Herodías, la nueva esposa de Herodes, presionaba para que Juan el Bautista fuera ejecutado. La influencia del profeta sobre el pueblo era tal que exacerbaba sus temores. De niña, Herodías había sido prometida en matrimonio a Felipe, el hijo más pequeño y de menos talla del rey de Israel. Toda su vida la mantuvieron confinada en la casa real dado que ella, como los demás herederos asmoneos, siempre estaba en una posición peligrosa dentro de la familia herodiana.
Los asmoneos eran descendientes de Judas Macabeo, un héroe patriota y religioso muy admirado e idealizado por los judíos. Por esa admiración los asmoneos, por el mero hecho de serlo, eran vistos como rivales potenciales de los herodianos. La abuela de Herodías había sido asesinada, al igual que dos de sus tíos. Razones suficientes para que se sintiera insegura en todo tiempo.
Se cree que Herodías tendría entre 20 a 30 años cuando conoció a Herodes. A ella le encantó la idea de casarse con él porque de esa manera lograba establecer una alianza entre las dos dinastías donde cada uno alcanzaba sus propósitos. Herodes ganaba la reputación de estar casado con una descendiente directa de los macabeos y Herodías ganaba la seguridad que su nuevo esposo le ofrecía. Se trataba del encuentro de dos ambiciones. Ambos se sintieron tan animados por la perspectiva del nuevo matrimonio que no repararon en las dificultades que había de por medio. Una de ellas era que Herodías era sobrina de Herodes y un matrimonio con él quebrantaba explícitamente las leyes levíticas contra el incesto y, otra, que ella era una mujer casada. Nada menos que con Felipe, hermanastro de Herodes.
Fue así como Juan el Bautista llegó a ser objeto de la atención de Herodías, quien lo odiaba profundamente por ser el elemento que amenazaba su nueva estabilidad. En su calidad de profeta popular atraía multitudes que en cualquier momento podían volverse en contra de sus gobernantes. Ella deseaba una represalia directa y rápida, pero Herodes sabía que Juan era un hombre justo y santo. Aunque lo tenía en prisión, no se atrevía a ponerle mano.
Herodías tenía una hija adolescente de su anterior esposo que se llamaba Salomé. En el día del cumpleaños de Herodes su madre la instruyó para que bailara sensualmente delante de él. Herodías conocía muy bien las pasiones de su nuevo esposo. En efecto, Herodes quedó encantado con el baile de Salomé y le juró delante de todos los invitados que le concedería una petición, la que fuera. Orientada por su madre la joven le pidió a Herodes que le entregara en una bandeja de plata la cabeza de Juan el Bautista.
Herodes quedó consternado con la petición de su hijastra, detrás del cuerpo atractivo de la joven se escondía un corazón calculador y perverso. Por no quedar mal delante de sus amigos Herodes ordenó que se le concediera la petición a la joven. De esa manera, Juan fue decapitado. Sus discípulos recogieron su cuerpo y lo sepultaron sin saber el destino que su cabeza había tenido. Luego fueron a Jesús y le comunicaron lo ocurrido. Él se fue a un lugar apartado donde estuvo un tiempo en soledad. El asesinato del profeta era un presagio de la futura cruz que le correspondería afrontar.
Herodías había logrado eliminar al profeta, pero, como suele ocurrir, eso no logró suprimir su mensaje. Muy pronto Jesús retomaría sus enseñanzas y las desarrollaría a un nivel que ni siquiera Juan imaginó. El movimiento del Bautista tampoco se detuvo, una buena parte de sus discípulos se convirtieron en seguidores de Jesús. Otra parte siguió impactada con la vida ejemplar de Juan y continuaron viéndolo como el mayor de los profetas, algunos también lo veían como el Mesías. Décadas después, cuando se escribió el evangelio de Juan, los cristianos se vieron en la necesidad de aclarar el malentendido: «No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz» (Juan 1:8). Algunas veces los hombres de Dios brillan de tal manera que su luz parece la de Dios. Fueron enviados para encarnar en la historia la palabra y los deseos del Señor.
Pastor General de la Misión Cristiana Elim.