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El mensaje de Juan

«Él (Cristo) está listo para separar el trigo de la paja con su rastrillo. Luego limpiará la zona donde se trilla y juntará el trigo en su granero, pero quemará la paja en un fuego interminable» (Lucas 3:17).

Por Mario Vega

En el año 26 llegó a Judea un nuevo prefecto llamado Poncio Pilato. Este fue un funcionario soberbio que de llegada cometió la torpeza de ingresar a Jerusalén los estandartes con la imagen del emperador, lo cual los judíos consideraron imágenes idólatras. El rey Herodes Antipas, queriendo siempre ganarse el favor popular, apeló directamente ante el emperador para forzar a Pilato a retirar los emblemas. Pero, aun con ese logro, Herodes estaba lejos de ser aceptado como rey.

Cuando un gobernante desea respaldo popular, lo desea pronto y a cualquier precio. En ese afán Herodes tomó la decisión de divorciarse de su esposa árabe para casarse con Herodías, quien era la esposa de su hermanastro Felipe. El interés de Herodes por Herodías respondía a que ella era del clan asmoneo, del cual ciertos círculos judíos poseían una imagen nostálgica e idealizada dado que eran los descendientes de Judas Macabeo, un héroe patriótico defensor de la espiritualidad judía. De la misma manera que el rey David se había casado con la princesa Mical, Herodes ahora se casaba con una descendiente macabea.

Pero todos los esfuerzos de Herodes por consolidarse políticamente encontraban un escollo formidable en Juan el Bautista, a quien el pueblo tenía por profeta. El mismo Herodes reconocía que Juan era un hombre justo, a pesar de que se había instalado en el valle del Jordán estropeando los planes modernizadores que tenía para el lugar. La oposición de Juan no solo se expresaba en el asiento que había escogido para su ministerio sino también en sus enseñanzas en contra de los abusos del poder: «Las multitudes preguntaron: —¿Qué debemos hacer? Juan contestó: —Si tienes dos camisas, da una a los pobres. Si tienes comida, comparte con los que tienen hambre. Hasta los corruptos recaudadores de impuestos vinieron a bautizarse y preguntaron: —Maestro, ¿qué debemos hacer? Él les contestó: —No recauden más impuestos de lo que el gobierno requiere. —¿Qué debemos hacer nosotros? —preguntaron algunos soldados. Juan les contestó: —No extorsionen ni hagan falsas acusaciones, y estén satisfechos con su salario» (Lucas 3:10-14).

Todo eso Juan lo hacía plenamente convencido de su llamado y su misión. Su predicación y estilo de vida reflejaban una espiritualidad y entrega impresionantes, pero tampoco era un ingenuo que desconociera las repercusiones políticas de sus posturas. Las conocía muy bien y sabía emplearlas con gran sabiduría sabiendo que la principal protección que jugaba a su favor era su integridad.

La parte más perturbadora del mensaje de Juan era su anuncio sobre la venida del Mesías. Había creado una gran expectativa entre las multitudes quienes pensaban que el Cristo llegaría pronto o, incluso, que Juan era ese Mesías. En ese momento, y por muchos siglos, los judíos habían esperado un Mesías guerrero, liberador. Un salvador que restablecería la monarquía davídica y acabaría con reyes usurpadores como Herodes. Un Cristo que reuniría al pueblo para expulsar a los romanos y que restablecería la soberanía del territorio.

Esa concepción también la compartía Juan y, por eso, sus profecías lo presentaban como un Mesías justiciero. Mientras él bautiza con agua, el Cristo bautizaría con fuego. Decía: «Él está listo para separar el trigo de la paja con su rastrillo. Luego limpiará la zona donde se trilla y juntará el trigo en su granero, pero quemará la paja en un fuego interminable» (Lucas 3:17). El movimiento de Juan era muy popular y movilizaba a multitudes al valle del Jordán. La zona ahora poseía un dinamismo espiritual muy robusto que intriga incluso a los líderes del judaísmo al mismo tiempo que echaba al traste los planes de Herodes. Con el anuncio de la inminente aparición del Mesías el ambiente se volvía aún más inestable.

El historiador Flavio Josefo describe el ambiente político generado por Juan: «Cuando a las multitudes que lo rodeaban se agregaron otros, Herodes se alarmó, debido a que sus sermones los soliviantaban en sumo grado. La elocuencia que tanto efecto había surtido en las gentes podía conducir a alguna forma de sedición, pues parecía como si estuvieran dirigidos por Juan en todo cuanto hacían». Por mucho que el mensaje y la figura de Juan quieran espiritualizarse, no es posible soslayar el hecho de que se produjeron en una realidad específica muy convulsionada.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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Cristianismo Lucha Contra La Corrupción Opinión

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