El Dr. Guerrero presidió la delegación salvadoreña que participó en la VI Conferencia Internacional Americana, en La Habana, en 1928. Sus pares lo eligieron presidente de la Segunda Comisión que trataba la intervención y la no intervención. Su defensa de la no intervención y de la diplomacia abierta fue contundente, con discursos lógicos y analíticos brillantemente estructurados.
Se fue lanza en ristre por el principio de no intervención, consciente de lo que hacía y de sus posibles consecuencias. Al respecto, en su artículo In Memoriam: José Gustavo Guerrero, publicado en 1963, el Dr. Ramón López Jiménez dice: “Guerrero abandonó su sitial de Presidente de la importantísima Comisión para poder entrar en los debates libremente. Atacó frontalmente el informe del Relator de la Comisión, doctor Víctor Manuel Maúrtua, jurisconsulto extraordinario, verdadero filósofo del Derecho y orador de notable elocuencia. Maúrtua defendía la política internacional de los Estados Unidos, más que los intereses de su Patria. Esta actitud del ilustre jurista peruano obedecía a causas económicas de orden interno del Perú. Los Estados Unidos estaban representados por una nutrida y eficiente delegación, presidida por el Secretario de Estado, Mr. Charles Evans Hughes. Guerrero se enfrentó al ilustre Secretario de Estado Americano, combatiendo vigorosamente la política intervencionista. Sabía bien lo que hacía. No ignoraba las consecuencias de aquella actitud. Cuando regresó de La Habana, el pueblo salvadoreño le ofreció una de las ovaciones más grandes de que tiene memoria en El Salvador; pero, dejó de ser Ministro de Relaciones Exteriores. A este respecto hay que destacar el episodio siguiente: Debido a la conducta del doctor Guerrero en La Habana, el Presidente de El Salvador, presionado por la Legación Americana, le envió un cablegrama rogándole moderase su actitud con relación a la política de los Estados Unidos; mensaje al cual respondió Guerrero con otro, por demás histórico, que decía, más o menos: ‘En tanto sea yo Ministro de Relaciones imprimiré a la política exterior de El Salvador la línea que reclama la dignidad del país’”.
Otro tema importante que se planteó en la Comisión de Iniciativas de aquella Conferencia fue la naturaleza pública o secreta de conferencias y comisiones. En la conferencia La Delegación Salvadoreña en la VI Conferencia Panamericana que dictó en la Universidad Nacional de El Salvador y que se publicó con fecha de 21 de marzo de 1928, el Dr. Guerrero dijo: “…se planteó una cuestión reglamentaria de trascendental importancia: la de decidir si las sesiones de las Conferencias y las Comisiones debían ser públicas o secretas. La Delegación de El Salvador fue la primera, que, por mi medio, opinó y propuso que unas y otras debían ser abiertas a la opinión pública, en virtud del derecho que ella tiene de fiscalizar la conducta de sus mandatarios. No de otra manera podía proceder quien en tantas ocasiones se había pronunciado contra la vieja diplomacia secreta, de aquella que a puertas cerradas decidía la suerte de los pueblos, aún para llevarlos a la ruina y a la muerte”. Y por todo esto, a su regreso a El Salvador el pueblo lo recibió con una celebración saturnal.
Perseguía molinos de viento, pero sabía crear opciones de futuro. Entendía que una de las diferencias entre países grandes y pequeños, desprovistos de recursos, se encuentra en la cantidad de opciones de que disponen para influenciar, tomar iniciativas o responder a contingencias internacionales. Aquellos tienen la posibilidad de ejercer presión política y económica, e incluso de la amenaza y el uso de sus armas. Así las cosas, pueden modular la respuesta, desde las medidas más suaves hasta las más duras. El caso de los países pequeños sin recursos es muy diferente, pues toca a sus diplomáticos crear opciones para su política exterior, y el Dr. Guerrero lo supo hacer.
La experiencia durante la VI Conferencia Internacional Americana es muy diciente. Luchó para que se aprobara el principio de no intervención, pero con una América Latina dividida, comprendió que seguir insistiendo significaba correr el riesgo de solo lograr que tan importante principio fuera rechazado de tajo y dejado fuera de agenda en reuniones futuras.
En la conferencia en la Universidad Nacional ya mencionada, al recordar aquel momento, el Dr. Guerrero dijo: “Entonces, aprovechando una feliz oportunidad que me fue proporcionada, lancé nuevamente la moción concreta y breve, cuyos términos eran los siguientes: ‘La Sexta Conferencia de las Repúblicas Americanas, tomando en consideración que en este momento ha sido expresada la firme decisión de cada una de las delegaciones, de que sea consignado de manera categórica y rotunda el principio de la no intervención y la absoluta igualdad jurídica de los Estados, resuelve: ‘Ningún Estado tiene derecho a intervenir en los asuntos internos de otro’… Falló este último esfuerzo. Voces fuertes negaron el apoyo a esa moción. Y como para adoptar un principio de Código de Derecho Internacional se requiere la voluntad unánime de los Estados, un alto sentimiento de fe en los principios cardinales de la ciencia de Grocio, hízome retirar la moción, ya que su votación cerraba la esperanza del mañana y nos exhibía divididos, desunidos, sin la cohesión moral necesaria para resolver sobre los intereses más sagrados de nuestros pueblos. Recientemente he leído un interesante reportaje del ilustre colega, licenciado Elorduy, de México, en el cual califica de habilidad diplomática el retiro de esa moción, cuando se tuvo el convencimiento de que el voto no podía ser unánime”.
El Dr. Guerrero comprendió que en la realidad del momento no era prudente buscar la victoria y que era preferible controlar el tablero. Cinco años más tarde, en la VII Conferencia Internacional Americana en Montevideo, se aceptó el principio de no intervención. Allí se adoptó la Convención sobre Derechos y Deberes de los Estados que, en su artículo 8, establece que: “Ningún Estado tiene el derecho de intervenir en los asuntos internos ni en los externos de otros”. Para ese entonces, Franklin Roosevelt era presidente de los Estados Unidos, había comenzado su política del “buen vecino” (Good Neighbor) con América Latina y dejado atrás la política del “gran garrote” (Big Stick) del presidente Theodore Roosevelt, inspirada en un proverbio africano que dice “habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos” (speak softly and carry a big stick; you will go far).
Por su notable desempeño, durante la sesión en Neuchâtel del Instituto de Derecho Internacional en 1959, el reconocido jurista colombiano Jesús María Yepes, refiriéndose al papel del ilustre salvadoreño en la VI Conferencia Internacional Americana, dijo que, en aquel momento crucial de la historia americana, el Dr. Guerrero se convirtió, de cierta manera, en la conciencia jurídica del Nuevo Mundo. Y añadió que en la historia del panamericanismo el nombre de Guerrero sería siempre el del campeón autorizado y valiente del principio de no intervención.
Exembajador de El Salvador en Francia y en Colombia, exrepresentante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia, y exrepresentante adjunto del ACNUR en Turquía, Yibuti, Egipto y México.