La ciudad de Saint Augustine, situada al noreste de Florida, me encanta por varias razones. Fue fundada por Pedro Menéndez de Avilés en 1565. Me emociona que la estatua de este personaje tiene la misma frente y facciones similares a las de mi padre, por lo que, tradicionalmente, visito el parque central en el que está situada.
Es la ciudad más antigua de los Estados Unidos que ha sido habitada permanentemente. A la orilla del mar existe una inmensa cruz que conmemora la primera Misa celebrada en esas tierras, y dentro de los mismos terrenos se encuentra la Ermita de la Virgen de la Leche, una preciosa capillita de piedra, situada en medio de un pequeño bosque donde las ardillas se acercan a pedir comida a los visitantes y pueden distinguirse tumbas con siglos de antigüedad, que hacen más solemne la visita. La devoción a la Virgen de la Leche, una imagen de María lactante, es tan antigua que ya aparecen imágenes suyas en las catacumbas, pero es desde esta pequeña ermita que su veneración se ha extendido, donde las mujeres que desean ser madres acuden a Ella, así como las embarazadas y las que están lactando, para que mediante su intercesión sus hijos nazcan y crezcan en salud.
El Castillo de San Marcos, otra joya de esta ciudad, fue construido para protegerla del asalto de los corsarios. Sin embargo, Saint Augustine ha sido víctima de destrucción y pillaje infinidad de veces, tanto por asaltos de piratas, como por violentos huracanes. Pero sigue vivísima, casi irreal, con sus construcciones antiguas y bien conservadas (la Universidad de Flagler, por ejemplo), su catedral y las viviendas particulares. Es aquí donde me quiero detener.
Porque es impresionante cómo viviendas antiguas han sido adecuadas para convertirse en lugares de ventas sumamente cómodos y eficientes, sin perder ni su estilo ni su belleza. Cada lugar dedicado a un rubro específico (ropa, artículos para el hogar, comida artesanal, souvenirs, joyerías, etc.), que funcionan organizada y eficazmente. Y recuerdo que la casa de mi tía Chusita, en la Avenida Cuscatlán de San Salvador, era idéntica a las que existen en Saint Augustine: un frente angosto, una amplia sala seguida de un patio largo, con un corredor al que asoman todas las habitaciones: dormitorios, comedor, baños y, al final, el área de servicios múltiples. Casas similares constituyen hoy un importante rubro económico en Saint Augustine.
De allí esta comparación. Porque ahora que se está tratando de recuperar todo el centro de la capital, en vez de desplazar a los mercaderes que allí han funcionado por años, perfectamente puede hubicárseles en esas edificaciones que ahora están vacías y abandonadas, mediante un acuerdo entre los dueños, la municipalidad y los vendedores. Debe negociarse precios justos (lo gratis no es sostenible) acorde con los servicios prestados y veremos resultados económicos y sociales sorprendentes. Todo dependerá de la limpieza, el orden y la debida organización.
Saint Augustine es un ejemplo que vale la pena imitar, porque aunque por lo deteriorada que tenemos nuestra Capital parezca irreal, la verdad es que contamos con joyas escondidas (No, no como los artículos de la Constitución que permiten la reelección inmediata) que debemos limpiar, adecuar y utilizar, para beneficio de todo el país.
Sueño con un San Salvador así: limpio, ordenado y respetuoso de su historia.
Empresaria.