El mundo llega hoy al primer aniversario de la agresión del criminal Putin contra Ucrania, mientras Estados Unidos y sus aliados dejaron en claro que “esperan no volver a vivir otro aniversario”, en palabras del portavoz del presidente Biden, John Kirby.
Autoridades militares de Estados Unidos y Reino Unido han cifrado en 200,000 las bajas en el ejército ruso, 100,000 de ellas son de muertos. Se calcula que Ucrania ha perdido unos 100,000 combatientes.
Según la Oficina de Derechos Humanos de la ONU, desde el comienzo de la invasión 7,110 civiles han muerto y otros 11,547 han resultado heridos. Sin embargo, se cree que el número real de víctimas es “considerablemente mayor”.
Es pasmoso cómo un solo hombre puede manejar una maquinaria bélica y de atrocidades para masacrar a un pueblo vecino y al propio, sin que haya algo que lo neutralice, mientras la gente alrededor del globo se limita a observar.
La historia se repite en Irán, en Turquía, en China, en Bielorrusia, así como en Nicaragua, Venezuela, Cuba y en estas tierras donde cada vez más se entroniza la voluntad de un solo hombre que mantiene dormida o sometida a la gente.
Para marcar el primer aniversario de la “operación especial” de Putin contra Ucrania, que el desquiciado esperaba iba a tomar dos semanas para someter el país a su control, se teme que se lance una nueva ofensiva con enormes contingentes de soldados, la carne de cañón que se sacrifica sin pestañear.
Mandar a la muerte a cien mil efectivos, en su mayoría jóvenes reclutados a la fuerza en las calles de las ciudades rusas y a quienes no se les dio otra opción, es una forma de genocidio, aunque hasta el momento no se califique como tal.
Putin ha perpetrado un genocidio en Ucrania, pero asimismo otro contra sus propios connacionales.
Hace muy pocos días se hizo pública la desgarradora carta que un soldado ruso escribió a su esposa antes de morir, donde le dice que es “carne de cañón” como el resto de los soldados que más y más están rebelándose contra sus superiores y que, por lo mismo, son ejecutados.
Mandan a jóvenes a la muerte desde sus búnkeres blindados
Putin se mueve en el territorio ruso en un tren blindado, en la misma forma como Xi Jinping se cuida mucho de no poner su pellejo en riesgo, lo que lo ha llevado a sacar del camino a críticos, de la misma forma como hizo que esbirros sacaran por la fuerza de una reunión del Partido Comunista Chino a quien presidió antes el gobierno.
La dictadura china está maquinando su propia matanza masiva de inocentes: sacrificar a decenas de miles de jóvenes chinos, un “auto-genocidio” para llamarlo en alguna forma, y en el proceso perpetrar una matanza masiva de taiwaneses, una nación democrática, al igual que Ucrania, que no inició un ataque contra sus vecinos.
Una nueva versión de la novela de Erich Maria Remarque, “Sin Novedad en el Frente” (“All Quiet in the Western Front”), está para estrenarse y ha sido postulada para varios premios de la Academia.
La historia se centra alrededor de dos jóvenes estudiantes alemanes de Liceo, que de un día a otro son reclutados y puestos bajo las órdenes del supervisor de la escuela, que de ser un bedel sin brillo se convierte en el cruel sargento que los entrena sin piedad para convertirlos en carne de cañón, ser precisamente las víctimas de un genocidio que diezmó las juventudes tanto alemanas como francesas.
Brillantes intelectuales de ambas partes, entre ellos el historiador francés Henri Pirenne, fueron reclutados y literalmente enviados a los “killing fields” —los campos de la muerte— y muchos de ellos morían de disentería por comer uvas no lavadas que tomaban de los viñedos alrededor de los campos de batalla.