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Dr. José Gustavo Guerrero: El reconocimiento del Manchukuo

“La acción expresa las distintas prioridades”, Mahatma Ghandi.

Por Francisco Galindo Vélez

El Dr. Guerrero ya estaba en la Corte Permanente de Justicia Internacional cuando El Salvador reconoció el Manchukuo, el Estado que Japón estableció en Manchuria con impresionante uso de violencia, y al que puso a “dirigir” al último emperador de la Dinastía Quing, Pu Yi, derrocado en 1911 cuando se abolió el gobierno imperial. Así, Pu Yi se convirtió en el Emperador Kang Teh; un verdadero fantoche, pues el poder lo ejercían los japoneses.

 En septiembre de 1931, hubo una explosión que destruyó una sección de la línea del ferrocarril cerca de la ciudad de Mukden. Japón, propietario de ese ferrocarril, culpó a los nacionalistas chinos y aprovechó la oportunidad para ocupar toda Manchuria.

A principios de 1932, el secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Stimson, anunció al mundo que su país no reconocería ningún tratado que comprometiera la soberanía o la integridad de la China, ni ningún cambio de territorio que resultara del uso de las armas; esa política pasó a conocerse como doctrina Stimson. Además, después de la creación del Estado marioneta, los Estados Unidos, sin ser miembros, participaron en reuniones del Consejo de la Sociedad de las Naciones para tratar de convencer a los Estados miembros de aplicar el tratado Briand-Kellogg, también conocido como Pacto de París, del que tanto Japón como la China eran partes. Por este tratado, los Estados se comprometían a no recurrir a la guerra para solucionar disputas internacionales.

La Sociedad de las Naciones nombró una comisión para determinar la causa de la invasión japonesa de Manchuria. La presidió el conde Víctor Bulwer-Lytton, gobernador británico de Bengala, una subdivisión del Imperio Británico en la India. La misión viajó a Manchuria y, en la primavera de 1932, pasó seis semanas en aquella región de la China. Estudió el tema a fondo y en septiembre de 1932 presentó su informe, que pasó a conocerse como el informe Lytton. Fue negativo para Japón, con señalamientos sobre el comportamiento de la China que, a su juicio, no contribuían a la solución de la crisis. En febrero de 1933, la Asamblea adoptó las conclusiones del informe Lytton; Japón lo objetó y lo rechazó y un mes después se retiró de la Sociedad de las Naciones.

Se anteponían dos principios del derecho: el principio de extra injuria jus non oritur, es decir, que los actos ilegales no crean derecho, y el principio contrario, que propugnaba Japón, de ex factis jus oritur, a saber, que del hecho nace el derecho.

En su libro, El orden internacional, el Dr. Guerrero afirma: “Respecto a la anexión de Manchuria, bajo la ficción de un pseudo Estado independiente, la Asamblea decidió, el 11 de marzo de 1932, que los miembros de la Sociedad estaban obligados a negar su reconocimiento a cualquier situación creada por medios contrarios al Pacto de la Sociedad de las Naciones o al Pacto de París”.

En relación con el reconocimiento del Manchukuo, la revista TIME, en su edición del lunes 4 de junio de 1934, escribió: “Ginebra se incorporó y se quedó mirando la semana pasada cuando el cónsul general salvadoreño, León Sigüenza, visitó la Embajada del Manchukuo en Tokio para reconocer públicamente a ese país nuevamente. Así El Salvador fue revelado como el primer miembro de la Sociedad en violar la resolución de no reconocimiento de la Sociedad y sentó un precedente que puede causar problemas. No importa cuán cautelosamente trataron a Japón, nadie en Ginebra temía a El Salvador. Con severidad hablaron de expulsar a la recalcitrante pequeña república de la Sociedad. El canciller Ángel Araujo se alborotó los pelos para defender el honor de El Salvador. ‘No creo que el paso dado por El Salvador perjudique a nadie en el mundo…Al reconocer al Manchukuo El Salvador actuó como una nación libre, soberana e independiente, que no necesita más lecciones de conducta que las de sus propias leyes y obligaciones internacionales’. La satisfacción moral de ser miembro de la Sociedad de las Naciones le cuesta a El Salvador $ 6,000 al año. El Diario Latino resopló: ‘Nuestro país nunca ha tenido ningún beneficio de la Sociedad. Cuando estuvo aislado políticamente del mundo por falta de reconocimiento del actual gobierno, no se escuchó ni un suspiro desde Ginebra´. El año pasado El Salvador envió exactamente nada a Japón; importó bienes por valor de 684,000 yenes. En Tokio, el cónsul general Sigüenza anunció: ‘El reconocimiento del Manchukuo es puramente una cuestión de negocios, el resultado de la aguda necesidad de El Salvador de nuevos mercados para su café… Si Estados Unidos comprara más del 20% de nuestras exportaciones de café, por supuesto, El Salvador tendría menos necesidad de nuevos puntos de venta’. A cambio de favores, El Salvador tenía un buen negocio para ofrecer a Japón” pues, el cónsul Sigüenza declaró que habría “excepciones migratorias para los súbditos del Manchukuo”, en un momento en que la ley prohibía expresamente la inmigración de chinos y mongoles. Las citas de la Revista TIME son traducciones libres de los textos en inglés.

La opinión del Dr. Guerrero quedó claramente plasmada en una carta que envió al canciller de El Salvador el 14 de julio de 1934. Midori Iijima la analiza en su escrito titulado José Gustavo Guerrero y la diplomacia salvadoreña del martinato, publicado en 2003:  “…Nadie ignora el origen del nuevo Imperio Manchukuo [sic.], producto de un golpe de violencia de un país fuerte [Japón] contra un país débil [China], que se encontraba en inferioridad evidente para hacer respetar su integridad territorial…El Salvador, que siempre se ha elevado con legítima energía contra los atropellos de la fuerza, se encuentra por ese motivo en el deber de no sancionar [permitir] ningún acto de esa naturaleza…El Pacto de la Sociedad de las Naciones condena todo acto contrario a la integridad territorial de uno de sus miembros…La decisión de una Asamblea extraordinaria de la Sociedad de las Naciones…, debe ser acatada por todos los miembros…, que hayan participado o no en el voto definitivo de dicha Asamblea…Llego ahora a la cuestión importante de saber cómo es que El Salvador puede justificar su conducta y evitar reproches morales que podrían afectar el crédito [fama] de que goza en el dominio internacional…”

La reacción del Dr. Guerrero fue clara y contundente porque lo que hizo su país debilitaba el principio de no intervención, justificaba el uso de la fuerza del fuerte contra el débil, resultaba en la modificación del territorio de un Estado y en la creación de uno nuevo en una parte cercenada. Todo contrario a su convicción de que la única línea de defensa de los países pequeños y débiles es la legalidad internacional, y de que los principios que la rigen no permiten intervenciones buenas e intervenciones malas.  

El canciller Miguel Ángel Araujo afirmó que la decisión de El Salvador no perjudicaría a nadie en el mundo, excepto, desde luego, a países como el suyo. En todo caso, la gran pregunta es: ¿Por qué El Salvador reconoció el Manchukuo? Han circulado varias explicaciones. En el artículo ya citado, Midori Iijima, menciona dos: una, la versión del poeta Roque Dalton de que se trató de un acto del martinato, “o más expresamente del propio Martínez”, de “apoyo cómplice al imperialismo japonés”, y otra de que se trató de un acto inconsulto de un funcionario de baja categoría al contestar el telegrama que había llegado anunciando la “coronación” del Emperador, añadiendo que, de “acuerdo con el testimonio del Dr. Alfredo Martínez Moreno, solo la vergüenza de revelar y reconocer el ‘error’ tan absurdo obligó al Gobierno de Martínez seguir justificando su postura ya lanzada ante el mundo”.   

La Revista TIME, en su edición del lunes 19 de septiembre de 1938, menciona una explicación parecida:  cuando el Emperador fue “coronado” en 1934, su ministro de Relaciones Exteriores envió una notificación a todas las Cancillerías y, ante la prohibición que establecía la resolución de la Sociedad de las Naciones de reconocer el Manchukuo, la respuesta de El Salvador fue interpretada como reconocimiento. En El Salvador, dice TIME, “un subsecretario somnoliento de la Cancillería, asumiendo que la cortesía diplomática exigía una respuesta, contestó con las acostumbradas ‘fervientes felicitaciones por la feliz ocasión’. Para el emperador solitario y sin amigos…, entonces solo reconocido por Japón, esta respuesta fue suficiente para constituir un reconocimiento”. Añade, sin embargo, que pocos meses después el presidente Martínez “reconoció formalmente al nuevo Estado con la esperanza de que el vasto territorio pudiera resultar en un potente mercado de café para el único cultivo importante de El Salvador”, y que la semana anterior de la publicación de ese artículo, el Emperador había condecorado al presidente Martínez, al ministro Araujo y al cónsul Sigüenza.

La conclusión es muy sencilla: ninguna intervención de un fuerte contra un débil debe reconocerse, apoyarse, justificarse o abordarse a medias tintas, con palabras o con silencios.


Exembajador de El Salvador en Francia y en Colombia, exrepresentante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia, y exrepresentante adjunto del ACNUR en Turquía, Yibuti, Egipto y México.

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