Acajutla tiene otro muelle que hasta hace unos meses comenzó a tomar nuevamente relevancia. El muelle artesanal, como es conocido, es el lugar de donde salen varios de los productos que llegan hasta los platillos de restaurantes locales. Dorado, bagre, pargo, guachinango, tiburón, boca colorada, camarones, langostas y hasta rallas, son tan solo algunas de las especies que arriban desde mar adentro.
Como en el muelle de La Libertad, se puede comprar el producto con la frescura necesaria. A simple vista las instalaciones están descuidadas. Los que trabajan el pescado lo hacen bajo una especie de galera en mesas rústicas.
El día que visité muelle artesanal me impresionó mucho, ya que cuando estaba viendo cómo cortaban una raya, uno de los pescadores me gritó: “¡Mire! A eso hágale foto. Ese si es un pescadote”. Y exactamente, era un pez pargo con un tono rojizo y dorado enorme, un hombre ocupó sus antebrazos para cargarlo debido a su tamaño y peso. Lo pusieron en la balanza y sobrepasó las 16 libras. El pargo puede llegar a medir más de un metro, un pez depredador, pero creo que en la pirámide alimenticia su rival más grande es el humano.
Asombra por su tamaño. Cualquiera creería que por ello tiene un buen precio, pero la realidad de los pescadores es amarga, ya que es raro quien compra un pez entero de estas dimensiones. ¡Tantas horas mar adentro para ganar $0.80 por la libra! “Todos quieren un pedazo de él (pargo), pero nadie lo lleva completo. Ahí es donde nosotros perdemos”, me explicó otro pescador. Se escuchó desalentado. Aseguraron que tiene que adentrarse hasta siete millas, un aproximado de 11 kilómetros.
El muelle artesanal consiste en una plataforma de concreto cimentada en la arena con un base de grandes rocas. Se inauguró en julio de 1988 durante la administración presidencial de José Napoleón Duarte gracias a un convenio entre el gobierno y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), según lo dice una placa oxidada que apenas se logra ver en la entrada del lugar.
Por muchos años fue un sitio conocido por estar controlado por las pandillas, solo ingresaban los turistas más arriesgados o los locales. Es un cementerio de lanchas y resguardo de utensilios de pesca que ya están en desuso o necesitan mantenimiento. Observé los barandales oxidados y partidos, el suelo agrietado y cuando el sol se oculta esto es una penumbra que aumenta aún más la sensación de abandono.
Pero igual, el lugar se vuelve especial con la imponente puesta de sol y a una vista panorámica de la costa de Acajutla. Quien viene aquí se va con el deseo de regresar y no cansarse de ver el atardecer hasta que cae la noche y las luces del muelle de Acajutla se comienzan a reflejar en el mar y los locales llegan a pescar con cañas desde la orilla. Es experiencia que se debe de repetir. Acajutla resurge nuevamente su esplendor.