Imaginemos de otra manera el efecto invernadero: del corazón del dióxido de carbono (CO2), del metano (CH4) y de otros gases salen unos vigorosos suspiros que llegan hasta el cielo, casi a la altura del paraíso, formando un muro de rigurosas moléculas infranqueables, las cuales obligan a los rayos del sol a descender en picado hacia la faz de la tierra. Atormentados por no encontrar salida, estos potentes rayos solares liberan su titánica energía dilatando el Mar Mediterráneo, arrancando a Groenlandia su vestido de nieve, y elevando la temperatura del planeta como sucedía al interior de la casa donde Aureliano y Amaranta Úrsula, los últimos habitantes de Macondo, sucumbían a los amores atrasados:
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La ciudad de la compañía bananera [...] era una llanura de hierba silvestre. [...] En aquel Macondo olvidado hasta por los pájaros, donde el polvo y el calor se habían hecho tan tenaces que costaba trabajo respirar, recluidos por la soledad y el amor y por la soledad del amor en una casa donde era casi imposible dormir por el estruendo de las hormigas coloradas, Aureliano y Amaranta Úrsula eran los únicos seres felices, y los más felices sobre la tierra. (Fragmento de Cien años de soledad)
Es cierto que las actuales variaciones climáticas tienen una sólida explicación científica, a saber que las energías fósiles emiten gases de efecto invernadero provocando que la temperatura del planeta aumente entre 1.5 °C y 4°C al final del siglo XXI. Sin embargo, los datos y los números no son suficientes para asimilar que el cambio climático también es un cambio cultural.
Esta es la tesis del investigador danés Gregers Andersen defendida en su libro Climate Fiction and Cultural Analysis. A New Perspective on Life in the Anthropocene. En esta obra publicada en 2019, Andersen sostiene que la literatura es una fuente de historias, de relatos, de imaginarios que nos pueden ayudar a asimilar los alarmantes reportes provenientes de la comunidad científica.
Enseñar deleitando
“Gracias al poder de la imaginación, Gabriel García Márquez rebasó el limitado y reductor realismo cartesiano, permitiéndonos aprehender la complejidad de la relación entre lo humano y la naturaleza a través del realismo mágico”, escribió Charlie Damour, especialista de la obra del escritor colombiano, en un artículo publicado por la Universidad de Pau.
“Desde hace varios décadas, la literatura va concediendo un sitio cada vez más importante a la relación entre el ser humano y la naturaleza, y por lo tanto se interesará cada vez más por la cuestión del cambio climático”, explicó Damour a Radio Francia Internacional.
En el artículo, el investigador francés detalla las transformaciones que suceden en la ciénaga donde es fundada la aldea de Macondo, punto gravitacional de la historia de Cien años de soledad. En esta ficticia región tropical transcurre la fundación, esplendor y decadencia de una civilización, cuyos últimos descendientes de la familia Buendía, la estirpe que hila los veinte capítulos del libro, sobreviven a todos los cataclismos.
Como en esta última etapa de Macondo se pueden observar las consecuencias de la explotación excesiva e irracional de la naturaleza, Charlie Damour sostiene que la historia de esta novela brinda una prospectiva de los efectos del cambio climático, la cual no se puede pasar por alto.
Nacimiento y esplendor de Macondo
Autor del libro La Muerte y el Deseo de inmortalidad en la obra de Gabriel García Márquez (L’Harmattan, 2016), Damour describe los primeros años de Macondo como una especie de “microcosmos paradisíaco, similar a un jardín edénico, donde todo es pureza e inocencia”. Sin embargo, esta época durará poco tiempo, pues José Arcadio Buendía, el fundador de la aldea, al sustituir el canto de los pájaros por la música de los relojes de madera, cae en la tentación irresistible del progreso, que transformará por completo a Macondo.
Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. (Fragmento de Cien años de soledad)
Décadas después de su fundación llegó un “inocente tren amarillo que tantas incertidumbres y evidencias, y tantos halagos y desventuras, y tantos cambios, calamidades y nostalgias había de llevar a Macondo”, como lo podemos leer en la novela.
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La llegada de este transporte permitió, en un primer momento, una prosperidad económica de la aldea, introduciendo nuevas tecnologías y costumbres, y después, cuando la United Fruit Company desató la fiebre del banano, comenzó la época industrial, de acuerdo con Charlie Damour.
El miércoles llegó un grupo de ingenieros, agrónomos, hidrólogos, topógrafos y agrimensores que durante varias semanas exploraron los mismos lugares donde Mr. Herbert cazaba mariposas. [...] Dotados de recursos que en otra época estuvieron reservados a la Divina Providencia, modificaron el régimen de lluvias, apresuraron el ciclo de las cosechas, y quitaron el río de donde estuvo siempre y lo pusieron con sus piedras blancas y sus corrientes heladas en el otro extremo de la población, detrás del cementerio. [...] Tantos cambios ocurrieron en tan poco tiempo, que ocho meses después de la visita de Mr. Herbert los antiguos habitantes de Macondo se levantaban temprano para conocer su propio pueblo. (Fragmento de Cien años de soledad)
El antropoceno en Macondo
Lo primero que hizo la compañía bananera al instalarse en Macondo fue sustituir a los funcionarios locales por forasteros autoritarios. En la novela se describe una corrupción tan evidente, a tal grado que los empresarios norteamericanos brindaron a los gobernantes casas en la exclusiva zona residencial donde vivían ellos, argumentando que las autoridades debían gozar “de la dignidad que correspondía a su investidura, y no padecieran el calor y los mosquitos y las incontables incomodidades y privaciones del pueblo”.
Los trabajadores de la compañía bananera, inconformes de “la insalubridad de sus viviendas, del engaño de los servicios médicos y de la iniquidad de las condiciones de trabajo” iniciaron una huelga que terminó en una tragedia: la United Fruit Company utilizó al ejército para asesinar a más de tres mil personas, cuyos cuerpos fueron echados al mar.
Tras esta masacre, la compañía estadounidense abandona la ciudad, dejando unos paisajes desfigurados por la urbanización y la industria del banano, y un clima alterado e irreparable que provocó dos cataclismos: primero un diluvio que duró cuatro años, once meses y dos días, seguido de una sequía de diez años.
Para Charlie Damour, quien también es profesor de español e investigador en la Universidad de la Reunión, “estos trastornos medioambientales no pudieron más que originar consecuencias profundamente perjudiciales para la tierra y para la salud, íntimamente relacionada con su medio ambiente”.
Macondo estaba en ruinas. En los pantanos de las calles quedaban muebles despedazados, esqueletos de animales cubiertos de lirios colorados, últimos recuerdos de las hordas de advenedizos que se fugaron de Macondo tan atolondradamente como habían llegado. Las casas paradas con tanta urgencia durante la fiebre del banano habían sido abandonadas. La compañía bananera desmanteló sus instalaciones. De la antigua ciudad alambrada sólo quedaban los escombros. Las casas de madera, las frescas terrazas donde transcurrían las serenas tardes de naipes, parecían arrasadas por una anticipación del viento profético que años después había de borrar a Macondo de la faz de la tierra. [...] La región encantada que exploró José Arcadio Buendía en los tiempos de la fundación, y donde luego prosperaron las plantaciones de banano, era un tremedal de cepas putrefactas, en cuyo horizonte remoto se alcanzó a ver por varios años la espuma silenciosa del mar. (Fragmento de Cien años de soledad)
“Y si queremos hacer caso omiso del procedimiento literario”, explicó Charlie Damour, “la actualidad socioeconómica de las islas caribeñas nos quitaría cualquier duda si fuera necesario. Pensemos en lo que está sucediendo en Martinica, donde la misma causa ocasionó los mismos efectos, con graves disturbios, no solo en la productividad de la tierra sino en la salud del campesino”.
En un reportaje de France 24 publicado en diciembre de 2018, los periodistas Edward Haywood y Sophie Przychody constataron las consecuencias de la producción intensiva de plátanos en la isla referida por Charlie Damour.
Ubicada en el Caribe, y con una superficie de poco más de 1 000 km², en este territorio francés se producen 80 mil toneladas de banano al año, lo cual la convierte en la principal actividad económica de los habitantes, y también en su principal veneno.
Desde 1976, los científicos han alertado sobre la toxicidad del uso de la clordecona como pesticida, pues esta molécula puede persistir en el medio ambiente hasta 700 años después de haber sido esparcida. “Un escándalo medioambiental”, admitió el presidente Emmanuel Macron en 2018, ya que esta sustancia es cancerígena y está presente en la tierra, el agua y la sangre de personas y animales.
A pesar de todo ello, la industria bananera desborda de optimismo en las Antillas francesas: de acuerdo con el Instituto Técnico Tropical (IT2), es posible crear nuevas variedades de bananos y cultivarlos sin productos sintéticos. Además, los industriales consideran que la producción bananera podría beneficiarse de la subida de la temperatura causada por el cambio climático.
En Macondo también subió la temperatura, pero aquí nunca regresó la United Fruit Company.
Imaginar el cambio climático
Hay que dejar en claro que Gabriel García Márquez nunca se propuso manifestar una postura ideológica o muchos menos una protesta ecológica al redactar Cien años de soledad, “como sí lo hicieron Miguel Ángel Asturias en su novela El señor presidente, o Pablo Neruda en El Canto General con el fin de denunciar la influencia del positivismo pervertido por las empresas extranjeras y los políticos corruptos”, precisó Charlie Damour.
“García Márquez no impone nada. Su compromiso no es político ni ideológico, sino esencialmente literario. Lo que le interesa es divertir, primero, y luego, atraer la atención de los lectores sobre un aspecto o alguna situación preocupante, dejándoles la libertad al lector de interpretar”.
Y aunque las actuales inundaciones causadas por el aumento del nivel del mar, las sequías y la transformación de selvas y bosques en vertiginosos campos de cultivos parezcan escenas del realismo mágico del escritor colombiano, no hay que olvidar que éstas sí son reales, como es real la segunda oportunidad sobre la tierra para las estirpes condenadas a Cien años de soledad.