Venancia Morales dice tener 112 años, aunque no tiene ningún documento que respalde ese dato. No recuerda el año en que nació, el mes, ni el día. Su esposo, Rafael Sandoval, murió hace cuatro años. Desde entonces, vive sola en una pequeña casa de adobe en las montañas de Citalá, en Chalatenago, en el límite con Honduras.
Vivir entre las montañas, peñascos y acantilados es, sin duda, el sueño que muchos quieren pero no todos pueden. Ella vive aquí desde su juventud. Rodeada de pinos, en un clima fresco, con aire puro, lejos del ruído la ciudad. Así son sus días.
La desventaja es no tener energía eléctrica, agua potable, acceso a la salud, servicios básicos que todo ser humano debe tener y más si se trata de un adulto mayor.
En la cúspide de Citalá se encuentra el cantón Talquezalar. El sol no perdona en estas alturas, pero la brisa hace un balance. Desde acá se puede observar parte de Ocotepeque, Honduras.
Para llegar a la casa de Venancia, se tiene que ingresar por una propiedad privada y caminar más de una hora.
Su casa, escondida entre unos peñascos, no se puede ver desde lo alto, ni desde abajo. No hay una señal que indique el camino. Sin las indicaciones de los lugareños, no hay forma de saber que alguien viva allí.
La casa no es más que dos cuartos pequeños, con las paredes agrietadas, que siguen sobreviviendo ante la manifestación de la naturaleza.
“Me gusta vivir aquí, estoy a gusto. Yo sola paso”, señaló Venancia.
En un cuartito tiene su cama de madera con sábanas, un recipiente con arroz, maíz y en el otro la cocina de leña, una piedra para moler, recipientes para almacenar agua y algunos utensilios.
Los días de Venancia no varían en lo absoluto.Se despierta a las cinco de la mañana, a oscuras comienza a sacar a las gallinas que duermen a un costado de su cama.
Antes que el sol caliente, prepara el fuego para hacer café, calienta las tortillas que ella misma hace y come lo que tenga. El menú no varía: huevo, arroz, frijoles y tortilla.
“Cuto” es un perro que tiene pinta de coyote escuálido y que le hace compañía. Ladra tres veces ante la presencia de un extraño, y se puede suponer que es difícil que alguien llegue por esos rumbos con frecuencia.
El perro observa desde lejos, tembloroso, y se echa al suelo, sin más. Es un regalo de su hijo Jaime, el único varón entre las siete mujeres que tuvo. También tiene un pato y una gallina con sus polluelos.
Venancia nació y creció en el cantón El Cipresal. A los 25 años, su esposo, Rafael Sandoval, se la llevó a vivir entre estos cerros. Ambos subsistieron de cultivar la tierra. Tuvieron ocho hijos, en especifico, siete mujeres y un hombre. Dice que no conoce hospitales, que sus hijos los tuvo en casa.
A pesar de vivir sola, Toya y Jaime, sus hijos, que no viven tan cerca, son los que están al pendiente de ella. De sus otras hijas no sabe nada y lamenta que no se acuerden de su existencia. “Mis hijas no se acuerdan de mi, si no quieren venir que no vengan, a la fuerza para que vienen. Una se llama Filomena y otra María Luisa, no quieren venirme a ver”, recalcó la mujer.
“Me gusta vivir aquí, estoy a gusto. Yo sola paso”, señaló.
La vida Venancia se hizo viral luego que el canal de Jose Luis Xplorer la publicara en YouTube.