Las casas salesianas nunca cierran. Durante la semana se concentran en el trabajo educativo “normal”. Los fines de semana se abren de par en par para recibir una pacífica invasión. Es la oportunidad para los oratorianos. Cualquier hijo de vecino puede franquear sus puertas y encontrar allí un espacio acogedor donde divertirse, formarse o simplemente pasar el rato con sus amigos.
El oratorio salesiano tiene su magia. Música, compañerismo, deporte, religión, alegría son los ingredientes que atraen a niños, jóvenes y adultos como moscas a la miel. Es la oportunidad para quienes no tienen mayores oportunidades. Los otros, los que cuentan con recursos económicos pueden disfrutar en playas, en el club exclusivo o en la excursión costosa. Para el pueblo-pueblo está el oratorio.
A Don Bosco le acongojaba el corazón ver a tantos muchachos pobres viviendo una vida descolorida desprovistos de horizontes. Y se le ocurrió fundar esa “parroquia” original que congregara en clima de fiesta a los desheredados, donde la búsqueda de Dios se realizara en estilo juvenil y popular.
La celebración eucarística oratoriana puede que haga fruncir el ceño a alguna piadosa señora acostumbrada a liturgias severas. Centenares de muchachos impacientes, en trajes deportivos multicolores, cantando y rezando con entusiasmo revuelto con pecadillos estéticos, más espontáneos que formales, componen una asamblea cristiana desconcertante para quien no está familiarizado con los ambientes salesianos.
En El Salvador cada obra salesiana tiene su oratorio dominical. Algunos con más muchachos que otros. Las ofertas atractivas varían de uno a otro. Pero todos tienen una característica común: el muchacho se siente a gusto en ese ambiente, como pez en el agua. Los pocos salesianos que “descansan” el fin de semana en el trajín del oratorio están acompañados de un impresionante equipo de colaboradores laicos, hombre y mujeres, la mayoría jóvenes. Algunos son veteranos en lidiar con generaciones de oratorianos. Otros son muy jóvenes. Todos prestan gratuitamente su fin de semana, y con frecuencia más tiempo, a la gratificante tarea de hacer felices a marejadas de niños, jóvenes y adultos.
De esta forma sigue viva entre nosotros la intuición genial de Don Bosco: traducir en clave juvenil y popular la alegre noticia de la salvación.
Sacerdote salesiano y periodista.