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Migrante de la educación: La vida cuesta arriba del universitario rural

La centralización de las universidades provoca que menos estudiantes accedan a educación superior. Quienes logran migrar a la ciudad se ven limitados por su economía.

Por Yessica Hompanera | Feb 04, 2023- 22:03

Melani se fue de la su casa a los 17 años para estudiar la universidad en San Salvador. La isla La Pirraya era lo que conocía y su vida en la capital fue una aventura con mucho sacrificios. De las 24 universidades en todo el país la mayoría están centralizadas entre los departamento de La Libertad y San Salvador. Foto EDH/ Yessica Hompanera

Melani Sánchez tenía 17 años cuando dejó la isla La Pirraya en la bahía de Jiquilisco, Usulután. Hasta ese momento, su mundo había sido esta isla salvadoreña y todo lo que en ella habitaba, pero sus sueños por convertirse en una bióloga la llevaron a dejar a su familia y a todo lo que conocía para mudarse a la ciudad capital y estudiar en la Universidad de El Salvador (UES).

Recuerda que su viaje comenzó colocándose una mochila para subirse al bus ella sola. Tenía mucho miedo y expectativas de lo que a partir de ese momento sucedería. Se enfrentaba a la universidad, a un ecosistema diferente a los que había transitado durante la educación básica e incluso en el bachillerato. Se supone que, en esta etapa, los y las estudiantes se preparan para la vida adulta y la vida laboral. Pero, para quienes no cuentan con un centro de estudios cercano y deben migrar, una carrera universitaria demanda muchos otros esfuerzos, además de los académicos.

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Datos del Ministerio de Educación indican que para 2022 reportan una población de 190 mil 814 estudiantes en educación superior, repartidos entre universidades e institutos tecnológicos y especializados, 63, 175 pertenecen a instituciones públicas. Foto EDH/ Yessica Hompanera

En 2016, tres años después de haber ingresado a la universidad, con la llegada de la pandemia de covid-19, Melani comenzó a recibir sus clases en línea. Esto le permitió volver a la isla, a 130 kilómetros de la facultad de Biología de San Salvador.

La UES es la única universidad en El Salvador que ofrece educación superior gratuita desde 2018, pero el número de estudiantes que logra ingresar es un pequeño porcentaje del total de los aspirantes. Según cifras de la universidad -obtenidas a través de un pedido de acceso a la información-, en 2022 hubo 20 mil 395 aspirantes para ingresar en 2023, pero solo 3,409 consiguieron cupo.

Es decir, tan solo logró inscribirse el 16.7% de jóvenes que deseaban seguir sus carreras universitarias. Este porcentaje se repite año tras año y provoca que muchos estudiantes dejen de estudiar o hagan enormes sacrificios para pagar las cuotas de una institución privada. Vale observar que el 72.8% de estudiantes que pretenden ingresar a la UES provienen de escuelas públicas.

La UES tiene cuatro sedes a lo largo del país: en Santa Ana (al occidente), San Salvador (central), San Vicente (paracentral) y San Miguel (oriental). Esta distribución busca descentralizar la educación y que estudiantes de lugares alejados de la capital puedan ingresar. Sin embargo, no da abasto.

Miedo, alegría, nostalgia y hasta frustración. Melani era un mar de sensaciones frente a su nueva vida, lejos de su familia. Buscando entre sus memorias, asegura que los dos primeros dos años fueron los peores, a que fue el tiempo que necesitó para acostumbrarse a la ciudad, que tiene un ritmo contrario a la calma de su isla. Foto EDH/ Yessica Hompanera

La mayoría de las universidades que funcionan en el país se concentran en dos departamentos: San Salvador y La Libertad, ambos en el centro del país. En respuesta a un pedido de acceso a la información, el Ministerio de Educación informó que existen 24 universidades, de las cuales todas, a excepción de la UES, son privadas.

En la geografía universitaria, 15 están en la capital, 4 en San Miguel, 3 en Santa Ana y una en cada uno de los departamentos de Sonsonate, Chalatenango y San Vicente.

Datos del Ministerio de Educación indican que para 2022 reportan una población de 190 mil 814 estudiantes en educación superior, repartidos entre universidades e institutos tecnológicos y especializados; 63,175 pertenecen a instituciones públicas.

La UES tiene 55,227 personas inscritas, le sigue la Tecnológica con 18,764; seguido de la Andrés Bello con 10,557 y la Don Bosco con 9,775.

La distancia

Mismas estadísticas de la UES indican que los municipios más alejados de las urbes son los que menos estudiantes tienen en sus aulas. Por ejemplo, los municipios de Las Flores y San José Cancasque, en Chalatenango, registraron el ingreso de tres estudiantes entre 2020 y 2022. El mismo fenómeno ocurre en Nuevo Edén de San Juan, en San Miguel, donde tan solo un estudiante ingresó a la universidad en ese mismo período.

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Esta concentración de las universidades implica que, como Melani, muchos tienen que mudarse a la ciudad capital para conseguir un título universitario. Esto limita el acceso a estudiantes rurales, porque la probabilidad de costearse los gastos se reduce cuando están lejos de su hogar y su familia.

La isla la Pirraya es una zona que fue ocupada tres generaciones antes de Melani. Sus abuelos fueron los primeros en llegar a vivir a este remoto lugar entre 1975 y 1980, cuando la guerra civil en El Salvador comenzaba a tomar forma. La isla fue un refugio para los habitantes del cantón Puerto Parada de Usulután, que luego se consagró como un asentamiento urbano de pescadores, aunque carecían de todo lo básico para vivir dignamente. No contaban con agua potable, unidades de salud, ni escuelas. Para poner un ejemplo, recién en 2014 esta comunidad recibió electricidad en los hogares. El cantón se ha convertido en el puente que une a la isla con el resto del país. Desde ahí, la casa de Melani está a no menos de 20 minutos en embarcación, cruzando el bosque de mangle.

La isla la Pirraya es una zona que fue ocupada tres generaciones antes de Melani. Sus abuelos fueron los primeros en llegar a vivir a este remoto lugar entre 1975 y 1980, cuando la guerra civil en El Salvador comenzaba a tomar forma. Fue un refugio para los habitantes del cantón Puerto Parada de Usulután, que luego se consagró como un asentamiento urbano de pescadores, aunque carecían de todo lo básico para vivir dignamente. Foto EDH/ Yessica Hompanera

Cuando Melani estaba por terminar el bachillerato, se propuso ingresar a la UES a través del examen de admisión, donde se ponen a prueba temas vistos y evaluados en la educación básica. Estudiantes que pasaron por este proceso aseguran que la prueba “no es tan difícil si estudiaste”; lo complicado es lograr un cupo. Porque, aunque se logre una buena nota, las vacantes son escasas. Ella sabía que la sede de oriente tenía biología, pero había escuchado que la sede central, en San Salvador, tenía mejor calidad educativa, mejores equipos y docentes. Eso marcó su elección.

El viaje a lo desconocido

“Unas amigas que venían a la isla me ayudaron en todo. De hecho, fue una de ellas quien me ofreció un cuarto dónde quedarme en San Salvador. Llegué con mucho miedo de estar sola y no conocer la vida en la ciudad. Vivía en el municipio de San Marcos (aproximadamente a 20 minutos de la universidad en bus) y el alquiler del cuarto era de $60. La familia de mi amiga me ayuda bastante, me dieron la posibilidad de que me preparara el desayuno, el almuerzo y la cena”, comenta Melani.

Miedo, alegría, nostalgia y hasta frustración. Melani era un mar de sensaciones frente a su nueva vida, lejos de su familia. Buscando entre sus memorias, asegura que los dos primeros años fueron los peores, ya que fue el tiempo que necesitó para acostumbrarse a la ciudad, que tiene un ritmo contrario a la calma de su isla. Si bien la familia que la acogió era como un hogar, no era el de ella.

“San Salvador no me gustaba. Por eso todos los viernes, cuando salía de las clases, yo era una gacela corriendo para regresar a mi casa donde me esperaba mi familia. No me detenía nada. Sentí el cambio de lo rural a lo urbano cuando observé que las habitaciones, por ejemplo, eran más pequeñas y todo era más caro”, comenta, mientras se lanza una carcajada. “Creo que pasé todo ese tiempo intentando encajar en la ciudad más que en preocuparme de sacar buenas calificaciones”, concluye.

“Creo que pasé todo ese tiempo intentando encajar en la ciudad más que en preocuparme de sacar buenas calificaciones”.

Juan Rosa Quintanilla, vicerrector académico de la UES, también pasó por este mismo camino cuando ingresó a la facultad de agronomía en 1985 hasta graduarse en 1991. Migró desde Concepción Batres, en Usulután, hacia San Salvador. Al igual que Melani, él abandonó todo lo que conocía para superarse y darle una mejor oportunidad a su familia.

Ahora que mira hacia atrás y los sacrificios que tuvo que hacer para superarse, acepta que esta realidad no ha cambiado, debido a que no existen centros de estudios superiores cerca de los bachilleres en las zonas alejadas de la urbe.

Foto EDH/ Yessica Hompanera

Añade que el esfuerzo de la universidad estatal por alcanzar a otros estudiantes es a través de la universidad en línea a través de convenios con alcaldías y becas remuneradas a estudiantes que cumplan los requisitos. Para 2022, se becaron 1, 265 universitarios, 828 de ellos en la sede central, con un monto de entre $113, $169 y $224.

“Es una cantidad bajísima (de estudiantes becados) por lo que estamos siempre insistiendo sobre la necesidad de incremento en el monto y que ayude a otros estudiantes”, explica.

El costo de vivir en la ciudad

El gasto semanal de un estudiante que migra del campo a la ciudad puede variar y dependerá mucho de los ingresos de su mamá o de su papá. Para Melani era de 200 dólares mensuales que eran divididos entre el arrendamiento de la habitación y 35 dólares semanales que destinaba a los pasajes del autobús -de entre $0.20 a $0.25-, pago de papelería y alimentación.

El promedio de precios de comidas, buscando lo más barato, es de $1.50 para un desayuno, $2.50 en almuerzo y $1.50 en la cena; sumado al pasaje hacen la suma de $38.5 semanal.

Para 2009, las habitaciones en pupilajes más cercanas a la UES rondaban entre los $50 con una cama y acceso a las áreas comunes de la vivienda o apartamento (baño, cocina, sala, jardín); el más caro rozaba los $100, que incluía un baño propio y muebles como armario y escritorio. Los estudiantes, a lo largo de los años, han experimentado un aumento sustancial en la renta de estos espacios a causa de la demanda. Ahora, una habitación llega a costar entre $75 y $100 y los apartamentos que son compartidos hasta $300.

Estos dos años pasaron muchas cosas, explica Melani, y una de ella fue sufrir de ansiedad por no poder adaptarse al ritmo de la universidad y de la ciudad.

“En las calificaciones iba muy mal. Comprobé que es muy difícil cuando uno es estudiante rural y va a la capital a estudiar por el nivel de enseñanza. Tenía que estudiar el triple que mis compañeros. Una vez me puse a pensar que estar en la ‘U’ no era para mí y lloré en mi cuarto. Luego razoné sobre que mi sueño es graduarme y ser bióloga”, cuenta.

A 84 kilómetros de casa

A Edgardo Molina no le quedó otra que migrar hasta la ciudad para seguir estudiando. Él es originario del municipio de Torola, al norte de Morazán, al oriente del país, donde solo existen cuatro universidades, de las cuales solo la UES es la estatal.

En 2019, Edgardo se movilizó 84 kilómetros desde su casa hasta una residencia llamada “La Casa del Estudiante”, un lugar especial para alumnos rurales que no pueden costearse habitaciones mientras estudian en la ciudad de San Miguel, no menos de 15 minutos en transporte público del alojamiento al campus.

Edgardo se movilizó 84 kilómetros desde su casa hasta una residencia llamada “La Casa del Estudiante”, un lugar especial para estudiantes rurales que no pueden costearse habitaciones. Foto EDH/ Yessica Hompanera

Hijo de una ama de casa y un albañil, se convirtió en el tercero de tres hermanos que tuvieron la oportunidad de acceder a la universidad y estudiar ingeniería. Cuenta que estaba en el proceso para ingresar cuando escuchó del proyecto piloto sobre esta casa.

“Al comenzar las clases me vine para San Miguel. No podía viajar diariamente de mi casa a la universidad porque eran tres horas y pagaba $2.50 de pasaje en autobús”, señaló. Torola es un municipio agrícola y ganadero de unos 3,042 habitantes y es de los últimos poblados del departamento de Morazán que colinda con la frontera con Honduras.

A pesar de que existe un instituto público, no todos continúan sus estudios. Entre el 2020 y 2022 sólo 16 estudiantes de bachillerato ingresaron en la UES. Morazán está entre los tres departamentos con menos ingresos a la universidad estatal con 851 estudiantes, seguido de La Unión con 702 y Cabañas con 445.

Al preguntarle sobre el resto de sus compañeros en el instituto, aseguró que solo 10 de 34 decidieron seguir estudiando; algunos prefirieron emigrar a EE. UU. o quedarse a labrar la tierra como otros integrantes de su familia.

Hijo de una ama de casa y un albañil, se convirtió en el tercero de tres hermanos que tuvieron la oportunidad de acceder a la universidad y estudiar ingeniería. Foto EDH/ Yessica Hompanera

“Me sentía nervioso porque no me veía en la universidad y tampoco conocía a nadie ni tenía el detalle de cómo era la vida en la ciudad. Me tocó adaptarme. Mi papá y mamá me decían que nosotros teníamos que estar más preparados para tener las oportunidades que ellos no tuvieron”, explica.

Melani está en cuarto año de su carrera y solo le falta un año para graduarse, mientras que Edgardo está por entrar al tercer año. Al contar su historia, sueñan con graduarse en la UES y regresar a sus lugares de origen con un buen trabajo que les ayude a ellos mismos y a sus familias. Saben que, tras la universidad y los sacrificios que conlleva el migrar para estudiar, todo valdrá la pena.

*Este reportaje realizó gracias a la beca de producción periodística sobre cobertura de educación en México, Centroamérica y el Caribe, entregada por la Fundación Gabo y la Fundación Tinker.

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