“No estudio por saber más, sino por ignorar menos”
Sor Juana Inés de la Cruz.
Fue uno de los grandes diplomáticos salvadoreños del siglo XX. Lo he conocido a través de sus textos, por lo que se ha escrito sobre él, por conversaciones con personas con las que compartió y, sobre todo, por charlas con su hijo Gustavo Guerrero, Gustavito, que también fue Embajador de El Salvador. Lo que consigno aquí son mis apreciaciones sobre el Dr. Guerrero y, en un esfuerzo por ubicar su labor en el tiempo y en el contexto que le tocó vivir, hacer algunas reflexiones sobre la diplomacia. No es la búsqueda de una verdad histórica.
El ex secretario de Estado de los Estados Unidos, Dean Acheson, publicó en 1969 un libro titulado Present at theCreation: My Years in the State Department (Presente en la creación, mis años en el Departamento de Estado), en que cuenta su experiencia en la creación del mundo de la segunda posguerra mundial del siglo XX. Años antes, el Dr. Guerrero y sus colegas hubieran podido escribir, o por lo menos decir, algo parecido, pues lucharon por trasladar grandes principios de los discursos a la práctica, por dar forma a nuevas instituciones, por elaborar procedimientos para lograr entendimientos y normas que mantuvieran la paz y la seguridad internacionales, y una mejor vida para todos los pueblos del mundo durante la primera posguerra mundial del siglo XX.
En ese impresionante empeño de creación de un mejor mundo, las huellas del Dr. Guerrero están por todos los lados, y buena parte de ese esfuerzo lo heredaría aquel que vendría después de la Segunda Guerra Mundial. Ahora bien, su vida profesional no estuvo exenta de controversia, y una de las más sonadas, sin duda, fue la posición que adoptó siendo juez y vicepresidente de la Corte Internacional de Justicia en el caso del asilo diplomático del político peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), y lo que eso implicó para el asilo diplomático en América Latina.
El Dr. Guerrero estudió derecho y recibió su doctorado en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Había empezado sus estudios en la Universidad de El Salvador, pero, según el decir de José F. Figeac, citado en el libro de Aída Flores Escalante y Enrique Kuny Mena, Tomás Regalado, El caudillo de Cuscatlán, publicado en 2004, “a partir de 1897… se sufrió un eclipse total sobre la emisión del pensamiento”, y “el ejemplo más notable de esa situación fue la captura de dos estudiantes de la universidad, los entonces bachilleres José Gustavo Guerrero y Vicente Trigueros, que habían fundado un pequeño semanario llamado El Látigo, desde donde atacaban el estado de cosas prevalecientes. Muy molesto por las críticas, el general Gutiérrez [Rafael Antonio] logró que ambos fueran expulsados de la universidad y, acto seguido, dio orden de que los capturaran y fueran dados de alta en el cuartel El Zapote, procedimiento usado en la época cuando el gobierno no quería enviar a la cárcel a una persona por razones políticas. En el cuartel, sin embargo, los intrépidos estudiantes convertidos en soldados publicaron nuevamente su pequeño periódico. La ira presidencial fue tremenda y ordenó se les diera de baja. Temiendo una represión más seria, los jóvenes huyeron del país”.
En su escrito Historia de la Universidad de El Salvador, publicado en 1976, Mario Flores Macal recuerda que en aquellos tiempos “se restringió todo principio de libertad académica… [y] el 3 de enero de 1898, se produjo una huelga estudiantil de solidaridad con los expulsados, de resultas de la cual el Gobierno decretó el cierre de la Universidad…Estudiantes y profesores no comprometidos con el régimen fundaron la Universidad Libre de El Salvador, de corta existencia, por razones económicas. Esta ‘Universidad Libre’ duró 14 días, del 19 de enero al 5 de febrero de 1898”. Todos están de acuerdo con la libertad en abstracto, pero ponerse en la tarea de lograrla separa a los que verdaderamente creen en ella de los que la adoptan como mera postura decorativa.
Doctorado en derecho, pero con una infatigable inquietud intelectual que lo llevó a seguir estudiando para conocer y entender prácticamente todos los campos del saber humano, la relación entre las personas, la relación de las personas con la naturaleza y el avance de la ciencia. En otras palabras, la inquietud intelectual de un genuino humanista, ya que no se quedó solo en el saber de su profesión, y esa amplitud de conocimiento, su entender del valor de la palabra, su compromiso con cada palabra pronunciada y su coherencia para no caer en contradicciones que le llevaran a contradecirse y a perder credibilidad ante otros, le dio una impresionante solidez.
La comprensión de cómo funcionan las cosas, de cómo todo está interrelacionado y de cómo cada acción comporta una reacción, constituyó la base del sobresaliente ser humano y del excelente diplomático que llegó a ser. Más que un hombre del Renacimiento fue un hombre de la Ilustración, y por eso su comportamiento indica que aplicaba la muy antigua expresión latina, que popularizó Immanuel Kant, sapere aude, literalmente atrévete a pensar.
Francisco Galindo Vélez es exEmbajador de El Salvador en Francia y Colombia, ex Representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia, y ex Representante adjunto en Turquía, Yibuti, Egipto y México.