Conozco personas que no terminan de comprender el placer que a algunos nos genera el comer chile.
Esa sensación caliente, mezcla de quemazón y adormecimiento, junto con el calor que nos invade la piel de cuello y rostro, aunada a la intensa comezón en nuestra boca y garganta….que nos regala placer al mismo tiempo…es inaceptable para algunos…hasta que lo aprenden.
Los receptores de los sabores están en nuestras papilas gustativas, pero tenemos otros, denominados nociceptores, que son moduladores del dolor. Ambos conectan con nuestro sistema nervioso central, nos dicen los expertos. Al comer algo picante, nuestros nociceptores envían señales al cerebro similares a las que se producen cuando nos quemamos.
La lógica nos dice que la gente busca el placer y huye del dolor. Pero esto no siempre es así.
Nuestro cerebro percibe las señales liberando endorfinas para bloquear el dolor y ¡vualá! emerge la dopamina… un neurotransmisor que nos relaja y nos da placer. He aquí la razón porque a muchísimas personas nos gusta el picante.
La sensación de quemado es compensada por el efecto de placer que da la dopamina.
Algunas personas estamos acostumbradas a comer picante desde nuestra niñez pues aprendimos viendo a nuestros padres comiéndolo, por lo que nos parece normal. La mayoría de personas que lo disfrutamos habitamos países de clima cálido, donde la gastronomía incluye picantes, siendo México su máximo exponente en América. El componente que se encuentra en el chile y otras sustancias picantes, y que da todas las reacciones descritas es la capsaicina. Esta sustancia tiene propiedades fungicidas y bactericidas, que contribuían en el pasado a conservar los alimentos en buen estado cuando no existían sistemas de refrigeración, nos explican los conocedores.
En los inicios de la humanidad, los mamíferos primigenios no tenían la capacidad de notar los sabores, algo que fueron desarrollando con el tiempo, lo que explica que cualquier persona puede acostumbrarse a tolerar el picante si lo va incorporando paulatinamente en su alimentación hasta que no le resulte desagradable.
En un estudio del 2012 llevado a cabo por el Centro Nacional de Información de Biotecnología de Estados Unidos se encontró que hay una relación entre el gusto por el picante y la personalidad: los individuos más abiertos a nuevas experiencias y amantes de las sensaciones fuertes, como los deportes de riesgo, o conducir a toda velocidad o lanzarse en paracaídas, tienden a disfrutar de la comida picante incluso si la primera impresión fue desagradable.
Los científicos creen que quienes disfrutan con las comidas picantes es porque las relacionan con experiencias positivas, entre las que incluyen el hecho de que las especias realzan los sabores y ofrecen otras recompensas emocionales, seguramente debidas como explican los expertos a la liberación de endorfinas y dopamina.
La búsqueda del dolor y el sufrimiento, a sabiendas de que no va a tener consecuencias graves, ha sido estudiada a través de la teoría del “masoquismo benigno”. Algo que solamente el animal humano es capaz de experimentar.
Por ello, a la mayoría de los niños no les gusta el chile. Pero aprenden a apreciarlo con el tiempo, al ver como lo disfrutan sus padres, cuando lo comen una y otra vez. Lo que no sucede con los demás animales.
Esta capacidad es sólo humana. Los científicos han tratado repetidas veces de inducir a los ratones el gusto por el chile en laboratorio, y nunca lo han conseguido, explica Paul Rozin, de la Universidad de Pensilvania, Estados Unidos.
El ser humano es el único animal que disfruta alimentándose con comida picante. En algunas regiones del mundo, como México y El Salvador, dicha sensación es una parte esencial de los menús diarios.
Debemos recordar, además, que el picor no es un sabor, como el dulce o el amargo. Y a diferencia de lo que ocurriría si nos quemamos de verdad, no hay daño en el tejido de nuestra lengua, y a pesar de ello, la señal es emitida al cerebro.
El doctor Rozin llegó a la conclusión de que si nos atrae tanto la comida picante es porque pone en funcionamiento al mismo tiempo los sistemas de dolor y placer, algo que también ocurre al practicar actividades de ocio como saltar en paracaídas, montarse en una montaña rusa o ver películas de terror; son formas más o menos seguras de entrelazar nuestro miedos y placeres sin ponernos en riesgo. Rozin las llama en un artículo publicado en la revista “Motivation and Emotion”, actividades “benignamente masoquistas” (o reverso hedónico), y que tan sólo ha sido factible de encontrar en el ser humano. ¡Hasta el siguiente!
Médica, Nutrióloga y Abogada