Escribo mientras se prepara el “magno” evento de la realización de los Juegos Centroamericanos y del Caribe. Simultáneamente, los puyabotones han esmerado sus intentos por hacerse simpáticos a su omnipotente jefe, con la esperanza de que les mantenga algún huesito por allí, aprobando sin ningún recato cuanto papelucho les llega, ya sea endeudando más a nuestro país (es decir, a nosotros: usted, yo, nuestros hijos, nietos, bisnietos y tataranietos), reduciendo a El Salvador a 44 municipios sin nombre propio pero, eso sí, conservando 60 diputados, aquellos que sean más “buxos” y rápidos para apretar el botón. ¿Por qué no los redujeron también a 44, por ejemplo? O a 14, o 28, o cualquier otro número. Da lo mismo porque, a la fecha, nadie sabe (ni siquiera los puyabotones) el porqué de tan sapientísimas medidas.
Pero todo eso no importa porque para que lo olvidemos se decretan horarios especiales y asuetos pagados para la población, a fin de que puedan dedicarse con exclusividad a recibir la descomunal dosis de propaganda, ensalzando al régimen, usando para ello los dichosos Juegos que inician con los escenarios a medias, como es costumbre, y sin muchas aspiraciones reales a tener actuaciones destacadas. Y a esto, especialmente, deseo referirme.
Leí en un periódico la opinión de un comentarista deportivo, criticando el empate entre nuestra selección de fútbol y la de Corea. Decía que se celebra como si fuera un gane, una gran victoria, aunque, claro, siempre es mejor empatar que perder (ya no digamos 6 a 0).
A primeras, parece ingrato el comentario, pero es muy real y certero. Desafortunadamente, ese ejemplo de nuestro fútbol puede aplicarse a todas las actividades nacionales. No sólo nos conformamos con ser mediocres, sino que hasta lo premiamos. Esa es, si no la única, al menos una de las causas de nuestra terrible situación actual.
Porque la imposición de lo “políticamente correcto” ha llevado a la ridiculez de evitar premiar (incluso, en algunos lugares, lo prohíben) a los estudiantes destacados, para que no se sientan “marginados” ni lastimados en su amor propio los haraganes que no estudian ni trabajan ni se esfuerzan. En el deporte, hemos visto cómo algunos seleccionados, lejos de sentir un gran orgullo y enorme responsabilidad de portar el uniforme nacional, se creen Messis elevados al cubo, con exigencias y altanerías que, a la primera y siguientes derrotas (como es usual) los devuelven a la tierra. Eso es consecuencia de que se les premió lo fácil, lo mediocre. Y al entrenador exigente (así como al maestro y a los padres de familia que exigen lo que cada quien tiene la obligación de cumplir) se les culpa y tachan como abusadores y faltos de comprensión.
Mientras no cambiemos nuestra mentalidad para exigir la excelencia en vez de contentarnos con la mediocridad (peor aún, premiándola), seguiremos teniendo deportistas regulares en su mayoría, pero eso es lo de menos. Lo grave es que cada vez los puyabotones serán de peor calidad y nuestros gobernantes, orgullosos de su ignorancia y de no haberse esforzado para mejorar académicamente, dedicarán a la propaganda todos sus recursos y mantendrán la educación y la salud en la más vergonzosa lipidia. Porque su peor enemigo es un pueblo sano y educado.
Es hora de exigir lo que merecemos. Votemos por la excelencia y botemos la mediocridad.
Empresaria.