Si bien eso de terminar un año y comenzar el siguiente es un tema más o menos convencional, lo cierto es que cada enero aparece la tentación de hacer balance y sacar ideas para atisbar el futuro.
El 2022 ha sido un año rico en acontecimientos que reflejan las ideas y los valores culturales que van cogiendo fuerza. Consignar una serie de hechos no tendría mayor interés, pero tratar de entenderlos, relacionarlos, y prever sus consecuencias, es diferente.
Pues bien, el hecho más clamoroso del año ha sido la invasión a Ucrania. Una guerra en curso que ha modificado mucho la economía mundial, y que, además, es una de las claves para entender la manera de pensar de algunas personas; comprender mejor, por ejemplo, el hodierno fenómeno del tribalismo, y captar el fondo de movimientos populistas que basan su modus operandi en la estigmatización del contrario y la exaltación del líder de moda.
Vista desde Occidente, la invasión no es más que una agresión, pero desde la mentalidad euro asiática que predomina en quienes dirigen la guerra, Rusia no está haciendo más que recuperar lo propio. Es el primer paso para reunificar el imperio ruso desmembrado a partir de la revolución de octubre, y recuperar una parte esencial de Rusia: Ucrania.
Una lógica alimentada por un nacionalismo peculiar: la unidad político-religiosa que se da al este de los Urales. Una invocación a la fe ortodoxa que sirve para dejar en evidencia la corrupción y doble moral del mundo Occidental; y, por contraste, la riqueza del alma rusa y la necesidad ineludible de “rescatar” a Ucrania de una ideología perniciosa trayéndola, a cualquier costo, a la unidad perdida.
En el plano social-político, 2022 nos ha mostrado el desgaste de la ideología woke, -que tuvo su zenit con los movimientos de “Cancelación”, “Me too” y “Black lives matter”- y la crítica que esta tendencia individualista y anarquista recibe, tanto desde los progresistas como desde los conservadores, quienes utilizan el poder del Estado a favor de lo que tanto unos como otros consideran bien común. Con lo que, el ataque que el liberalismo hace a la innecesaria presencia del Estado, se transformó en una reacción del Estado mismo contra sus críticos.
En el ámbito social, hemos visto cómo el mundo mediado por las redes sociales y el chateo está creando grandes comunidades de personas solitarias. Una situación con hondas raíces en las emociones y las mentalidades actuales, con todo lo que esto implica ya no solo en la desintegración de la familia, sino en la verdadera imposibilidad de que se llegue a conformar. Como señala una analista, las redes no promueven tanto la promiscuidad o el cambio de pareja en la vida real, sino la proliferación de relaciones virtuales entre avatares bien maquillados, que dejan sosegadas a multitud de personas que tienen una especie de fobia al encuentro personal.
También, durante 2022, al movimiento trans y de igualdad de género le han surgido opositores. Unos antagonistas más bien inesperados, que provienen del campo del feminismo que ve cómo estas corrientes de pensamiento no solo tienden a disolver a la mujer como tal, sino a dejar en humo las conquistas sociales y legales que los movimientos feministas lograron después de décadas de lucha.
Por último, otra de las revelaciones del 2022, es la precaria situación de las jóvenes generaciones, manifestada por la preocupante crisis de salud mental en jóvenes y adolescentes y evidenciada por el aumento de las consultas en el sistema de salud público por motivos de autolesiones, depresiones e intentos de suicidio, que se han visto disparadas a partir de la apertura post covid. Tanto que alguien ha caracterizado a los jóvenes como una “generación anémica”, sin fuerzas, ni siquiera para divertirse.
Nos faltaría analizar la faceta económica (inflación-recesión) de un mundo globalizado… pero eso ocuparía no una sino varias columnas de opinión.
Ingeniero/@carlosmayorare