Cuando pensamos en la excruciante muerte que producía la agonía que estar colgado de una cruz solemos relacionar este acto cruel, inhumano y humillante con el Imperio Romano. Sin embargo, los historiadores consideran que los primeros en practicarlo fueron los asirios y los babilonios, y antes de ellos, tan lejos como en el siglo VI antes de Cristo, los persas lo utilizaron para ganar la moral de sus enemigos y a aquellos que se oponían a su régimen de gobierno.
Se cree que Alejandro Magno lo llevó desde los lugares conquistados hacia el Mediterráneo, alrededor del siglo IV antes de Cristo. De acá, la cultura expansionista y guerrerista de los romanos la adquirió después de la caída de Cartago y la derrota de los fenicios durante las Guerras Púnicas, entre los siglos III y II antes de Cristo. Fueron precisamente los romanos quienes perfeccionaron esta forma de ejecución, para convertirla en una fuente de tortura, venganza, desprestigio del ser humano y una muerte vergonzosa. Este periodo duró alrededor de 700 años, hasta que emperador Constantino la abolió en el siglo IV después de Cristo.
Los judíos tenían una especie de crucifixión del cuerpo de un ajusticiado, el cual había muerto previamente, ya sea por lapidación, ahorcamiento, cremación, decapitación o ahogamiento; y posteriormente era colgado de un madero en un lugar público para escarmiento y disuasión de los vivos. Aunque se le conoce como “crucifixión de los muertos” o “crucifixión post-mortem” el nombre correcto es “colgar en el madero”.
Un error semántico es, sin duda, el llamar a esta forma judía de muerte como “crucifixión”. Este error llevó a que por mucho tiempo se conociera a esta forma de muerte como crucifixión judía, con el binomio “muerte-crucifixión” para diferenciarlo de la provocada por los romanos, que era “crucifixión-muerte”. Afortunadamente, a pesar de que este error semántico no se perpetuó a través de la historia, aún en la actualidad se generan discusiones académicas al respecto.
Para muchos biblistas, la forma en que los judíos colgaban a los ejecutados tiene su base en el versículo en Deuteronomio 21, 21-22: “Si alguno hubiere cometido algún crimen digno de muerte, y lo hiciereis morir, y lo colgaréis en un madero…”, lo que deja poco lugar a la duda que no se trataba de una verdadera crucifixión, tal y como la practicaban los romanos. En su carta a los Gálatas, San Pablo dice que “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, tomando sobre sí mismo la maldición por amor a nosotros. Porque dicen las Escrituras que es “maldito el que es colgado en un madero”. No obstante, bajo la ocupación romana en el Mediterráneo y sobre todo en la Antigua Palestina, se llevó a cabo el mayor número de crucifixiones que se tiene información; el historiador Tito Flavio Josefo reporta muerte por crucifixión en masa durante la Guerra de los Judíos-Romanos, y Varus habla de hasta 2,000 judíos muertos en la cruz en el año IV antes de Cristo.
El cruento martirio de Cristo en la cruz fue compartido por sus discípulos. Según la tradición cristiana, San Pedro murió crucificado cabeza abajo en Roma, mientras que su hermano, Andrés, fue ejecutado en una cruz en forma de X en Patras, Grecia.
En el año 312 de nuestra era, el emperador Constantino afirmó haber visto la imagen de una cruz y las palabras In hoc signo vinces (”Con este signo vencerás”) cuando se preparaba para luchar contra Majencio. Con esto la Cruz deja de ser un objeto de ignominia y se convierte en una entidad de adoración. Tanto así, que en el año 313 de nuestra era, a través del Edicto de Milán, los cristianos ya no son perseguidos y se decreta libertad de religión en el Imperio Romano, razón por lo que se le conoce como “el Edicto de la Tolerancia” . En el 315 de nuestra era, Constantino finalmente abolió el castigo de muerte por crucifixión. Seis años después, en el 321 se instauró el día domingo como festividad oficial para la Iglesia Cristiana, marcando una separación con el Sabbat, el día de descanso de los judíos. Imprimiendo para muchos historiadores la noción de que esto marcaba la separación final de una religión que inicio como Judeo-Cristiana. En 380 después de Cristo se promulga el Edicto de Tesalónica, por el emperador Teodosio El Grande, con lo cual el cristianismo se vuelve oficialmente la religión del Imperio Romano y, por tanto, se le conoce como “el Edicto de Instauración del Cristianismo”. Sin duda, este edicto ayudó a que el Cristianismo se expandiera a diferentes lugares a través de todos estos siglos.
Libre del pesado castigo de la crucifixión, los cristianos inician el proceso que se observa hasta la actualidad, el cual es utilizar el crucifijo como una reliquia para mostrar su identidad como creyentes. El sentido que se le da a la Cruz cambia, pasando a ser un instrumento de reconciliación con Dios y no un elemento de muerte. Después de la Cruz de Jesús, siempre está la Resurrección de Cristo. Y de acá, el lema, ¡Ave,o Crux, spes unica! (¡Salve, oh Cruz, nuestra única esperanza!). ¡Saludo a la Cruz, nuestra única esperanza! Médico y Doctor en Teología
Médico y Doctor en Teología