La destrucción de una parte de la presa estratégica de Kakhovka, en la región de Jersón, Ucrania, se posiciona como un acto de guerra que muestra otra perspectiva del conflicto. La Organización de las Naciones Unidas condenó, el viernes 9 de junio, dicho ataque que hundió parcialmente la región.
Más de 600 km2 de tierras están actualmente inundadas por millones de metros cúbicos de agua. Los ataques contra las infraestructuras revelan otra cara de la guerra: consisten en desmantelar redes técnicas, impedir la progresión de tropas, dañar a las poblaciones y territorios.
El canciller alemán afirmó el 6 de junio pasado “que se debe suponer que se trata de una ataque ruso para parar la ofensiva de Ucrania”. Moscú contestó de inmediato estas acusaciones. Serguei Choigu, el ministro ruso de la Defensa por su parte, declaró que Kiev hubiese buscado “impedir acciones ofensivas del ejército ruso en esta parte del frente”, a través del sabotaje de la presa. La prudencia sobre estas declaraciones es de rigor. Pero sin duda, la castástrofe está del lado de Ucrania.
El hecho es que son decenas de miles las personas que se ven forzadas a huir de la zona devastada. Las inundaciones, según el Ministro del interior ucraniano, Igor Klymenko, provocaron por el momento la muerte de por lo menos ocho personas. Son millones de metros cúbicos que salieron hacia el río Dniéper y vuelven imposible cualquier operación ofensiva cuando desde hace semanas. Y, por cierto, el cruce del río en la región de Jersón hacía viable las opciones posibles de los ucranianos de intentar avanzar hacia Crimea.
El objetivo hubiese podido ser el de romper las fuentes de suministro ruso desde Crimea hacia las tropas estacionadas en las regiones de Zaporiya tanto como en el Donbás. ¿Cómo podrían moverse materiales blindados en una región inundada? En algunas partes son cinco metros de agua los que cubren las tierras.
La contraofensiva se libra más en el norte del país, en Donetsk, para volver sobre Mariúpol, blanco simbólico para Ucrania. Para los rusos, la destrucción de la presa tiene otros “beneficios”: obliga a los ucranianos a diversificar sus acciones, organizar los socorros, evacuar a las personas, prevenir la catástrofe sanitaria. También pone en riesgo la planta nuclear de Zaporiya. La presa permitía alimentar el proceso de enfriamiento de dicha instalación.
El operador ucraniano afirmó el 8 de junio pasado que si el nivel abajo de 12.7 metros estuviese alcanzado, el agua no podría garantizar el enfriamiento de los reactores. Mientras, la Organización Mundial de la Salud emitió una alerta de riesgo de cólera.
“Debido a la destrucción de la presa”, ha declarado el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, según la agencia EFE, “depósitos de combustible, almacenes de sustancias químicas” y “almacenes de fertilizantes” han sido inundados por el agua.
Parte de los productos que se guardaban en estas infraestructuras han acabado vertiéndose en el Dniéper, en el que se encontraba la presa, o depositándose en los vastos terrenos y bosques anegados a ambas orillas de este río que desemboca en el Mar Negro.
“La polución y el veneno del área inundada van rápidamente a las aguas subterráneas, envenenan los ríos y de ahí entran en la cuenca del Mar Negro”, ha dicho el jefe del Estado ucraniano.
Zelenski ha advertido también de la inundación al sur de la presa de “al menos dos” terrenos en los que había enterrados animales infectados con ántrax, una enfermedad infecciosa y letal que afecta a las aves y los mamíferos, especialmente al ganado.
La emergencia de los restos de animales enterrados con ántrax es una de las formas que pueden producir los brotes de esta enfermedad, según los expertos.
El ántrax puede ser contraído por los humanos, que, sin embargo, no lo transmiten entre ellos.
Los dos cementerios de animales con ántrax inundados se encuentran, según el presidente, en la parte ocupada por Rusia de la provincia de Jersón, ribereña del río Dniéper y la más afectada por la catástrofe.
El Comité Internacional de la Cruz Roja alertó, por su parte, sobre la dispersión de las minas a raíz de la destrucción de la presa, lo que pone en peligro las poblaciones tanto como a los cuerpos de socorros. Drones con inteligencia artificial sirven para detectar dichas armas a partir del calor que generan.
En medio de este contexto, parece difícil para Kiev, posponer una contraofensiva que está anunciada desde hace semanas. Por cierto, el presidente Zelenski debe demostrar que el apoyo logístico que recibió al nivel internacional es útil para poder responder a los ataques rusos. Es decir que la contraofensiva de Kiev tiene también una dimensión política importante. Durante los meses pasados, además de un apoyo financiero, Kiev pudo contar con el suministro de materiales más pesados, como tanques y sistemas antimisiles.
La última cumbre del G 7, en Japón, permitió ofrecer la imagen de un frente internacional mientras las tensiones siguen fuertes, tanto económicas como diplomáticas: unos países ponen en tela de juicio la arquitectura de seguridad global, que se apoya sobre instituciones y sistemas que surgieron del final de la Segunda Guerra Mundial y adaptados al desaparecer en 1991 el conflicto Este-Oeste.
La destrucción de la presa recuerda las diferentes facetas de la guerra y del conflicto entre Ucrania y Rusia. Más que nunca, pone en relieve la violencia de las operaciones y la posibilidad de su extensión: la temática humanitaria está obviamente presente. Pero atacar a las infraestructuras implica otros riesgos: la energía y una posible crisis nuclear, volviendo la crisis en una dimensión esencial para la seguridad de nuestro sistema internacional.
Politólogo francés y especialista en temas internacionales