La riqueza y grandeza de un ser humano se miden por su capacidad de amar. El problema es que amar puede resultar un término ambiguo. Bajo el concepto de amor puede esconderse un refinado egoísmo. Basta comprobar con qué ligereza se utiliza el término amor en canciones, novelas películas… que bloquean la comunicación. Renunciamos a dividir a los demás en buenos y malos.
La familia sana es escuela de comunicación donde las diferencias son asumidas: género, generaciones, fragilidades, lengua. Una relación humana sana hace crecer Vistas así las cosas, bienvenida la tecnología que amplifica nuestra capacidad de amar. Siempre que sea una tecnología con corazón.
Las redes sociales son ambiguas: pueden atrapar o liberar. Pueden amplificar nuestro egoísmo o nuestra capacidad de relación. Las redes sociales son ventanas al mundo. Pero sabemos que detrás de las redes hay alguien que las maneja para bien o manipula para explotar. Pueden mostrarnos las bellezas de la humanidad o filtrar maliciosamente la realidad. Si distorsionan la realidad, ocasionan una ceguera intencionada.
Jesús es modelo de comunicador: “Ven y verás”. Es la invitación que hace a sus discípulos. No les ilusiona con promesas engañosas. Ellos lo verán metido entre la gente, abierto a las necesidades de los pobres y enfermos, expulsando demonios, transformando pecadores. Él es el mensajero y el mensaje.
Las redes abren multitud de ventanas para ver la realidad. Pero abunda allí la falsificación, la distorsión. Ven y verás. Que no nos vendan gato por liebre. Que adquiramos la capacidad crítica para “ver” sin dejarnos embaucar. Abracemos agradecidos la maravilla de las redes sociales. Pero seamos cautos para no dejarnos atrapar.
Disfrazamos de amor cualquier egoísmo explotador o cualquier inclinación narcisista. Y así filtramos el objeto de nuestros amores, excluyendo a los débiles, pobres, enfermos, desagradables, parias… Estrechamos al mínimo el círculo de elegidos para un amor gratificante. Entonces nuestra existencia, en lugar de crecer, se empobrece miserablemente.
Nosotros los cristianos concordamos en que Dios es amor. Y que nos creó para que fuéramos capaces de amar. Un amor que no excluye a nadie. Un amor constructivo, que dignifica a la otra persona y expande nuestra calidad humana. El amor es compasión, ternura, comunicación positiva. Estamos abiertos a los demás, sin filtros. El amor crea comunión porque sana las relaciones dañadas, heridas...
Sacerdote salesiano y periodista.