenido a elsalvador.com, nos alegra que estés de nuevo vistándonos

Utilizamos cookies para asegurarte la mejor experiencia
Cookies y política de privacidad