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Lo que pasa en Bizancio, se queda en Bizancio

Para los bizantinos, influenciados por los persas antes que ellos, el emperador era dios, observando la curiosa costumbre de postrarse boca abajo en el suelo -similar a lo que hacen los sacerdotes al momento de ordenarse- a la espera que su graciosa majestad reparase en ellos y les ordenara levantarse. Un procedimiento que los diplomáticos de Occidente encontraban particularmente humillante.

Por Maximiliano Mojica
Abogado, máster en leyes

Constantinopla heredó el poder, la riqueza y la grandeza de Roma y, encima, por estar en el estrecho del Bósforo, estaba mejor ubicada que aquélla en términos acceso a rutas comerciales y posibilidad de defensa. Los bizantinos se convirtieron en Wall Street del mundo antiguo, especialmente por su capacidad de importar y reexportar seda a precio de oro.


Para los bizantinos, influenciados por los persas antes que ellos, el emperador era dios, observando la curiosa costumbre de postrarse boca abajo en el suelo -similar a lo que hacen los sacerdotes al momento de ordenarse- a la espera que su graciosa majestad reparase en ellos y les ordenara levantarse. Un procedimiento que los diplomáticos de Occidente encontraban particularmente humillante.


Los bizantinos eran ridículamente ricos al estilo Rico McPato y, como le sucede a los ridículamente ricos, ya no hallaban en qué gastar sus millones, por lo que cuando se aburrían de vestir sus elegantes trajes púrpura (por lo que eran llamados Porfirogenetas), de invertir lujo sobre lujo en sus palacios y de gastar su tiempo (los que no trabajan siempre tienen tiempo) en interminables discusiones teológicas (que son recordadas universalmente cuando usamos el término “discusiones bizantinas”), se ponían sus galas más sexys y se dirigían a los abundantes prostíbulos que existían en la ciudad.


En uno de ellos, trabajaba como atención al cliente, una de las mujeres más admirables de la historia: Teodora (501 – 548). Primero trabajadora de acrobacias sexuales en un circo, posteriormente prostituta, solo para convertirse -por una pirueta rocambolesca del destino- en Emperatriz, y si eso no fuese suficiente, posteriormente en Santa. Toda una historia de superación personal que hubiera puesto rojo de envidia al autor de “Padre rico, padre pobre”.
Los inicios de Teodora no hubieran podido ser menos halagüeños: huerfanita y pobre, con unos grandes ojos de mirada desamparada. Pechitos fugaces, cuerpo flexible como un junco, curvas escasas, no es de extrañar que el primer trabajo que encontró fue en un circo. Eso sí, pronto se hizo un espacio con su reality show que ningún bizantino había visto antes: completamente desnuda, se ponía un par de libras de cebada en su entrepierna, mientras unos gansos picoteaban… fingiendo ella un paroxismo sexual que hubiera encandilado al Santo Job.


Con esas habilidades se aseguró un espacio en el mejor burdel de la ciudad al que frecuentaba nada menos que Justiniano, el sobrino del emperador. Los pudorosos historiadores no dejaron para la posteridad lo que pasaba detrás de esos biombos, lo cierto es que el noble quedó perdidamente enamorado de la hábil Teodora, por lo que Justiniano solicitó al emperador suspendiera temporalmente la ley que impedía que un noble se casara con una cortesana.
Superada su etapa de meretriz, para sorpresa de todos, Teodora probó ser una estupenda, prudentísima y sabía consejera para su noble consorte, una especie de Evita Perón del Medioevo. Es considerada como una gran figura pionera del feminismo: Dictó leyes de protección para las mujeres -especialmente para sus antiguas colegas-, instauró el régimen de cooperativas para productores y comerciantes pobres, promulgó leyes favorables al divorcio, castigó la violación con pena de muerte y -algo que no sorprendió a nadie-, suavizó las penas contra los pecados del sexo; derogó la ley que impedía que hombres nobles se casaran plebeyas y las que impedían a las mujeres heredar. Prudencia Ayala se hubiera sentido muy orgullosa de ella.

A su muerte prematura debido al cáncer (casualidad de casualidades, Evita Perón murió de lo mismo…) y dada su enorme popularidad entre el pueblo, Justiniano hizo una movida política para asegurarse la simpatía de sus seguidores: “convenció” a la Iglesia Ortodoxa de elevarla a los altares: ahora era Santa Teodora. Algo en que falló Maduro respecto a Chávez, que ahora solo le habla por medio de pajaritos; y algo que tampoco Perón pudo lograr respecto a Evita, ya que no pudo cerrar el trato con el Vaticano… lo cual se entiende, al fin de cuentas Perón no era un emperador.


Teodora, la pequeña huérfana y pobre trabajadora de circo, luego prostituta, emperatriz y santa, es la muestra que pueden hacer las personas que hacen limonada con los limones que les da la vida. Lo que pasa en Bizancio, queda en Bizancio.


Abogado, Master en leyes/@MaxMojica

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