Desde los aportes del historiador alemán Gerhard Oestreich, el concepto “sozialdisziplinierung” (Disciplina Social, 1969) se traduce como un amplio proceso de regulación e instrucción social que afecta a todos los ámbitos de la vida, puesto que incluso la propia esfera privada se sometía a prescripciones e instrucciones educativas de tipo ético o moral. En Latinoamérica y parafraseando a Domingo Faustino Sarmiento le llamaríamos “Educar al soberano”, hoy podemos utilizar la acepción “ingeniería o condicionamiento de las conductas”.
En la experiencia política contemporánea, el ejercicio de poder puede implicar una probabilidad de imposición de la voluntad de quien lo ejerce, independientemente de las resistencias con que se encuentre; mientras que la dominación implicaría considerar la probabilidad de encontrar obediencia en un mandato y a la vez disciplina, de que esa obediencia fuera en virtud de actitudes arraigadas, es decir, cultura de sometimiento.
La constituciones, leyes, decretos, reglamentos y demás normativas que regulan la vida de las sociedades, son en cierta medida herramientas de civilización y disciplinamiento social en base a convenciones para lograr el bienestar y garantizar libertades con ciertos límites y alcances. También las iglesias, los sistemas educativos y la academia ha contribuido a este proceso de educar a las sociedades.
Pero la connotación de este artículo es otra. El “disciplinamiento social” es presentado aquí como un mecanismo de modificación y condicionamiento de conductas o comportamientos, en base a procesos coercitivos, propaganda, miedo, amenazas, represión y creación de imaginarios políticos, económicos y sociales, en sociedades o comunidades regidas por gobiernos autoritarios o de corte teocráticos.
En escenarios poco democráticos, ha sido común la instauración de procesos disciplinarios en las sociedades, y para cumplir el objetivo de condicionamiento se requiere un periodo prolongado, de al menos una generación o su equivalente entre 20 a 30 años; al interrumpirse por cierta circunstancia política el proceso disciplinar puede desembocarse en una suerte de caos o anomia.
La idea es crear una atmósfera situacional, un contexto, con hechos reales, signos, símbolos, basado en el miedo a la autoridad -militares o policías-, y acompañado por otros controles antagonizantes: sistema judicial, inteligencia, migración, denuncia ciudadana anónima, prensa oficial, medios de comunicación alternos, entre otros.
Todo parte de los principios conductistas -estímulos-respuesta- de Pávlov y Skinner; a partir de las ideas del condicionamiento clásico, en dónde el cambio o aprendizaje se produce mediante la asociación de un estímulo inicial que provoca en el organismo una respuesta incondicionada regular; o del condicionamiento operante o instrumental, el cambio o aprendizaje se debe a la asociación de recompensas y castigos con una determinada conducta.
La ingeniería de la conducta o del comportamiento implica el uso de estrategias para la elaboración, manipulación, perfeccionamiento o manejo de técnicas de establecimiento, mantenimiento o eliminación de conductas humanas. Entre ellas: a) Técnicas del control por el estímulo (estimulación discriminativa); b) Técnicas de administración de contingencias (actuación - hecho reforzante); y c) técnicas mixtas y técnicas heterodoxas, según su grado de acercamiento o lejanía de la idea primitiva.
La idea es programar y ejecutar, mediante el uso de refuerzos apropiados, formas de moldear el comportamiento terminal deseado y debilitar las respuestas no deseables, a través del reforzamiento, la extinción y el castigo. De hecho, este modelo fue utilizado por muchos años en las escuelas y colegios bajo el paradigma Lancasteriano.
Desde el punto de vista ejecutivo, un proceso en el cual la frecuencia de una conducta se modifica o se altera debido a las consecuencias que esa conducta produce, pudiendo ser positivas (refuerzo) o negativas (castigo) para el sujeto que lleve a cabo la respuesta. El refuerzo se usa para generar la aparición y repetición de conductas deseadas, mientras que el castigo se usa para prevenir o extinguir conductas indeseadas. Zanahoria y garrote, premios y castigos, clientelismo o cárcel…
En algunos de sus escritos influyentes Michel Foucault, particularmente en “Vigilar y castigar” (1975) el ejercicio de la disciplina se caracterizaba como la función del poder, por su naturaleza asimétrica, al distinguir entre quienes la ejercen y los que la padecen. Pero en la vida social encontramos necesarias relaciones de poder que se expresan en todos los ámbitos de la economía, la cultura, política, etcétera; y también desviaciones, por ejemplo pandillas o crimen organizado. El delito o cualquier otra anormalidad o desviación, identificadas y etiquetadas como tales, venían a ser patologías sociales a las que correspondería un tratamiento para conservar el equilibrio cuerpo social desde la óptica jurídica y penal.
Ahora bien, una cosa el disciplinamiento como correctivo social y otro el uso político ideológico para perpetuarse en el poder o instalar un régimen autoritario. No debemos olvidar que Foucault también escribió “Poder y resistencia”, y dónde hay poder hay resistencia; es decir, que ante el uso político del disciplinamiento para “domesticar” a los ciudadanos habrá mecanismos de respuestas y conflictos.
Disciplinar desde el punto de vista social implica cambiar las cosmovisiones y sistemas ideológicos a través del miedo y del terror; supone además “adoctrinar” en las escuelas y utilizar diversos medios de comunicación para influir en las ideas de la gente. También cambiar la historia y sustituir los hechos por la posverdad. Proyectar un imaginario utópico, crear espejismos e ilusionar a la gente con un mundo que no existe; e impedir pensar, hablar, pintar, esculpir, actuar o escribir, algo que se aleje de la nueva narrativa del disciplinador; al mejor estilo de la frase apócrifa de Luis XIV: El Estado soy yo…
Una visión patológica y patriarcal del poder unilateral, en dónde el gran padre omnipotente y omnisciente, quiere educar y disciplinar a sus hijos descarriados o ignorantes, los quiere castigar para que obedezcan y le tienen que hacer caso por que él es simple y llanamente la autoridad, es peligrosa, y la historia, que es maestra de la vida, tiene demasiados ejemplos perversos. Los pueblos más que disciplina necesitan educación y oportunidades.
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Investigador Educativo/opicardo@asu.edu