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Luchando por el cuerpo perfecto

Es difícil definir por qué algunas jóvenes tienen una imagen distorsionada de su propio cuerpo. Por eso es necesario que los padres no sólo validen a sus hijos por su físico, sino que busquen ayuda ante comportamientos obsesivos con el peso y la comida.

Por Carmen Maron
Educadora

Esta es una historia que una exalumna mía, a quien llamaremos María, me pidió que escribiera. María es una persona real, por lo cual les pido que si van a comentar algo, piensen que ella está tratando de sanar heridas.
Conocí a María en el 2016, a los diecisiete años, pues necesitaba prepararse para un examen internacional. Trabajé con María seis meses, pero quedamos en contacto. Un día me hizo una pregunta, de la nada, sobre la cirugía bariátrica. No era ni rellenita, así que le expliqué, riéndome, que ella no era candidata y seguí con la clase. De haber sabido lo que estaba pasando en su mente, hubiera llamado a su madre.
María creció en un hogar de clase media. Iba a un colegio pequeño donde, ella misma admite, no había bullying. Como a cualquier niña se le decían cosas como: “Si sos gordita, nadie se va a fijar en ti de grande”, “¿Te vas a comer ese otro tamal entero?”. Nunca se le dijo con cólera. María tenía un hermano mayor, Pedro, que era un deportista súper disciplinado, se graduó del colegio con honores y con una beca y eventualmente sacó dos carreras al mismo tiempo. Era el “modelo a seguir”.
A raíz de esto, María poco a poco se convenció que en realidad tenía que ser tan disciplinada y exitosa como su hermano y esto cual incluía ser delgada y tener el cuerpo perfecto. Pidió una báscula y se puso como meta pesar menos de 100 libras. Para cuando María se graduó en el junio del 2016, segunda de su promoción, vivía la bajo un régimen autoimpuesto que incluía dos horas diarias en el gimnasio después del colegio y un conteo obsesivo de calorías. En retrospectiva, había banderas rojas por todas partes, pero su crisis no fue evidente para nadie. Juana le dijo a María lo orgullosa que estaba de su hija, tan disciplinada, juiciosa, casera y guapa. Esto, por loco que suene, le hizo creer a María que estaba haciendo las cosas bien.
Al ser segunda de su promoción, se había ganado una beca para estudiar en el extranjero, en una reconocida universidad. Los primeros meses fueron maravillosos. Por primera vez se sintió libre del estrés de la comparación con Pedro. Iba bien en sus clases, se hizo parte del equipo femenino de fútbol, tenía una vida social activa y hasta novio.
Cuando Juana llegó a visitarla para el Día Acción de Gracias, María estaba feliz de ver a su madre y se dieron un gran abrazo. Juana le dijo medio en broma: “¡Qué gordita estás!”. Al día siguiente fueron de compras y María le pidió, entre otras cosas, una báscula. Durante la visita, sin embargo, la pasaron bien.
El Día de Acción de Gracias fueron donde unos amigos y María recuerda que comió un poco de todo. Al siguiente día, su madre se regresó y María decidió ver cuánto pesaba. Dice que el mundo se le vino encima cuándo la báscula marcó 110 libras. Para la altura de María (1.72), era un peso normal, pero ella se volvió loca.
María no podía regresar a pasar Navidad en El Salvador, y la familia de su novio la invitó a visitarlos. Se arregló que María se quedara en otra casa. Conocer a la familia de su novio y estar en casa extraña le produjo una crisis de nervios. Allí descubrió los laxantes y los usó para bajar diez libras. Pasó bien las Navidades, pero ese 110 no se le borraba de la cabeza.
Los siguientes meses fueron confusos. María volvió a sus rutinas extremas, tomaba batidos o agua dos veces al día y comía sólo ensaladas. El sentimiento de vacío en el estómago y el de hambre llegaron a ser placenteros, pues le hacían sentir que podía controlar todo. En su mente, entre menos comía, más disciplinada era. Al final, se armó un “ayuno intermitente” donde sólo comía una comida “grande”, cada dos días.
Su compañera de habitación estaba preocupada y la invitó a pasar las vacaciones de primavera en su casa.El fin de semana antes de salir, el novio no pudo más con lo que el consideraba una conducta obsesiva y la cortó. Eso fue el detonante, canceló la visita y decidió no tomar ni agua toda esa semana y hacer más ejercicio porque obviamente la habían cortado por “gorda”. Por dos días pasó horas en el gimnasio, repitiendo rutinas obsesivamente. Al tercer día, el entrenador del gimnasio le dijo que no la iba a dejar entrar más, porque evidentemente tenía un desorden alimenticio. María regresó a su dormitorio, se tiró al suelo llorando a gritos y comenzó a hacer abdominales. Se despertó en la UCI, completamente deshidratada. Su compañera regresó antes de lo planeado y la encontró inconsciente.
María padecía, entre otras cosas, de desnutrición severa, anemia, inflamación del hígado, etc. Le dieron la opción de que la llegara a traer su madre o remitirla a un centro de tratamiento para desórdenes alimenticios, pues pesaba ochenta y ocho libras. Juana viajó a traerla, porque no podía mantenerla en un programa en Estados Unidos. De regreso en El Salvador, trató de ayudarla, pero María estaba muy mal. Perdió su beca, pero no le importó. Sólo le importaba no engordar. Pasó por psicólogos, psiquiatras y pastores, pero la internaron en el hospital vez tras vez durante los próximos tres años
En marzo del 2020, sus padres, que llevaban casi tres años luchando con ella, decidieron viajar a conocer a su nieto de año y medio, pues Pedro vivía fuera del país. La dejaron en casa de una tía médico, con quien María se llevaba bien. Cerraron fronteras, y los padres se quedaron de varados por casi seis meses. María cree que eso, más el miedo a morirse de covid, la hizo darse cuenta que se estaba matando. Con la ayuda de su tía, consiguió terapia online, con una psiquiatra y a una nutrióloga. Su tía fue clave en supervisar esos meses críticos en que luchó por volver a comer normalmente.
María aún lucha con su autoimagen, y esta consciente de que será algo de toda la vida. Quiso contar esta historia porque hablar de anorexia y bulimia es aún tabú en El Salvador. Como en muchos países del mundo, las que la padecen casi siempre son jovencitas que vienen de familias de ingresos sobre el promedio, por lo que su incidencia se subestima. Es difícil definir por qué algunas jóvenes tienen una imagen distorsionada de su propio cuerpo. Por eso es necesario que los padres no sólo validen a sus hijos por su físico, sino que busquen ayuda ante comportamientos obsesivos con el peso y la comida. La historia de María tiene un final feliz. Otras no tanto.

Educadora.

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