Estamos celebrando la fiesta más importante para la Iglesia Cristiana Católica el Domingo de Resurrección. Pero ¿qué hay en común entre la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo con nosotros como seres humanos, como sociedad?
Tiene que haber un nexo pues resurrección significa volver a la vida y debemos preguntarnos: ¿hemos vuelto como sociedad a la vida? Resurrección significa vivir de nuevo, una nueva vida, pero ¿tenemos la vida que agrada a Jesús realmente o estamos preparados para la resurrección o seguimos muertos? Entendamos que resurrección es un símbolo de trascendencia a ser mejores personas, ser una sociedad más justa, más solidaria más equitativa, un mundo mejor.
Todos los cristianos católicos deberíamos regocijarnos por tal celebración, pero la realidad es muy diferente: tenemos una Iglesia silente, que ya no alza su voz ante el pecado y las injusticias.
Más allá de ver a un obispo como monseñor Álvarez en Nicaragua, todo es silencio. Se retoman más que nunca las homilías de San Romero. Estas han resucitado en cada salvadoreño, en cada cristiano católico, para luchar por una justicia para todos.
Pero como sociedad estamos mal, estamos agonizando. Prácticamente como Iglesia estamos agónicos y es un imperativo que ante tan grande nombre que tenemos como es El Salvador como tal debemos preguntarnos si somos capaces de salvar a alguien. ¿A quién salvamos? ¿Por quién vamos a resucitar? Vamos a estar siempre como sociedad llegando al fondo del pozo y nunca logramos salir de ahí.
Hemos llegado tan bajo, donde unos son buenos y otros son malos, donde la resurrección personal es poca cosa. ¿Estamos preparados para resucitar como le agrada a Jesús, a Dios? Porque Dios, a pesar de un mundo tan vil, tan cruel que crucificó a su Hijo nunca se separó de Él, nunca. Y nosotros vivimos separados uno de otros, vivimos separados de nosotros mismos, vivimos separados de la Iglesia tanto de la Iglesia física como de la Iglesia que llevamos en nuestro corazón. Ese templo sagrado lo hacemos a nuestra conveniencia. La palabra de Dios parece que ya no es importante para muchos.
El Domingo de Resurrección debería ser un día que nos despierte las mejores ideas, los mejores sentimientos y convertir todas esas ideas en acciones concretas hacia nuestro prójimo, hacia nosotros, resucitar como familia, como salvadoreños, como sociedad. Vamos a llegar a un punto donde de una u otra forma el país tiene que resucitar a pesar de que esté llegando a un nivel tan bajo de amor, de comprensión, de respeto, de solidaridad.
El país tiene que resucitar y es un hecho que por más bajo que lleguemos ahí habrá un momento que Jesús nos tomará y al fin entenderemos que no somos nada y que todo lo que viene de Dios es lo que nos debe interesar, es lo único porque el hombre debe estar presto, listo a escuchar la palabra de Dios.
La sociedad salvadoreña va a pique. Como país tenemos un gran deber: seguir a Cristo Resucitado; debemos seguir sus huellas para que a través de Él podamos llegar a los pies de Dios y ser humildes y pedir que Él lave nuestros corazones y nuestros pecados y nos resucite a una nueva vida, a un nuevo amor del que poco a poco nos hemos ido alejando tanto como persona como sociedad y como país, para pensar, sentir, meditar como lo expresó San Josemaría Escrivá en el libro del Santo Rosario: “Cristo debe reinar, antes que nada, en nuestra alma. Para que Él reine en mí necesito Su gracia abundante: únicamente así hasta el último latido, hasta la última respiración, hasta la mirada menos intensa, hasta la palabra más corriente, hasta la sensación mas elemental se traducirán en un hosanna a mi Cristo Rey”.
Médico.