El autor británico Graham Green publicó bajo este título el drama vivido por un sacerdote católico durante el intento del gobierno mexicano para suprimir la Iglesia como resultado reaccionario que rechazó al conservadurismo en el marco de la Revolución Mexicana, llamada “Guerra de los Cristeros”.
Ello fue un ejemplo —uno más— del tenso equilibrio existente a lo largo de la historia entre el poder-político y el poder-religioso, ambos son caras de una misma moneda: la lucha por el control social. Ambos aspiran lo mismo, pero los dos desarrollan su lucha con herramientas diferentes. El poder-político lo hace con el inmenso poder económico derivado de la recaudación tributaria, con el poder administrativo inherente al manejo de la cosa pública que, como un pulpo, manosea todos los ámbitos de nuestra vida y, por su puesto, con el poder de las armas asociado con el monopolio del ejercicio de la fuerza y la violencia que descansa en policías y militares.
Por su parte, el poder-religioso lucha con sus propias armas: por una parte, controla la psique y la conciencia de los individuos al establecer desde una preeminencia ética y moral, lo que un conglomerado social debe considerar como bueno, respetable, aceptable. No hay espacio que la religión no alcance y no regule: nuestra alimentación (evitar carne en cuaresma, por ejemplo), el ejercicio de nuestra sexualidad, el manejo de nuestra economía, las relaciones familiares, solo por citar unos ejemplos.
A donde ambos tipos de poderes confluyen es en una sola cosa: el miedo al castigo. Resulta claro desde una perspectiva legal y filosófica que cuando una autoridad no tiene capacidad para hacer que sus normas se cumplan mediante el ejercicio de una sanción (castigo), esa autoridad pierde legitimidad y sus normas tienden a incumplirse. De esa forma, si en la actualidad cometes un pecado contra los mandamientos de Tlaloc, a la gente —y a ti mismo— te tendrá sin cuidado…cosa muy diferente es si el incumplimiento es contra los designios de la religión imperante en una sociedad (católica, protestante, musulmán, etc). Los efectos sociales, personales y psicológicos serán muy diferentes.
De igual forma, criticar a un gobernante que vivió y medró hace 50 u 80 años, resulta medianamente incómodo para los gobernantes de turno; cosa muy diferente es criticar a un gobernante actual… sabes que puede haber consecuencias y no necesariamente agradables. Entonces ¿quieres saber quién te controla? ¡Fácil! Solo reflexiona a quien no puedes criticar.
Es interesante reflexionar como el miedo al castigo (uno legal y otro espiritual, llamado “atricción”) mantiene en marcha el orden social político y religioso mientras el pueblo es controlado material y psicológicamente. Ahora bien, la relación religión y política no es algo nuevo creado en estos tiempos de la posverdad, sino que es un matrimonio que hunde sus raíces en los albores de la historia.
La “idea religiosa” apareció en el Neolítico cuando misteriosas marcas en cuevas demostraban el sobrecogimiento que experimentaban nuestros primitivos antepasados ante las estrellas, los animales, las migraciones, los cambios de las estaciones. Pero no fue hasta cuando surgió la cultura mesopotámica que la idea religiosa se amanceba con el poder política para declarar que el rey es descendiente de Dios y que no le puede pasar una mejor cosa a sus súbditos, que ser gobernados por tan graciosa y digna majestad. A partir de ahí, la cosa fue chapupa.
Los gobernantes-dioses se multiplican como hongos en las primeras lluvias de invierno: faraones, sacerdotes-reyes, divinos césares, príncipes y ungidos, todos ellos ejerciendo el poder político apoyados por una casta sacerdotal —dentro de la que se incluye San Pablo—, que sostenía que era pecado llevarle la contraria al inefable líder que Dios mismo se ha encargado de sentar en el trono.
Tal como ocurrió con el Generalísimo Francisco Franco, el ideal de todo gobernante —democrático o no— es ser apoyado por la estructura religiosa que representa y aglutina la corriente principal de pensamiento en una sociedad…pero a veces la historia no se las pone tan fácil a los gobernantes, si no recordemos a Monseñor Romero.
En El Salvador se está desarrollado a la vista de todos el primer drama político-religioso del siglo XXI. Pastores basándose en la Biblia para criticar la política del gobierno, mientras otros pastores utilizan la misma Biblia para apoyarlas. ¿Acaso Dios revela a unos una cosa y a otros otra totalmente contraria? ¿O solo son sus ideologías y conveniencias personales hablando?
Lo cierto es que en un país donde tres de cada diez niños no asisten a la escuela, donde el promedio de escolaridad es séptimo grado y donde cuatro de cada diez mujeres no estudian ni trabaja, la religión todavía tiene mucha influencia y, por tanto, mucho que decir sobre aspectos cotidianos de nuestra vida.
No importando los postulados laicos de nuestra Constitución, política y religión continúan amancebados en la realidad social salvadoreña y así como avanza la educación del pueblo, no espero que cambien en el corto plazo. Amén.
Abogado, Master en leyes/@MaxMojica