Los “jemeres rojos”, una banda de camboyanos enloquecidos, fijaron como el “año cero” el día que entraron en Camboya, para forzar la “reeducación” de los camboyanos en un esquema comunista, un plan que llevó a la muerte a dos millones de personas, uno de los mayores genocidios de la historia.
Camboya, nos dicen personas que estuvieron allá antes del horror, era una nación pacífica, de gente tranquila y amigable, custodios del santuario de Angkor, una joya del mejor momento de la civilización Jemer varios siglos antes.
Lo que sucedió al irrumpir las bandas enloquecidas en ciudades y poblados fue de horror: la gente, incluyendo pacientes de hospitales, fue forzada a ir a campos donde se les obligó a emprender labores agrícolas extenuantes y en condiciones inhumanas, lo que a su vez hizo Fidel Castro con disidentes en Cuba: forzarlos a cortar caña aunque fueran profesionales, señoras…
La mortandad fue de espanto; al día de hoy se descubren osamentas enterradas, pero pocos de los que consiguieron escapar han hecho el intento de buscar restos de sus seres queridos en esa jungla… Fue la misma gente que recibió entre vítores a quienes se volvieron sus verdugos, los cuales fueron echados del poder años después por los vietnamitas cuando amenazaron hacerles lo mismo.
Lugares de exterminio fueron, a su vez, la red de campos de concentración que los nazis montaron en Alemania y en Europa, siendo el más infame Auschwitz, situado hoy en día en Polonia, liberado por los rusos, que encontraron a muchas personas con vida entre la masa de cadáveres y osamentas.
Los Aliados obligaron a los pobladores de las ciudades vecinas a recorrerlos, ver las pilas de cadáveres que causó la insania de Hitler, quien se suicidó en su búnker después de matar a Eva Braun y se dice, a los hijos de ambos, como a su vez hizo la esposa de Joseph Goebbels.
Los nazis destruyeron, en los días previos al avance de las tropas rusas, las cámaras de gas, pero no tuvieron tiempo de arrasar los galpones donde hacinaban a los condenados, que además de judíos fueron gitanos, alemanes disidentes, negros…
Recorrer esos galpones, donde también fueron asesinados jóvenes rebeldes, los que insultaban guardas, etcétera , es una experiencia muy amarga pues literalmente el suelo exuda mucho dolor, desesperanza sin límites.
Campos de la muerte en Camboya, el Gulag de las prisiones estalinianas en Siberia, Auschwitz, Dachau, Bergen-Bergen… campos de exterminio donde no hay piedad, conmiseracion, únicamente muerte e inmenso dolor, dolor, dolor…
Los lugares donde murieron inocentes —por ejemplo, las cámaras de tortura de la inquisición, donde muchas mujeres acusadas de “brujería” eran sometidas a los más viles tormentos— dejan marcas indelebles en el alma de quienes hacen tales recorridos.
Campos de la muerte… es pública la frase del carcelero del régimen, al inaugurar el megapenal de Tecoluca: “De aquí no saldrá nadie nunca”, lo que recuerda la frase que Dante, en La Divina Comedia, dice que está en la puerta del infierno: “Los que entráis aquí dejad fuera toda esperanza”…
Abominables “errores” o “daños colaterales”
Un funcionario del actual gobierno admitió que las soldadescas han cometido “errores” en las capturas bajo el régimen de excepción y que los inocentes serán liberados “de inmediato”. Pero en un año ha tenido que morir más de un centenar de detenidos en las cárceles y han mantenido sin pruebas a 3,000 personas en esas ergástulas, cuando no tenían que haber estado encerradas ni un día.
Es importante luchar contra la criminalidad y proteger a la ciudadanía honrada, pero no a base de sacrificar a inocentes, a los que el régimen ve como “errores” o “daños colaterales”, como inhumanamente han llegado a calificarlos.