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Todos, todos, todos, todos

Así que la próxima vez que alguien con pelo morado, anillo en la nariz y tatuajes de corazón con una cruz se siente al lado suyo en la iglesia, no se asuste y piense que el fin del mundo ha llegado.

Por Carmen Maron
Educadora

El otro día, comentaba con una conocida la frase de “Todos caben en la Iglesia” de la Jornada Mundial de la Juventud 2023. Me vio con cara de horror y me dijo: “¿Te imaginás? Qué fatal. Ahora la Iglesia va a estar llena de gente pecadora e inmoral”.


Me quedé perpleja. Según entiendo yo, la Iglesia ya esta llena de gente pecadora e inmoral. La diferencia esta en que quizás algunos no se dan cuenta que lo son, o se dan cuenta pero son pecadores decentes. Y más allá de eso, Jesús, durante sus tres años de ministerio, parecía preferir a esa gente pecadora e inmoral. Se acordarán de la samaritana que había tenido cinco maridos y estaba en pecado con un sexto, el mañoso de Zaqueo que se escondió en el árbol y terminó dando una cena, la adúltera que se salvó de ser apedreada. O quizás se acordarán de ese colmo del Señor de tratar con esa gente pecadora e inmoral e invitar a un recaudador de impuestos a ser su discípulo, tomando en cuenta que en tan selecto grupo ya había un guerrillero (Simón el Zelote). Realmente, ¿en qué estaría pensando Jesús?
¿Quizás que en esos doce caben todos, todos, todos?

Y es que como cristianos se nos olvida que todos somos pecadores tratando de llegar al cielo; que todos estamos necesitados de misericordia, y que la Iglesia (como decía el mismo Francisco), es un hospital, no un club de almas purgantes. Con el “todos, todos, todos, todos” nadie está diciendo que la Iglesia va a dejar de llamar pecado a lo que es. La diferencia es que probablemente va a ver a alguien que peca diferente que usted sentado al lado de la banca.
Hace unos años, alguien se acercó y me contó en son de “chambre-oremos por él” que el muchacho de negro sentado dos bancas atrás era “gay” (odio esa palabra). Ella no entendía por qué el Padre dejaba que llegara. O sea, y además ese pelo medio rubio medio negro…


“No sé”, le dije fingiendo inocencia (mi párroco es fenomenal, y sabía que le iba a contestar), “quizás le debería preguntar a usted. Y de pasó ¿será que todos los señores que pasan a comulgar le son fieles a sus esposas?”.
“Ay, Dios, pídale peras al olmo…”.


“Pues mire, qué casualidad que ambos son pecadores, pero el de negro nunca se para a comulgar”.


Obviamente caí en desgracia. Pero, mientras subimos fotos de las botas arcoíris, llamamos feministas a películas que ni hemos visto, criticamos a la niña que llegó con los jeans rotos a misa y no nos acercamos a la niña embarazada que llora silenciosamente, porque se ve sucia, explíquenme ustedes que estamos haciendo. ¿Quizás pecando de arrogancia?

Porque en la Iglesia caben todos, todos, todos. Porque allí es dónde las vidas van a cambiar. Y quizás en lugar de estar tan obsesionados con que “a mis hijos no los toquen” deberíamos estar obsesionados con inculcar vocaciones sacerdotales en ellos (es terrible que cuando un joven quiere ser sacerdote diocesano, parece que DE VERDAD, a mis hijos no los toca ni Dios), y con prepararlos para ir a las periferias a ser misioneros (algo que todos los laicos somos)- las periferias que no son el asilo de ancianos, sino quizás sus propios amigos y compañeros los que necesitan ayuda y un cambio de vida.


Si no vamos a generar un cambio en el mundo ¿para qué estamos los laicos pues? Lo que pasa es que implica compromiso, preparación, coherencia y quizás más Biblia y menos sacramentales. Más realidad y menos “dulzonería”. Porque los laicos somos llamados a ir dónde un sacerdote no va. Porque “si la sal se vuelve sosa, ¿quien podrá salar al mundo?”.


Así que la próxima vez que alguien con pelo morado, anillo en la nariz y tatuajes de corazón con una cruz se siente al lado suyo en la Iglesia, no se asuste y piense que el fin del mundo ha llegado. Por el contrario, déle gracias a Dios que esta allí, sonríale y pídale a Dios que vengan más de los que pecan de manera distinta a la suya. Porque en la Iglesia cabemos TODOS, TODOS, TODOS.

Educadora

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