Si leemos historia, notaremos que hay muy pocos nombres de mujeres científicas. Ello no ocurre porque los hombres estemos “más capacitados” para las carreras científicas -o no científicas-, sino porque durante siglos a la mujer no se le permitió ser visible, no se le permitía estudiar, trabajar, descubrir, en una palabra, desarrollar una carrera investigadora.
Una de las primeras mujeres que destacó en ese campo y de la que se tiene evidencia documentada, es a la científica Hipatia de Alejandría (355–415 de nuestra Era). Fue una matemática y astrónoma griega que formó parte de la Escuela Neoplatónica de Alejandría. Su legado científico es impresionante: tratados sobre álgebra, geometría y astronomía, entre muchos otros inventos. No obstante su fama de erudita sufrió una dramática muerte. Dada su resistencia a convertirse al cristianismo, fue linchada por una turba de fanáticos religiosos por considerar que estaba hechizando a la población con sus “encantamientos paganos”.
Y es que, durante siglos, a muchas mujeres que destacaban en algún ámbito científico, que pensaban -y vivían- en forma diferente, que no seguían las convenciones sociales de su tiempo, que preferían vivir solas en vez de formar una familia o que, simplemente, eran diferentes, se les acusaba de brujas y se les trataba o condenaba como tales. Miles de esas mujeres que se atrevieron a ser diferentes murieron en la hoguera. ¿O no les resulta curioso que, en la mayoría de los cuentos de nuestra infancia, el personaje que era el “malo”, era precisamente una mujer?… la bruja del cuento.
Quizás por este mal comienzo, hasta el siglo XIX fueron muy pocas las científicas que destacaron en algún ámbito y pudieron labrarse un puesto en la historia. Entre ellas, sin duda, destaca Marie Curie (1867–1934), no en vano fue la primera persona galardonada con dos premios Nobel: el de Física (1903), por el descubrimiento de la radioactividad y el de Química (1911), por su descubrimiento del radio y el polonio. Curie no solo se enfrentó a la natural resistencia del mundo científico por su mera calidad de mujer, sino que enfrentó el rechazo social al involucrarse sentimentalmente -luego de su viudez- con otro prominente físico, Paul Langevin, quien estaba casado. “No puedo aceptar que las calumnias y difamaciones de la vida privada puedan influir en el valor de la investigación científica”, escribió.
Mileva Marić (1875–1948) fue la única estudiante mujer en el Instituto Politécnico de Zúrich, lugar en el que la matemática conoció a su futuro marido: Albert Einstein. Diferentes autores señalan la importante colaboración de Marić en la gestación de la Teoría de la Relatividad Espacial, el efecto fotoeléctrico y el movimiento browniano. Su trabajo, desarrollado hombro a hombro, con Einstein, mereció para el científico su fama mundial y su premio Nobel, pero tal como pasa en muchos casos, las mujeres son tratadas nada más como música de fondo, todo el mérito fue para Einstein, nadie recuerda el indispensable aporte de su esposa y colaboradora.
En una columna como esta es imposible nombrar a todas las mujeres que han contribuido al avance científico de la humanidad, quienes, por sus aportes, derribaron el mito que la ciencia es un campo de “hombres”. Es una dicha para todos que las mujeres están cada vez más integradas a los estudios universitarios, centros de investigación, empresas y actividades emprendedoras, siendo su lado no tan positivo, el claro déficit que aún existe de mujeres en cargos de dirección de las empresas.
No obstante los claros avances de las mujeres en todos los campos de la actividad humana, todavía existe desigualdad: las mujeres ganan premios internacionales a una tasa de 1 mujer por cada 100 hombres. Particularmente, en El Salvador, el nivel de escolaridad promedio de las mujeres llega hasta sexto grado, lo que provoca que 4 de cada 10 mujeres no estudia ni trabaje, lo cual, claramente impide el completo desarrollo de sus potenciales y les impide acceso a mejores salarios y prestaciones.
Ahora que celebramos el Día Internacional de la Mujer tenemos que reconocer que falta mucho por hacer. ¿El primer paso? Debemos todos de llegar al consenso, padres de familia y profesores, lo mismo que en el cine y literatura, al igual que el gobierno, que lo que necesita el país son más científicas y profesionales, independientes y emprendedoras… y menos princesas de cuento, educadas para salir a buscar a su príncipe azul y quedarse en casa.
Abogado, Master en leyes/@MaxMojica