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La pregunta de Juan

«En este mundo, los reyes y los grandes hombres tratan a su pueblo con prepotencia; sin embargo, son llamados “amigos del pueblo”. Pero entre ustedes será diferente. El más importante de ustedes deberá tomar el puesto más bajo, y el líder debe ser como un sirviente» (Lucas 22:25-26).

Por Mario Vega

La autenticidad de Juan el Bautista incomodaba a Herodes y a su nueva esposa Herodías, razón por la que había sido capturado. Juan era un auténtico profeta, había logrado discernir las señales de los tiempos y posicionarse con relación a su realidad. Con una fuerte espiritualidad había logrado escuchar la voz de Dios para su tiempo y regalaba libremente esa palabra a quienes desearan escucharlo.

Juan tenía una idea del Mesías similar a la del resto del pueblo. Siguiendo la tradición davídica, concebía al Mesías como un guerrero liberador que terminaría con las injusticias y devolvería a Israel la soberanía en todo su territorio. En su predicación, lo presentaba como alguien que intervendría violentamente: «Ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará» (Mateo 3:10,12).

Es posible que por la esperanza puesta en esa concepción tuviera a menos el hecho de estar en la cárcel, el Mesías había aparecido y pronto terminaría con el gobierno corrupto de Herodes y recobraría la libertad. Pero el tiempo transcurría y aquel Jesús a quien había bautizado no daba muestras de iniciativas para el combate. Juan estaba confundido porque lo que escuchaba de Jesús, a través de sus discípulos, no concordaba con lo que había anunciado. Ese Jesús no tenía un hacha en la mano, el nazareno tampoco estaba cortando los árboles que no daban buen fruto, tampoco tenía un rastrillo para separar la paja y quemarla en un fuego sin fin. ¿Y si Jesús no era el Mesías? El hecho de continuar en la cárcel ¿no era una evidencia de que quizá el Mesías aún no había llegado?

Juan envió a dos de sus discípulos para preguntarle a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?». Jesús les respondió: «Vayan y cuéntenle a Juan lo que están viendo y oyendo: Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian las buenas nuevas. Dichoso el que no tropieza por causa mía» (Mateo 11:4-6). El Mesías poseía una misión muy diferente a la que Juan esperaba. En lugar de acciones de fuerza, realizaba obras de servicio y compasión a favor de ciegos, cojos, leprosos y pobres. El Mesías había llegado para servir y salvar, no para destruir. Su camino de redención pasaba por la conversión. De nada servía hacer justicia por la fuerza, más bien, eran los mismos injustos quienes debían convertirse y terminar con sus injusticias.

La misma lección enseñaba Jesús a sus seguidores sobre las diferencias entre el poder y el servicio: «En este mundo, los reyes y los grandes hombres tratan a su pueblo con prepotencia; sin embargo, son llamados “amigos del pueblo”. Pero entre ustedes será diferente. El más importante de ustedes deberá tomar el puesto más bajo, y el líder debe ser como un sirviente» (Lucas 22:25-26).

La respuesta de Jesús iluminó a Juan. Pero la respuesta traía implícita la posibilidad de que nunca saliera de prisión. Entendió entonces que la fe en el Mesías era un camino lleno de persecuciones y sufrimientos en el que estarían presentes los tentáculos del maligno que son el poder, la ambición, el egoísmo, el odio y la manipulación. Pero en eso consistía el profetismo de Juan: no en que acertara en su idea del Mesías, sino en su capacidad de poder escuchar la voz de Dios. Eso hasta el punto de poner en duda sus propias convicciones y apreciaciones con respecto a la realidad.

Para acercarse a la espiritualidad de Juan el Bautista se debe aprender a ponerse en duda a uno mismo. Poner en duda todo lo que se piensa. Poner en duda las imágenes de Dios y de Cristo que se puedan poseer. Poner en duda los prejuicios y las etiquetas que se colocan a los vecinos, los amigos, los conocidos. Etiquetas que distancian y matan, que impiden el verse como humanos.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Opinión

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